julio 01, 2025

Francisco Asís Granados Mellado (Paco Granados)



Relatos: La Hora del Miedo





El Joven

María era una joven de veinte años que la vida no le había sonreído a pesar de su juventud. Tenía una hija de dos años fruto de una relación que no funcionó; aquel hombre la abandono al enterarse que se había quedado embarazada. María vivía sola con su hija. Estaba sin trabajo y su familia no quería saber nada de ella. Solamente se encargaban de ayudarla en todo lo que tenía que ver con su hija.

Marta era su vecina y le ayudaba en lo que podía llevándole comida y dejándole algo de dinero cuando se solía ver más apurada. Marta vio a María un poco abatida y le dijo que saliera esa noche a divertirse. Ella se quedaría con la niña y así se podría despejar un poco. Le costó trabajo decir que sí, pero al final aceptó y se arregló para salir a despejarse un poco.

- Gracias Marta, me vendrá bien salir un poco.

Paseaba por el parque disfrutando de aquel fresco que recorría su cuerpo. La verdad es que apetecía salir después de un día duro de calor. Siguió andando y llegó a un estanque donde había peces; se puso a echarles de comer. Un muchacho se le acercó y empezaron hablar. Aquel joven tenía algo que a María le atraía. Tal vez sus ojos, su boca, su voz… Ella no sabía, pero sentía una gran atracción hacia él. Él la invitó a tomar una copa y María no supo decir que no. Ella aceptó y los dos salieron del parque.

A la mañana siguiente María despertó en su cama junto a su hija. Una sensación extraña tenía por todo su cuerpo. No se acordaba de nada de lo que pasó la noche anterior. Solo recordaba la mirada de aquel joven pero nada más. Bajó a desayunar, pero su estómago no digería aquella comida, sentía asco. 

- Dios mío, qué habré bebido anoche.

Los rayos del sol empezaban a entrar por la pequeña ventana de su salón. Sintió como si se le quemaran los ojos. Rápidamente echó las cortinas, la cabeza le iba a reventar. Sentía frío, mucho frio; su piel estaba helada. 

- Pero que me está pasando… 

Subió al baño para darse una ducha a ver si se le pasaba aquel malestar. Mientras subía iba echando todas las cortinas. Parecía como si tuviera miedo a la claridad. Se asomó para ver como su hija Verónica dormía profundamente. Entró al baño para echarse agua en la cara y cuando se miró al espejo vio que no se veía reflejada en él. María empezó a asustarse. Buscó otro espejo que tenía en el tocador del dormitorio, lo miró pero tampoco podía verse. La angustia le estaba atrapando. De pronto su hija empezó a llorar, la cogió en brazos y la abrazó. De repente unas ganas tremendas de beber le vinieron al tener a su hija en brazos. Volvió a bajar a la cocina a por agua y cuando iba a beber apareció de la nada aquel joven que le dijo

- No María, el agua no te quitará esa sed que tienes.

María se sorprendió al verlo allí pues no entendía nada. 

- Te vi amargada y te he ayudado. Ya no tienes que preocuparte de nada, ahora formas parte de mí María.

- ¿Qué me has hecho? 

- Lo único que he hecho es ayudarte 

- Ayudarme… ¿cómo? Me siento mal

- Poco a poco te sentirás bien y vivirás eternamente joven y feliz.

- ¡Estás loco! ¿Qué me has hecho?

Aquel joven le dijo a María que se tocara el cuello. María lo hizo y notó dos bultos pequeños. 

- No, no puede ser ¿un vampiro? pero si no existen.

- Sí, si existimos y tú eres uno de nosotros. Pronto sentirás mucha sed. No podrás remediarlo y tendrás que beber. Coge a tú hija y bebe de ella, seréis eternamente felices. Ves hacia ella María, hazlo.

Mientras María gritando 

- ¡¡Jamás!! Sois unos monstruos, mi hija no, nunca lo haré.

- Tendrás que beber María, no tienes más remedio.

María volvió a gritar 

- ¡¡JAMÁS!!

Agarró las cortinas del salón y las corrió entrando el sol de pronto. Al momento María y aquel muchacho quedaron calcinados.

La madre de María se hizo cargo de Verónica. Pasaron los años y Verónica siempre sentía el calor de su madre en aquellas noches oscuras.

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