Conversaciones fraudulentas
Pronto los primeros tonos de luz arrancarán algún
caminante mañanero e impulsivo que conductualmente proyecte en
nuestro errar matutino un sonriente y animado “buenos días” (aún sin
conocernos), brillante encuentro.
Pronto surgirá ese otro viandante curioso que a
pesar de no ser tan madrugador, arroje al encontrarnos la última noticia del
empleado del Ayuntamiento, del vecino, del anciano, del accidente, del robo, de
la policía, del hombre sano que lo
enferman… Noticia mitad soñada, mitad mentira, que transformará una realidad en
algo diferente, fraudulento, que recorrerá los rincones del pueblo de vecino en
vecino, visitando cafeterías, bares, peluquerías, barrios enteros... , haciendo
desaparecer entre habladurías, murmuraciones y cuentos, la VERDAD mucho más
simple y menos ruidosa.
Cuál será el origen del chisme. Qué difícil
resulta enfrentarse con la realidad de que todos en algún momento nos hemos
dejado atraer por la intriga a elevar a realidad algún tipo de rumor. Quizá por
la necesidad de la fantasía protectora de nuestra identidad, pero diferente de
esa otra habladuría callejera, producto de la envidia, la venganza o los celos.
Por qué nos defenderemos de dar sentido a ese detalle subjetivo y hagamos
objetivar la relativa idea de un juicio de valor. Quizá sea por el simple placer de tener algo
que decir en tertulias de amistades.
Qué penoso resulta comunicarse con las personas
cuando apreciamos la poca confortable imagen de una fábula llena de
acusaciones, malentendidos y prejuicios. Quizá sea porque a la gente nadie les
ha dicho jamás la diferencia entre darle un carácter de verdad a un juicio de
valor frente a la realidad que representa el ser tan sólo una posibilidad, no un juicio hecho.
Todo este sin fin de palabras y conceptos realizados con rapidez y desenvueltos sin intención crítica son producto de una pasmosa frase que llegó a mis oídos (la cual es mejor no reproducir) y me hizo reflexionar. A pesar de mi meditación superficial y sin resentimiento, pienso en qué falta de sentido más real y qué capacidad destructiva e inquietante para quien corteja lo bonito de la independencia, la belleza de respirar sin ese mismo miedo rígido que produce la parálisis de “qué dirán las gentes ”, frase tan repetida y que no tiene otro sentido que la inmovilización personal ante la vida. Por qué la gente no será capaz de mirar dentro de sus propias vidas y dejar de inventar o vigilar otros corazones. Ahora no encuentro respuestas porque cada uno debe buscar sus motivos.
Desde mi terraza, donde hace mucho tiempo que no
escribía, contemplo la mágica luz de ensueño y crepuscular de este amanecer de
junio, lugar donde quisiera expresaros la siguiente y última meditación:
Qué
difícil resulta sentarse a escribir
para quien no se conoce. Para quien desde su cómoda butaca, la mesa de despacho
o desde la misma calle, analiza este producto final, este esfuerzo tímido y
reflexivo que proyecta la visión íntima de lo cotidiano frente a la discrepante
y subjetiva idea de ser lector callado del que nunca sabes nada. Pensar que puedo ser juzgado bien o mal por la
forma, el fondo o porque las observaciones son muy personales es algo que se
aferra a mi sombra y sonda las teclas de mi portátil, pero que no agarrota mi
memoria ni mi pensamiento. Porque siempre es importante opinar, dar a conocer,
vencer esa lectura silenciosa y crear visiones nuevas de la vida en este mi
pueblo cordobés encerrado entre olivos.
Es difícil escribir cosas importantes. Es conflictivo comentar lo cotidiano, porque el cotilleo destructivo y mentiroso pronto agarra cada frase o idea hermosa que se intenta crear.
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