El día en
que el cielo se abrió sobre Cabra
El
amanecer tranquilo
Era
7 de noviembre de 1938. El amanecer en Cabra traía la rutina de cualquier día
de mercado. La bruma ligera cubría los tejados blancos y el sol empezaba a
bañar el Paseo de la Estación.
En
la Plaza de Abastos, los pregoneros ofrecían sus productos con el mismo
entusiasmo de siempre. Pan recién horneado, frutas, pescado traído de
madrugada. Mujeres con cestas colgaban de los brazos, jornaleros aguardaban con
sombreros en la mano a que alguien los contratara. El murmullo era constante,
como un río de voces que llenaba las callejas.
María,
viuda joven con una hija pequeña, se abría paso entre la multitud. Su niña,
Rosario, la acompañaba aferrada a su falda. «Compraremos huevos, y si sobra, un
poco de bacalao», le decía. Era un día más, igual que tantos otros.
Un
poco más arriba, en la Villa, Carmen, de ocho años, jugaba en la calle con una
muñeca de trapo. Su abuela la llamaba desde el balcón, pero la niña se
resistía, corriendo de un lado a otro. Las calles empedradas estaban vivas de
risas infantiles.
Mientras
tanto, en las Escuelas Pías, la Madre Superiora caminaba por el patio aún
vacío. En pocos minutos las niñas entrarían a clase. Observó el cielo despejado
y respiró hondo, agradecida por aquella mañana apacible.
A
las 7:30, el rumor metálico de motores interrumpió la calma. Primero fue un
zumbido lejano, apenas un murmullo sobre las sierras. Algunos alzaron la vista
con curiosidad. «Serán aviones de paso», comentó un tendero. Nadie imaginaba lo
que estaba por suceder.
De pronto, tres sombras cruzaron el
cielo a baja altura. Eran aviones veloces, con el fuselaje brillante. Los
Tupolev SB-2, conocidos como Katiuskas, venían cargados de muerte.
El
rugido creció, desgarrando el aire. Y entonces, cayó la primera bomba.
La
Plaza de Abastos estalló en mil pedazos. La onda expansiva levantó frutas,
panes, tablones y cuerpos en un torbellino de polvo y sangre. María sintió un
golpe seco en el pecho y, por instinto, cubrió a Rosario con su cuerpo. Todo se
volvió humo, gritos y oscuridad.
Antonio,
jornalero, fue lanzado contra una pared. Cuando abrió los ojos, vio a varios
compañeros inmóviles en el suelo, con la mirada perdida. El olor a pólvora
quemaba la garganta.
En
la Villa, Carmen soltó su muñeca cuando un muro se desplomó a pocos metros. Su
abuela intentó alcanzarla, pero los cascotes la detuvieron. El grito de la niña
se perdió entre explosiones.
La
tercera bomba cayó en el parvulario de las Escolapias. Por un azar del destino,
todavía estaba cerrado. La Madre Superiora, cubierta de polvo, comprendió el
milagro: de haber sido unos minutos más tarde, decenas de niñas habrían muerto
entre pupitres destrozados.
Fueron
apenas dos minutos, pero a la ciudad le parecieron horas. Cuando el último
avión desapareció hacia el horizonte, Cabra ya no era la misma.
El
estruendo dio paso a un silencio sobrecogedor, roto por alaridos y llantos. El
humo cubría las plazas como una neblina irreal. El aire olía a hierro candente
y a ceniza.
María,
herida en el rostro, buscaba desesperada a su hija entre los escombros. Encontró
su zapatito, cubierto de polvo. Gritó su nombre una y otra vez, sin respuesta.
Antonio
trataba de levantar a un compañero. «Aguanta, que te saco de aquí», repetía,
aunque sabía que la vida se le escapaba entre las manos.
La
Madre Superiora, de rodillas en el patio cubierta de cascotes, rezaba entre
lágrimas. Había salvado a las niñas, pero no podía apartar de su mente el
clamor de la ciudad herida.
En
la Huerta de la Pollina, una familia entera, los Guardeño Guardeño, quedó
sepultada bajo una bomba que los borró del mapa en un instante. Seis vidas
apagadas en silencio, como si nunca hubieran existido.
El
balance fue insoportable: 109 muertos, más de 300 heridos. Decenas de casas
destruidas. Familias enteras desaparecidas. El dolor se extendió por todas las
calles, como una sombra imposible de disipar.
Cabra
no era frente de guerra. No había cuarteles ni tropas extranjeras, solo vecinos
que habían salido al mercado, niños que jugaban en las calles, jornaleros que
esperaban un jornal. Nadie entendía por qué el cielo se había abierto sobre
ellos con tanta furia.
Con
el paso de las horas, los egabrenses improvisaron ataúdes. Cargaron cuerpos en
carros, cubiertos con mantas, mientras las campanas doblaban sin descanso. El
llanto de madres, el lamento de esposas, el silencio de los huérfanos quedó
grabado para siempre en la memoria de la ciudad.
En
el resto de España, la guerra seguía. El bombardeo de Cabra apenas ocupó unas
líneas en los periódicos de la zona nacional. En el extranjero, nadie habló de
aquella masacre. El mundo entero recordaría Guernica, inmortalizada por
Picasso, pero Cabra quedó en el silencio, como si sus muertos no merecieran
memoria.
Sin
embargo, para los que lo vivieron, aquel día marcó un antes y un después. La
guerra, que parecía lejana, se había convertido en ceniza en las manos.
Hoy,
más de ocho décadas después, Cabra sigue recordando. Cada 7 de noviembre, el
pueblo evoca aquella mañana en la que la muerte cayó del cielo. En las calles
aún resuena el eco de los gritos, y en los silencios aún se percibe el temblor
de la tierra desgarrada.
El
bombardeo de Cabra no fue una batalla, ni un gesto militar estratégico. Fue un
crimen contra la vida cotidiana, contra la inocencia de los que solo querían
vivir en paz.
Porque
aquel amanecer roto nos recuerda que las guerras siempre se ensañan con los más
indefensos. Y que la memoria, aunque relegada al olvido de los grandes libros
de historia, permanece viva en el corazón de un pueblo que nunca olvidará el
día en que el cielo se abrió sobre Cabra.
A las 7:30 de la mañana del 7 de
noviembre de 1938, Cabra sufrió el bombardeo más devastador de su historia.
Tres bombarderos republicanos Tupolev SB-2, conocidos como Katiuskas,
descargaron sobre la ciudad alrededor de dos mil kilos de explosivos en apenas
dos minutos.
El
resultado fue terrible: 109 muertos y más de 300 heridos, la mayoría civiles
que a esa hora llenaban la Plaza de Abastos, la Villa o las inmediaciones de
las Escolapias. Cabra no era frente de guerra ni tenía objetivos militares de
relevancia. El ataque se enmarca en la estrategia republicana de dispersar las
fuerzas franquistas, debilitadas en el frente del Ebro.
Sin
embargo, a diferencia de Guernica, la masacre de Cabra quedó relegada al
olvido, eclipsada por otros episodios de la Guerra Civil y por la inminencia de
la Segunda Guerra Mundial.
Hoy,
más de ocho décadas después, la ciudad sigue recordando aquel amanecer en el
que la muerte cayó del cielo.
In Memoriam
En
recuerdo eterno de quienes perdieron la vida aquel 7 de noviembre de 1938.
Sus
nombres siguen escritos en la memoria de Cabra, donde cada campanario y cada
calle conserva el eco de su ausencia.
Aguilar
Gallero, Petra. Obrera, 68.
Alonso
Bonilla, Manuel. Soldado.
Aranda
Serrano, Rafael. Obrero, 32.
Arévalo
Camacho, Antonio. Hortelano, 66.
Ariza
Aguilera, Cristóbal. Obrero, 50.
Arriaga
Castro, Cristóbal. 50.
Barba
Cubero, José. Hortelano, 63.
Bernal
Gil, José. Cabo.
Borjas
Mesa, José. Sargento de la Guardia Civil retirado, 57.
Borrallo
Baena, Antonio. Obrero, 35.
Carabel
de la Rosa, Manuel. Soldado.
Carillo
Cañero, José, 15.
Carrillo
Ruiz, Celedonio. Obrero, 40.
Castillo
Basurte, Rafael, 8.
Castro
Arroyo, Rafael, Industrial, 43.
Castro
Montero, Antonio. Soldado.
Castro
Peña, Ana. Obrera, 48.
Cecilla
Lama, Vicente, Hortelano, 50.
Córdoba
Espinar, Antonia. Obrera, 17.
Cuevas
Salazar, Rafael. Jornalero, 60.
Cumplido
Valle, Natividad. Obrera, 21.
De
la Rosa Moreno, Francisco. 55.
Delgado
Hoyos, Manuel. Soldado.
Estacio
Muñoz, Francisco, Prisionero, 29.
Fernández
Morales, Eudardo. Soldado.
Fuentes
Jiménez, Gabriela. Obrera, 60.
García
Moral, Joaquín. Obrero, 63.
Gómez
Castro, Francisco. Hortelano, 73.
González
Agudo, Carmen. Obrera, 43.
González
Castro, Soledad. 24.
González
Guardeño, José. Obrero, 35.
Guardeño
Castro, Antonio. Obrero, 35.
Guardeño
Córdoba, Francisco. Obrero, 60.
Guardeño
Guardeño, Antonia. 21.
Guardeño
Guardeño, Antonio. 8.
Guardeño
Guardeño, Juliana. 13.
Guardeño
Guardeño, Mercedes. 13 meses.
Guardeño
Santiago, Juliana. 43.
Guerrero
Corpas, Francisco. Obrero, 73.
Guerrero
Lama, Josefa. 70.
Guzmán
Jiménez, Antonia. Obrera, 50.
Herrero
Galisteo, Eusebio. Espartero, 54.
Hurtado
Calzado, Diego. Herrero, 48.
Jiménez
Fernández Mariana. 10.
Jurado
Ceballos, Antonio. Obrero, 70.
León
Márquez, Manuel. Soldado.
López
Álvarez, Emilio. Prisionero, 17.
López
Chaves, José. Obrero, 48.
López
del Valle, Antonio. Corredor, 43.
López
Moya, Pedro. Obrero, 33.
López
Ordóñez, Josefa. Obrera, 51.
López
Ordóñez, Manuela. 40.
Maíz
Nieto, Antonio. Obrero, 56.
Manchado
Valverde, José, 65.
Medina
Grande, Manuel. Obrero, 35.
Medina
Oteros, Lorenza. Hortelana, 30
Medina
Oteros, Sierra. 21.
Mejías
de Mora, Juan. Soldado.
Mesa
Gaspar, Francisco. 53
Montero
Molina, Ángel. 11.
Montero
Molina, Antonio. 10.
Montes
Montes, Rafael. Jornalero, 45.
Montoya
Villasán, Enrique. Alférez.
Moñiz
Cecilla, Rafael. Industrial, 43.
Morales
Barranco, José. Zapatero, 50.
Morel
Soto, Carmen. 14.
Moreno
Arroyo, Antonio, 52.
Moreno
Arroyo, José, 59.
Moreno
Sabariego, Juan. Obrero, 65.
Moreno
Vilchez, Manuel. Zapatero, 41.
Morillo
Gaspar, Sierra. Obrera, 51
Morillo
Vera, Antonio. Obrero, 60.
Moro
Bonilla, Manuel. Soldado.
Muñiz
Marzo, Rafael. Obrero, 60.
Muñoz
Castro, Luis. Obrero, 16
Muñoz
Morillo, Antonia. Revendedora, 45.
Ordóñez
Castro, Manuel. Obrero, 60.
Ortiz
Flores, Rafael. Obrero, 50.
Ortiz
Gómez, Francisco. Hortelano, 42.
Payar
Ruiz, Rafael. Guardia municipal, 40.
Peña
Campos, Francisco. Obrero, 73.
Pérez
Bermúdez, Ángel. Jornalero, 36.
Pérez
Flores, Rosario. 55.
Pérez
Ruiz, Ángel. Obrero, 51.
Pocero
Valverde, Carmen.
Porras
Arroyo, Joaquín. Obrero, 55.
Porras
Bermúdez, Vicente. Obrero, 36.
Quero
Hinestrosa, Antonio. Obrero, 50.
Rodríguez
Moral, Francisco. Barbero, 45.
Roldán
Alcántara, Manuel. Hortelano, 34.
Roldán
González, Antonio. 40.
Roldán
Ortiz, Francisco. Obrero, 70.
Romero
Ramírez, Diego. Obrero, 14.
Romero
Roldán, Juan. Obrero, 60.
Rosa
Flores, Sierra. Obrera, 50.
Rovira
González, José.
Ruiz
Cuevas, Jesús. 9.
Ruiz
Yedra, Antonia. 48.
Salcedo
Pérez, Andrés. 30.
Sánchez
Sánchez, Antonio. Cabo.
Serrano
Córdoba, Antolín. 56.
Serrano
Pulido, Francisco. Del campo, 48.
Urbano
Serrano, Felipe. Obrero, 55.
Valle
Valverde, Domingo. Obrero, 56.
Vega
Benítez, Narciso. Soldado.
Zamorano
Almagro, Domingo. Obrero, 58.
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