julio 01, 2025

Isabel Natalia García Ruiz (Natalia García)

 



Guardián dadalera




No hay ruido, pero tampoco un absoluto silencio porque las gotas de rocío se están despertando. Todo al rededor tiene un tono azul grisáceo que va desapareciendo conforme la franja anaranjada del horizonte se va expandiendo poco a poco. Hace frío y el aire es húmedo, puedo sentir como al respirar la niebla espesa entra por mis fosas nasales, se desplaza por la garganta y se instala en mis pulmones. Ahora ya no solo están llenos de oxígeno, sino de nube, hojas y tierra mojada.

Hace tanto frío, que cuando exhalo mi aliento ya no es sólo mío, sino que ahora forma parte de esa montaña mojada, mis pulmones se acaban de fundir con el paisaje.

Los árboles, que te podrían contar centenares de historias, ahora están medio dormidos, porque el sol los está acariciando poco a poco. Tampoco están solos, en una rama llena de hojas donde la luz comienza a traspasar, se encuentra un pájaro pinzón. Él me observa porque sabe que estoy escondida y él me ha encontrado.

Donde cada brizna de hierba la luz se refleja, se encuentra la hilera de rocío, que ya por fin, está despierto. Ha sido el viento que danza juguetón porque no solo hay hebras verdes, también allí se encuentran las flores dedaleras.

Altas, orgullosas y esbeltas, alzadas como torres que aun así el viento de un lado para otro menea. Parece magia o es simplemente la naturaleza, porque la niebla del amanecer incendia los rosas y morados que lleva.

Dicen que las protegen las hadas, porque son usadas para su magia. Con sus manos diminutas acarician los pétalos morados y se introducen en sus huecos. Las manchas que hay en ellos, son las huellas de haber recolectado el polen encantado que usan para sus bordados, que como resultado darán a unos guantes encantados.

Suaves y opacos, pero quien los posea podrá ver las alas del viento, con caricias curar las hojas rotas y leer los secretos que el bosque guarda desde los más viejos tiempos. Pero atentos, porque los humanos no podrán hacerlo. La dedalera es sagrada para las hadas, pero venenosa para la raza humana.

Por eso, en aquella rama de avellano estaba aquel pinzón, confiado y vigilante. Centinela y cómplice de las hadas para cantar en cuanto haya una amenaza.


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