- Un descubrimiento macabro -
Desde
el encarcelamiento de su marido y sus dos hijos, Carlota carecía de medios para
subsistir, por lo que algunos vecinos caritativos le dejaban alimentos en una
canasta de mimbre colgada cerca de la entrada. Ella rechazaba la ayuda directa
por el profundo temor que le tenía a José, su hijo mayor, un miedo que superaba
incluso al hambre. Él le había advertido en una carta, que le leyeron en el
ayuntamiento, que no se atreviera a aceptar limosna de nadie del pueblo, a
quienes consideraba culpables de sus desgracias. Por esta razón, recogía
sigilosamente las dádivas de noche y, tras acarrear agua del arroyo, se
encerraba de nuevo a cal y canto en su casa. Su esposo, el Talega, había
fallecido hacía dos meses en la prisión de Antequera a causa de una neumonía.
Ahora, su soledad y desamparo hacían de su miserable existencia una carga
pesada, alimentando el deseo diario de que la muerte la reclamara. A su
llegada, los guardias repitieron las llamadas y los golpes, pero, a falta de respuesta
desde el interior, optaron por derribar la puerta. Una oleada de aire pútrido
los hizo retroceder rápidamente. Cubriéndose nariz y boca con pañuelos
humedecidos, volvieron a entrar para, esta vez,
descubrir el cuerpo de Carlota suspendido de una viga, en avanzado estado de
descomposición.
Aunque ella afirmaba tener 61 años, su padre la inscribió cuando ya caminaba, por lo que su edad real era incierta. Había nacido en la familia de los “Hojalatas” y su destino quedó sellado desde muy joven al ser concertado su matrimonio con el hijo del “Tío del Saco”, el Talega. Ella tenía quince años; él, veinticinco. Ignorante de los deberes conyugales, su negativa a entregarse esa noche a su esposo se quebró con violencia y crueldad, él abusó de ella con saña. Después de esto quedó bloqueada y ya nunca fue la misma. Los embarazos y los problemas legales de su marido y después de sus hijos, la sumieron en una intromisión constante. En el pueblo la tomaban por loca, su mirada estaba siempre perdía en un horizonte lejano como buscando explicaciones a su existencia, el don de la palabra apenas lo utilizaba y cuando la hablaban no escuchaba, de este modo se evadía de su condena, se alejaba de su realidad.
Solo
Mercedes y tres vecinas acompañaron el lento avance del carro, guiado por
Santiago, que transportaba féretro de aquella desdichada mujer en su último y
solitario viaje hacia el cementerio. Los guardias civiles intentaron asegurar
precariamente las puertas de la casa y, así, en pocos minutos, el arrabal quedó
desierto, sumido de nuevo en su habitual soledad.
-Decidiendo el Futuro-
El
curso terminaba y Ramón ya preparaba su escapada a La Polvorilla. Un año
viviendo prácticamente solo en la casa del pueblo le había servido no solo para
pensar en el pasado y en el futuro próximo, sino que también lo había
enriquecido por diferentes motivos. La buena conexión con Don Higinio y su
mundo, le habían abierto su mente a conocimientos ocultos y a amistades
inesperadas, ampliando su visión de la sociedad que lo rodeaba.
Más
de un año sin ver a Elena, y aunque sus sentimientos se habían amoldado, él no
podía olvidarla. Ella se había quedado suspendida como un hilo de luz,
enredada, entretenida, alimentando su inquietud. Estaba presente en cada ausencia,
su imagen iba y venía, como una marea constante. Se preguntaba por qué no
lograba que aquel sentimiento se olvidara con el paso del tiempo. Aún saboreaba
el dulce veneno de sus besos, sentía el temblor de su cuerpo junto al suyo,
olía el aroma de su pelo en cualquier objeto, e incluso la oía hablar y reír en
cada calle, en cualquier conversación. Ramón se seguía carteando con Manuel al
menos una vez al mes. Elena mejoró de salud, pero no en los estudios. Tenía
muchas amistades y daba rienda suelta a su juventud, con mucha diversión y muy
poco sacrificio para mejorar sus calificaciones. Su abuela estaba enfadada por
sus llegadas tardías, algo inaceptable para una muchacha de su edad. Su madre, Elvira,
pasaba temporadas con ella intentando encauzarla, pero ni ella ni las charlas
de Manuel frenaban ya su actitud rebelde.
Por
otra parte, él, aún dudaba sobre qué y dónde estudiar el primer año de
universidad. Don Higinio, observando su creciente interés intelectual, le
sugirió Sevilla o Granada. Eran ciudades relativamente cercanas donde estaban
emergiendo toda una pléyade de nuevos escritores, pintores, músicos e
intelectuales en general, un ambiente ideal para su desarrollo personal y
académico. La sociedad estaba inmersa en cambios constantes, impulsados por
aires de libertad y, a veces, de libertinaje, que ponían en peligro la
estabilidad entre el conservadurismo tradicional y las nuevas olas idealistas de
toda índole. Aquella semana en la Polvorilla, Ramón, habló con sus padres y les
pidió opinión sobre el modo de afrontar su futuro, ya que, estudiar una
carrera, suponía un esfuerzo económico considerable para la familia. Ramón les
comentó que, si era necesario dejar su formación y buscar trabajo, estaba
dispuesto a sacrificarse. Sus padres se enfurecieron cariñosamente con él, pero
se negaron en rotundo, - antes vendemos la casa del pueblo – le dijo su
madre. Días antes, Don Higinio se había citado con Mercedes y le expresó lo que
todos sus colegas veían, el extraordinario potencial de Ramón, por eso les instó
a hacer un esfuerzo para que sus capacidades no se perdieran. Él mismo se
ofreció a ayudarlo en todo lo necesario con sus estudios.
Una
tarde, Don Fernando, después de estar con Evaristo probando los nuevos
tractores adquiridos para las fincas, llamó a Ramón para que se reuniera con él
en su despacho. —¿Cómo estás, Ramón? Este
año has venido poco por aquí, tú sabes que eres siempre bienvenido, esta es tu
casa y tu familia —dijo Don Fernando,
- Lo sé, pero si le puedo ser sincero, me ha venido bien para reflexionar,
espero que no les haya molestado –, le respondió Ramón. – Para nada, tus padres nos han informado de tu trayectoria, y no hay
nada malo en tu actitud, es más nos hemos alegrado de que el curso lo hayas
superado con tanta solvencia, pero de lo que más orgullosos estamos es de tu
entereza ante la adversidad de la enfermedad –. – Bueno, a veces es más difícil
superar el daño que no se ve, que el que todo el mundo presume ver -, le
dijo el chico, - Ya lo sé, Ramón.
Seguramente sabrás los problemas que tenemos con Elena, estamos preocupados y
con una angustia que se acrecienta por la distancia. Vemos cómo, día a día, su
equilibrio y solidez se desmoronan, y lo peor es que no tenemos una herramienta,
una solución con la que podamos ayudarla, y eso a Doña Elvira y a mí nos quita
el sueño. -, - A mí también Don Fernando, y creo, sinceramente, que lo que
surgió entre nosotros fue el desencadenante de esta situación. Pensar que
renuncié a una relación tan pura, a un sentimiento tan poderoso me hace renegar
de mí decisión. Quizás la sometí a un desengaño forzado castigándola sin
ninguna explicación,……. pienso que podía haber buscado otra salida y todo
porque consideré egoístamente, que era lo mejor para los dos, eso me martiriza
día y noche -, le dijo Ramón compungido, - Me conmueve tu sinceridad, estas cosas pasan a veces y no sabes si las
decisiones que tomas van a ser las correctas. Pero tu planteamiento fue cabal,
no hay malicia en ti, no te tortures porque ahora hay que buscar soluciones;
los errores del pasado ya no tienen arreglo. Las encrucijadas de la vida te
hacen tomar caminos que a veces no tienen salida. Personalmente te digo que yo
seguramente hubiera actuado de igual forma-. -Si usted considera que está en mi
mano ayudarles, por favor pídanme lo que sea -, - ¡¡No, no, no!!….. perdóname, Ramón, no te he llamado para
esto, solo saqué esta conversación porque necesitaba hablarlo contigo, no me lo
tengas en cuenta, espero que Elena madure y de ese modo dé el cambio que todos
esperamos -, - Bueno pues usted dirá -, contestó Ramón, - No te voy a cansar con lo
que sentimos y sobre el encaje de tu familia en la nuestra. Tú no eres nuestro
hijo de sangre, pero te sentimos como si lo fueras. Hemos hablado, Doña Elvira
y yo, y nos vamos a hacer cargo de los gastos de tus estudios. Creemos que no
solo es justo, sino que así debe ser, y, además, así lo sentimos. Ahora mismo
nosotros podemos afrontar económicamente tus gastos y no nos supondrá una carga
lesiva para nuestros recursos, pero sé que para tus padres sería bastante gravoso.
He querido informarte a ti primero porque sé de tu madurez; los próximos días se
lo comunicaremos a tus padres, que eso, creo, nos va a costar más -, - Por favor, Don Fernando, ya hizo usted más
de lo debido con mi enfermedad, ahora yo no puedo aceptar esto, creo que es
demasiado -. - No, Ramón, no es demasiado, te lo aseguro. Vosotros nos habéis
dado mucho más de lo que nosotros os podamos devolver en nuestra vida, y no
hablo ahora de dinero -. Don Fernando se levantó dando fin a la
conversación, se acercó a Ramón y lo estrechó en sus brazos. Nunca había tenido
un gesto tan cariñoso con él y eso le estremeció, le hizo sentir bien y
agradecido. – Mucha suerte, Ramón –.
Los
padres de Ramón, junto con Don Fernando y Elvira, acordaron sufragar los gastos
de los estudios de Ramón al cincuenta por ciento. Evaristo, era orgulloso,
insistió en que su hijo debía ver también el esfuerzo de sus padres, destinando
parte de sus ahorros para la formación universitaria de su único vástago. Ellos
consideraban que la ayuda de sus patronos y amigos ya había sido excesiva
cuando pagaron todos los gastos que se derivaron del episodio de la enfermedad,
y ahora no podían permitir que con los estudios pasara igual.
-Un viaje maravilloso-
Ramón
no podía cerrar los ojos; quería absorber cada detalle de lo que veía y oía.
Aunque mucho más joven que sus acompañantes, a menudo se atrevía a disertar
sobre libros y pensamientos que dejaban boquiabiertos a algunos de ellos. - ¿Pero
bueno, Higinio, de dónde ha salido este muchacho? -, preguntó un antiguo
compañero que hablaba con Ramón. El profesor, entre risas y con una copa de
coñac en la mano, se encogía de hombros. - El próximo curso oirás hablar de
él, prepárate bien las clases de filosofía, porque seguro que debatiréis, lo
tendrás de alumno -, le respondió sonriendo. La profesora Doña Carmen le
tomó especial cariño esos días. Conocía a su madre, pero mucho más a Elvira, a
quien había ayudado en la formación de sus hijos y del propio Ramón durante la
primaria en La Polvorilla. Era ella quien preparaba los temarios que después
Elvira impartía. También era parte del grupo que había organizado Don Higinio y
la presidenta de la asociación ABLO.
-La agresión-
Emprendieron
el camino de vuelta el miércoles temprano en el coche de Federico y Carmen. El trayecto
era largo y penoso, y ese julio fue especialmente caluroso. Pararon en varias
ventas, donde descansaron y disfrutaron de charlas y bromas. Llegaron al
anochecer y de inmediato notaron que algo no iba bien en el pueblo. Al llegar
el coche a la casa de Don Higinio, vieron de primera mano la obra de las hordas
de la barbarie y del odio. La casa había sido atacada de forma salvaje, dejando
el sello de los radicales violentos. Escrito en la fachada con grandes letras
rojas se leía: “FUERA ROJOS MARICONES Y VICIOSOS”. Habían roto los
cristales de la planta baja y arrojado excrementos y orina de caballos por las
ventanas.
Una
vecina se acercó al grupo, - Fue el
sábado pasado, Don Higinio, en la madrugada del domingo. Vinieron sobre diez
personas con las caras tapadas gritando y con fuego en las manos, quisieron
incendiar la casa, pero no prendió nada dentro – la vecina continúo
diciendo que también habían atacado “La Casa del Pueblo” dejando daños
considerables y además de algunas casas de concejales de izquierdas. Al abrir
la puerta y ver el destrozo, Don Higinio se derrumbó. Desde tiempo atrás
recibía misivas anónimas con ataques a su condición sexual y a su pensamiento
político. Nunca lo había contado ni tampoco denunciado estas amenazas, porque
jamás imaginó que llegarían tan lejos. El profesor abatido y triste se retiró
cabizbajo de nuevo al coche. Pasó la noche en casa de Carmen y Federico; al día
siguiente, un grupo considerable de amigos se acercó a casa de Don Higinio con
cubos y material de limpieza. Ramón y Jesús desmontaron las hojas de las
ventanas y se las llevaron a un cristalero; los demás empezaron a limpiar los
destrozos del ataque y volvieron a pintar la fachada, borrando las pintadas. Se
repusieron todas las macetas destrozadas de ventanas y balcones. Por la tarde,
ya no quedaba huella del ataque y Don Higinio agradeció a todos su solidaridad,
congratulándose de tener tan buenos amigos y, sobre todo, de que su querida biblioteca
estuviera intacta. Todos se dieron cuenta de que el ánimo del profesor no
levantaba, y fue Carmen quien se acercó y le pasó su mano por el hombro: "Iniuriarum remedium est
oblivio" (El remedio para las ofensas es olvidarlas), le dijo. "Lingua est maliloquax mentis indicium
malae" (La lengua que maldice es indicio de una mente malvada), le
respondió él.
-Al otro lado del extremo-
Trece
meses antes, en junio de 1934, durante una reunión de la cámara provincial
agraria en Córdoba, Don Gervasio, asistió como representante de la cámara
local. Lo acompañaba su hijo Joaquín, algo inusual para él, pero en esta
ocasión tenía un objetivo muy claro. El partido de derechas FE (Falange
Española), que había sido fundado en el 33, acababa de fusionarse con las JONS.
El ideario de este nuevo partido era casi una religión para toda la familia de
Don Gervasio: defendían la unidad de España, la justicia social mediante un
sindicato único, la autoridad total del Estado y un fuerte rechazo a la
democracia, al parlamento, a los partidos políticos tradicionales y al
separatismo. Su carácter violento se manifestaba en el territorio nacional en
frecuentes enfrentamientos, "razzias"
matoniles contra grupos de izquierda, especialmente con las juventudes
socialistas y anarquistas. El anhelo de la familia del cacique se hizo realidad
ese día cuando, por fin, recibieron el visto bueno para crear y organizar una
sede del partido en el pueblo. Para enero de 1935 ya contaban con una casa y
cuarenta afiliados, y tres meses después ya se hacían notar en la comarca junto
a otros grupos falangistas de poblaciones cercanas. Sus métodos eran simples,
pero efectivos: las direcciones locales del partido recibían notificaciones de
sus "observadores" que señalaban a personas u organizaciones
involucradas en actividades izquierdistas, anarquistas o cualquier otra que
fuera contra las tradiciones nacionales o atentara contra la moralidad
cristiana. Esta información se transmitía a una célula de otro pueblo, y esta
se desplazaba y se encargada de corregir y aleccionar con violencia a los
"transgresores" de las buenas costumbres. De esta manera, los
falangistas locales eran indetectables e imposibles de denunciar.
-Santiago el sepulturero-
Santiago
llevaba más de quince años en el pueblo, había llegado desde La Rambla. Un
amigo, a quien conoció haciendo el servicio militar, le prometió trabajo en su
pueblo natal, en una zona donde se había descubierto una gran veta de arcilla,
en los barreros del lugar. Santiago era experto en todo tipo de barros; desde
pequeño había trabajado con sus padres en las cerámicas de La Rambla, y su
conocimiento del material sobre el terreno era excelente. Sin embargo, su
verdadero fuerte era la cocción del barro y el manejo de los hornos, una
ventaja que pocos poseían. El nuevo empleo le ofrecía condiciones excelentes en
comparación con las de su pueblo: una buena casa y un sueldo muy aceptable para
empezar una nueva vida. Era una oportunidad irresistible. Acababa de casarse y
la suerte parecía sonreírle. Poco después, su mujer quedó embarazada y su
suegra se desplazó para acompañar a su hija en el parto.
Llegado
el momento, el parto fue extremadamente complicado. El niño estaba mal colocado
y la partera del pueblo, finalmente, logró posicionarlo. Sin embargo, en la
manipulación, el feto sufrió daños. Nació con varias deformaciones en su
columna, piernas y brazos, y especialmente quedó dañado su tierno cráneo. Aun
así, no podrían conocer el alcance total de los daños hasta que su cuerpo se
desarrollara. Su mujer, después de cuatro días de parto, quedó tranquila y
calmada, se durmió sin ver a su hijo. Al día siguiente, ya no respiraba; una
hemorragia interna no detectada se la había llevado. La suerte de Santiago se
torció después de esos cuatro días. No podía creer lo que le estaba sucediendo.
Tardó varias semanas en poder volver a trabajar. Todo aquello lo había
descolocado, no sabía cómo enfrentar de nuevo su vida. Su suegra se quedó para
ayudarle en las labores de la casa y atender a aquel ser deforme, distinto a
cualquier concepción de persona aceptada. Con el tiempo, su amargura creció al
no ver salida a su vida, a su futuro. Empezó a frecuentar las tabernas después
del trabajo; aunque nunca había bebido, aquel descubrimiento le consolaba el
resquemor del dolor. Se sentía acompañado, le daba calor y amparo al instante,
pero después, al día siguiente, un frío helador, una soledad gélida lo consumía
y lo arrinconaba en una desesperación que le hacía renegar de la vida misma. El
párroco dudó en cristianizar a aquel niño que parecía más la imagen de un
esbirro del infierno que un ser humano, por lo que optó por hacerlo en secreto,
un día fuera de los servicios eclesiásticos. Su suegra percibió que los grandes
males de Santiago venían por aquel niño deforme y decidió llevárselo a su
pueblo, a su casa de La Rambla, para apartarlo de su padre, por el bien de
todos.
Durante
siete años, Santiago no volvió a ver a su hijo, no quiso verlo, intentando
pensar que lo ocurrido había sido un mal sueño. Pero la realidad iba a volver,
y la desgracia lo visitó de nuevo. Su suegra murió repentinamente y se vio
obligado a recoger al hijo deforme que no había visto en tantos años. Al verlo,
percibió que su imagen era aún más insoportable; se desengañó porque se había
ilusionado con que Santi podría haber cambiado para encajar en aquel mundo de
alguna forma, pero no fue así. Su cabeza peluda se redondeó un poco, pero
mantenía sus deformidades; sus ojos estrábicos y nerviosos parecían más los de
un animal que los de un niño. No articulaba palabra, parecía que gemía cuando
quería decir algo. Sus rodillas tropezaban al intentar caminar, era zambo, su
descoordinación le hacía caer a los pocos metros de iniciar la marcha. Su
columna torcida y la prominente joroba al lado derecho transmitían la visión de
un ser contrahecho, producía rechazo y a la vez pena. Santi, con su sonrisa
permanente y torcida, lo que deseaba, lo que pedía, era amistad, jugar,
proximidad, un poco de cariño y que no lo miraran con desprecio, con miedo.
Cuando
Santiago se quedó solo con él, se vino de nuevo abajo. No podía soportarlo, no
sabía qué hacer ni a quién pedir ayuda. Empezó a frecuentar de nuevo las
tabernas y los ambientes donde se jugaba a las cartas y el engaño estaba a la
vuelta de la esquina. Lo ataba con una cadena en el sótano y le dejaba una
escupidera y un poco de agua. Cuando volvía borracho de madrugada, la imagen
era dantesca: Santi estaba lleno de excrementos y orines, en una atmósfera
nauseabunda. Santiago, al verlo, lloraba desconsoladamente mientras cogía cubos
de agua fría y se los tiraba para sacar toda aquella inmundicia, aquel hedor.
Después lo soltaba y lo lavaba más minuciosamente, y mientras lo hacía, Santi
se abrazaba a su padre de una manera tan tierna que lo desarmaba; sus gemidos y
llantos incontenibles se ahogaban entre los muros de aquel sótano oscuro.
Su
patrón tampoco encontraba solución a aquella situación. Lo citó en varias
ocasiones y le expuso a Santiago lo difícil que era aquello para él a nivel
personal y también para su empresa. Sabía que no iba a encontrar un trabajador
tan especializado como él, pero se vería abocado a que, si no abandonaba esa
vida, tendría que dejar el trabajo y, por ende, la casa. Como no entraba en
razón o no tenía fuerzas para hacerlo, su patrón habló con el cura Don Eusebio,
pues sabía de su bondad y caridad, y le comentó la decisión que muy a su pesar
había tomado. — Don Eusebio, ¿qué podemos hacer ahora? Me pesa esto y quería
saber si, ya que usted es parte la beneficencia del pueblo, puede mover algunos
hilos para que al menos se puedan alojar donde sea durante un tiempo. Lo siento
muchísimo, creo que hice todo lo posible para evitar este momento, pero la
empresa de la cerámica debe continuar y otro encargado debe hacerse con el
puesto de trabajo de Santiago.
-Don Eusebio, el Angel Rojo-
Algunas veces confiaba más en sus manos que en
esperar que las oraciones le dieran soluciones, por eso se remangaba la sotana
para ayudar a arreglar los tejados de los hogares de los pobres o del asilo, o
acompañaba a las monjas a hacer curas complicadas. Tampoco le importaba coger
una canasta para pedir alimentos caritativamente en los puestos de la plaza, la
cual repartía o llevaba al comedor social que la iglesia disponía para
cocinarla él mismo. Harto de tanto sacrificio, entendió que su trabajo era
insuficiente para aliviar mínimamente los problemas de pobreza de la gente.
Necesitaba ayuda y qué mejor manera que de implicar a los diferentes agentes
sociales de la población tratando de convencerlos desde el humanismo y no desde
el la fe cristiana. Así que, de la noche a la mañana, cambió de estrategia.
Sacó la sotana más decorosa que tenía, puso su mejor cara rapada, se arregló el
pelo y afiló su lengua para que su labia fluyera con agilidad. Se disponía a
derribar un muro, quería juntar los extremos. Vincular en una asociación
benéfica civil a personas para que trabajaran y aportaran de alguna forma
soluciones a los problemas de los más desamparados. Sería muy difícil, sobre
todo por tratarse de una asociación de naturaleza no religiosa. Pero tuvo un
gran éxito: logró aglutinar a todo tipo de gentes, organizaciones, cofradías,
estamentos oficiales y empresas de diferente signo y sensibilidad. Este hecho
indignó al párroco Don Anastasio y a muchas beatas del pueblo y, "por arte
de birlibirloque", le acarreó una amonestación del propio obispo. —Don
Eusebio, yo no tengo tiempo ni para mí, por favor, usted debe gestionar y guiar
esta asociación. Yo solo pondré mi firma cuando usted me lo diga por las
circunstancias que concurren, pero yo no puedo dar más —le dijo Doña
Carmen, la profesora del instituto, cuando la nombraron presidenta. —No te
preocupes, Carmen, yo no puedo figurar como presidente porque el obispo, el
parroco, algunos terranientes e incluso algunas beatas me ha vetado…. ¡¡¡ya me
pusieron hasta mote!!! —. —Jajajaja, no me diga que lo han vuelto a bautizar,
aquí en este pueblo es muy normal —. —Sí, hija, "El Ángel Rojo", no
sé si es para bien o para mal, pero me da igual, seguiremos adelante como sea
Carmen, ¿no? —. Carmen era la persona idónea para el puesto, capaz de
aglutinar un consenso: era creyente practicante y ayudaba a la iglesia cuando
podía y, además, se significaba por creer y defender una sociedad laica y un
estado aconfesional real. En definitva, ella era abiertamente progresista y
cristiana.
- La solución-
-La plaza de sepulturero-
El oficio de sepulturero rara vez era ambicionado. Resultaba
desagradable y poco atractivo para una familia convencional. Requería no solo
esfuerzo físico, sino también una preparación mínima para llevar los registros
exigidos por el ayuntamiento. Además de saber leer y escribir, el sepulturero
debía familiarizarse con los libros del Registro. El Día de Todos los Santos,
el actual sepulturero se jubilaba por edad, y el ayuntamiento necesitaba cubrir
la plaza mediante concurso con al menos un mes de antelación. Elvira sabía que,
si Santiago aceptaba, ella misma y Ramón, quien se había postulado para ayudar,
se encargarían de prepararlo durante el verano. Tendría muchas posibilidades.
Si conseguía el puesto, le cederían una casa junto al cementerio, con huerto y
gallinero, y un sueldo suficiente para que ambos pudieran vivir. Estarían un
poco alejados del pueblo, con todo lo necesario y sin que nadie los molestara;
era ideal. Aquel verano de 1932 fue intenso. Elvira y Ramón disfrutaron
enormemente de la empresa, que les compensó personal y espiritualmente. Estaban
cambiando el destino de personas que no merecían lo que la vida les había
deparado, y eso los llenaba, los hacía sentir útiles y solidarios.
Carmen consultó a varios médicos e incluso llevó a Santi para que
lo examinaran por su mudez. Era imposible: sus cuerdas vocales estaban dañadas
e irrecuperables. Pero lo que Ramón descubrió fue increíble: mientras le daba
clases de conocimientos generales a su padre, comenzó a acercarse a Santi y se
dio cuenta, de un modo casi predictivo, de que podía comunicarse con él. Lo
tomaba de las manos, le hablaba, le contaba cuentos. Santi atendía e incluso se
emocionaba. Al final del día, lo abrazaba y él le transmitía su gratitud. Ramón
le contó esta historia a Elvira y a Carmen, lo que los llevó a una conclusión:
el cerebro de Santi estaba sano, captaba y absorbía todos los estímulos que se
le ofrecían. Esto, al principio, fue un desafío que los activó y motivó a
encontrar la fuerza para darle a Santi la oportunidad de sentir, de abrir su
mente a nuevos espacios donde pudiera desarrollar su personalidad.
Tres años después, Santiago ya ejercía de sepulturero y su vida,
de cierto modo, se había estabilizado. Tenía su casa, que le ofrecía cobijo, y
un trabajo que les daba sustento. Al principio fue duro, pero también se dio
cuenta de que la desventura iba por barrios y que el sufrimiento y la desgracia
tocaban de forma arbitraria a personas y familias, sin importar si eran ricas o
pobres. Esto no curaba sus heridas ni le consolaba, pero sí le abría los ojos a
su realidad, permitiéndole afrontar la vida con entereza y sin autocompasión.
Ahora, quería seguir adelante con fuerza, sobre todo por su hijo.
Santi, a sus doce años, aunque no articulaba palabra, ya podía
leer torpemente algunos cuentos. Don Higinio le había regalado un pequeño
encerado que colgaba de su cuello cuando se desplazaba, y con el se comunicaba
con los demás. Su progreso había sido meteórico: aunque cogía los lápices y
tizas de una forma poco convencional debido a sus dedos retorcidos, con maña y
unas ganas tremendas de comunicarse, conseguía hacerlo con presteza. El cariño
que había desarrollado por Ramón le sobrepasaba; siempre estaba esperando que
apareciera por la puerta. Cuando sabía que venía, ya tenía escrito en
cuartillas todo lo que quería contarle, no quería olvidarse de nada. Ramón le
traía libros infantiles que, con el tiempo, fueron subiendo a juveniles, y
Santi los devoraba lentamente. Mercedes y Elvira se acercaban de vez en cuando
a ver a Santiago por si necesitaban algo; de paso, adecentaban un poco la casa,
le cortaban el pelo a Santi y, sobre todo, les hacían compañía durante unas
horas. Santiago, en agradecimiento, les daba verduras y huevos.
Aquel día después de enterrar a Carlota, la madre de Los Talegas,
Mercedes se dispuso a hacer una visita a Santi.
- ¿Y no te da miedo el niño ese?, dicen que es el hijo del demonio
– le dijo una mujer que le había acompañado al entierro. Mercedes no le dijo
nada, solo le esbozó una sonrisa y levantando la mano se despidió. Cuando llegó
a la casa Santi estaba sentado al lado de la ventana, con la mirada fija en el
horizonte. – Hola Santi, ¿Cómo estás? -, el la miró y cogió su pizarra para
escribir, - Bien -, - ¡¡Uy!!, que “bien” más corto Santi, a ti te pasa algo,
otras veces has llenado la pizarra a la primera pregunta -, espero un
momento y volvió a preguntarle, - Santi, dime, ¿qué te pasa? –, él se
volvió hacia la ventana para seguir oteando el horizonte. -Mira Santi te he
traído un regalo-, Mercedes sacó de su cesta dos cuadernos, uno con las
pastas de color azul y el otro rojo, después un lio de lápices normales
y también de colores. -Cuando venga tu padre le das uno y a ver quién pinta
mejor-, Santi se volvió y cogió su pizarra y escribió, - ¿Cuándo va a
venir Ramón? -, - pronto Santi, ahora esta con los preparativos, pero tú
no sufras, vendrá-, - ¿Cuándo se vaya se olvidará de mí? -, - Nunca
Santi, ya sabes cómo es Ramón, él te quiere y te aprecia y eso es sagrado para
él, ya nunca podrá olvidarse de ti. Cuando venga, tú serás de las primeras
visitas que haga, pero debes comprender que es necesario, por su bien, que siga
estudiando-, Santi la miró ahora con una sonrisa y escribió, - Gracias Mercedes-.
Antes, ella, en el cementerio, le había preguntado a Santiago por él. –
Lleva unos días tristón, no me quiere decir nada, pero yo sé que la marcha de
Ramón a Granada le ha tocado, lo ha afligido, está como perdido, ojalá se le
pase pronto –
-Un viaje inesperado-
Aquel verano de 1935, el sol incandescente transformaba los cuerpos en objetos pesados y sudorosos, inútiles para cualquier actividad. A pesar del calor sofocante del 2 de agosto, Rodrigo se acercó al pueblo. Necesitaba llamar a sus padres, quienes disfrutaban de unos días en Sanlúcar. Don Fernando, su padre, le pidió que se acercara con un coche; deseaba que todos estuvieran juntos con los abuelos maternos al menos una semana antes de su regreso. Esa misma tarde, Rodrigo se dirigió a casa de Ramón para hacerle una propuesta. Días antes, Ramón le había comentado la idea de que le acompañara a Córdoba para comprar ropa nueva para su próxima estancia en Granada. Pero Rodrigo se agarró a la necesidad de Ramón para proponerle: - ¿Por qué no me acompañas?, tu no conoces a mis abuelos -, le dijo Rodrigo a Ramón. - Así sales un poco del pueblo y te despejas. Pero, antes de ir a Sanlúcar, pasamos por Sevilla. Nos quedamos dos o tres días en casa de mi abuela; la oferta de sastrerías allí es mucho mayor que en Córdoba. Cuando tengamos la ropa, nos vamos a Sanlúcar y nos quedamos una semana y media -. Ramón dudó: - No sé Rodrigo, si es conveniente que me encuentre con Elena -. - No temas por eso -, lo tranquilizó Rodrigo. - Elena está de viaje con unos amigos de la universidad y no se la espera -. - Pues si es así, no me importaría -, respondió Ramón, - así conozco a tus abuelos y a su famosa biblioteca -. - ¡No sabes el alegrón que me acabas de dar, Ramón! -, exclamó Rodrigo. - ¿Qué te parece si salimos pasado mañana muy temprano para evitar el calor diurno? -. - ¡Genial!"-, respondió Ramón.
Eran más de las tres y media de la tarde cuando llegaron a
Sevilla. La abuela de Rodrigo, al verlo, lo recibió con una exclamación: - No
me digas quién eres, solo con verte sé tú identidad. Tu cara afilada, tu pelo
castaño, y esa delgadez junto a tu esbeltez... ¡parece que estoy viendo a tu
bisabuelo Ramón!, pero
esos ojos verdes, es evidente que los heredaste de tu madre – . Ramón, su bisabuelo, había sido el capataz de La Polvorilla
cuando ella se casó con el padre de Don Fernando. Ella vivió allí diez años,
hasta que decidió huir de aquel mundo que no era el suyo.
-La sorpresa-
Continuará ............
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