Guardián dadalera
No hay ruido, pero tampoco un
absoluto silencio porque las gotas de rocío se están despertando. Todo al
rededor tiene un tono azul grisáceo que va desapareciendo conforme la franja
anaranjada del horizonte se va expandiendo poco a poco. Hace frío y el aire es
húmedo, puedo sentir como al respirar la niebla espesa entra por mis fosas
nasales, se desplaza por la garganta y se instala en mis pulmones. Ahora ya no
solo están llenos de oxígeno, sino de nube, hojas y tierra mojada.
Hace tanto frío, que cuando
exhalo mi aliento ya no es sólo mío, sino que ahora forma parte de esa montaña
mojada, mis pulmones se acaban de fundir con el paisaje.
Los árboles, que te podrían
contar centenares de historias, ahora están medio dormidos, porque el sol los
está acariciando poco a poco. Tampoco están solos, en una rama llena de hojas
donde la luz comienza a traspasar, se encuentra un pájaro pinzón. Él me observa
porque sabe que estoy escondida y él me ha encontrado.
Donde cada brizna de hierba la
luz se refleja, se encuentra la hilera de rocío, que ya por fin, está
despierto. Ha sido el viento que danza juguetón porque no solo hay hebras
verdes, también allí se encuentran las flores dedaleras.
Altas, orgullosas y esbeltas,
alzadas como torres que aun así el viento de un lado para otro menea. Parece
magia o es simplemente la naturaleza, porque la niebla del amanecer incendia
los rosas y morados que lleva.
Dicen que las protegen las hadas,
porque son usadas para su magia. Con sus manos diminutas acarician los pétalos
morados y se introducen en sus huecos. Las manchas que hay en ellos, son las
huellas de haber recolectado el polen encantado que usan para sus bordados, que
como resultado darán a unos guantes encantados.
Suaves y opacos, pero quien los
posea podrá ver las alas del viento, con caricias curar las hojas rotas y leer
los secretos que el bosque guarda desde los más viejos tiempos. Pero atentos,
porque los humanos no podrán hacerlo. La dedalera es sagrada para las hadas,
pero venenosa para la raza humana.
Por eso, en aquella rama de avellano estaba aquel pinzón, confiado y vigilante. Centinela y cómplice de las hadas para cantar en cuanto haya una amenaza.
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