La sombra del drakkar
en la Alameda de Hércules
(Una leyenda sevillana basada en hechos reales)
Dicen que bajo los álamos de la Alameda de Hércules, ese
amplio paseo de piedra y sombra donde hoy los bares respiran flamenco y los
niños juegan bajo la mirada de Hércules y Julio César, duerme un gigante de
madera.
No una raíz, ni los restos de un convento olvidado. No. Allí
abajo, bajo capas de tierra, historia y olvido, reposa un drakkar, un barco
vikingo.
No es sólo un cuento de taberna – aunque lo parezca -. En el
siglo IX, cuando los hombres del norte surcaban los mares y ríos con sus velas
cuadradas y proas talladas en forma de dragón, Sevilla era Ishbiliya, joya sin
murallas de Al-Ándalus, fértil, rica y deseada.
En el año 844, los vikingos descendieron del hielo y
remontaron el Guadalquivir. Las crónicas árabes lo recuerdan como una invasión
inesperada: 150 embarcaciones vikingas arrasaron la costa atlántica y navegaron
río arriba hasta alcanzar Sevilla.
La ciudad cayó con facilidad, saquearon, quemaron, tomaron
esclavos y profanaron los espacios sagrados. Durante siete días y siete noches.
Sevilla fue rehén del trueno nórdico.
Los invasores acamparon fuera dl centro urbano, cerca del
antiguo brazo del rio, donde la tierra era más firme y los árboles ofrecían
cobertura. Allí, en lo que siglos más tarde sería la Alameda, los drakkares
quedaron atracados en el barro, formando un campamento fortificado entre juncos
y nieblas.
Pero entonces llegó la respuesta.
Desde Córdoba, el emir Abderramán II organizó una defensa
implacable. Su general, Isa Ibu Shuhayd, marchó al frente de un ejército y una
flota improvisada, dispuesta a recuperar Sevilla a cualquier precio.
Se libró una gran batalla entre el agua y la tierra, entre
los cañaverales y el fango. El choque tuvo lugar en los alrededores de donde
hoy se alza la Alameda, cuando aún era zona pantanosa.
Las fuentes hablan de una lucha feroz. El rugido de las
hachas vikingas encontró la disciplina de las tropas andalusíes. Las aguas del
Guadalquivir se tiñeron de sangre. Algunos barcos vikingos fueron incendiados,
otros apresados. Y uno de ellos – dice la leyenda -, encalló y quedó
abandonado.
Era un drakkar solitario, derrotado y mudo. Los habitantes,
temerosos de su sombra, decidieron enterrarlo como quien entierra un demonio.
Con tierra, silencio y superstición.
Allí quedó, oculto, sellado bajo el tiempo. Y sobre él,
siglos después, se levantaría una gran plaza para pasear, para la cultura, la
vida y el arte: la Alameda de Hércules.
Con los siglos, la historia se convirtió en eco. Pero no
desapareció del todo.
En 2021, durante unas obras de canalización, aparecieron
estructuras de madera ennegrecidas en el subsuelo. Algunos arqueólogos hablaron
de los restos de una embarcación muy antigua, tal vez incluso nórdica. Otros lo
negaron con rapidez. Nada fue confirmado oficialmente. Sin embargo, como toda
buena leyenda sevillana; el silencio alimentó el misterio.
Los ancianos dicen que, si uno camina solo por la Alameda una
madrugada fría, cuando la niebla baja como un sudario y el viento del norte
sopla entre los álamos, puede oírse un leve crujido…
Como madera que se mece en el agua.
Como un barco que no ha olvidado el mar.
Quizá Sevilla, tan antigua como sabia, aún guarde en su
corazón un secreto del norte.
Y bajo sus piedras, un dragón de roble espera despertar.
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