noviembre 01, 2025

Antonio Fernández Álvarez (Escribidor de sueños)

 


Relato corto




Charlas con don José Solís

NOTA: Es un diálogo ficticio y lúcido con la estatua de don José Solís Ruiz. Mediante una conversación cargada de ironía, crítica política y humanidad. El narrador -un ciudadano cualquiera, inquieto y consciente- interpela a Solís desde la actualidad, cuestionando la permanencia de su efigie en un espacio público.

El personaje de don José, con voz propia, se defiende con humor, resignación y cierta nostalgia, dibujando así una figura que va más allá de la simple caricatura ideológica.


PRIMERA CHARLA

Una tarde cualquiera, en uno de esos paseos solitarios por el parque de Cabra —ese que todos conocen como El Paseo— me detuve, como tantas veces, frente a la estatua de don José Solís. Y por algún motivo, quizá por costumbre o por rabia contenida, le hablé.

—Buenas tardes, don José. —le dije, casi sin pensarlo—. ¿Puedo hacerle una pregunta?, que llevo haciéndome desde que se promulgó la Ley de Memoria Democrática.

—¡Dígame, joven! Aunque antes deberá aclararme: ¿qué ley es esa?

—Pues verá… no sabría muy bien explicársela del todo, porque a mí me parece una ley taimada y escrita con trazo partidista. Y me disgusta, porque creo que busca borrar un pasado y crear una fabulación sobre las bondades del otro bando, que ciertamente no se ajustan a la realidad.

—¿Pero de qué me está hablando?

—Hablo de una ley que promueve eliminar los símbolos franquistas que aún subsistan. Dice literalmente: “Retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones de conmemoración, así como todos los nombres de calles y monumentos franquistas”.

—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

—Verá, usted fue, en 1946, designado procurador en las Cortes franquistas, cargo que ocupó durante casi todo el periodo de la dictadura hasta diciembre de 1975. Fue nombrado delegado nacional de Sindicatos, aquellos que durante el régimen llamaban el Sindicato Vertical. Cierto es que, por su talante, llegó a ser conocido como “la sonrisa del régimen”. Y durante su etapa contribuyó a expandirlos y modernizarlos, alcanzando su máxima proyección. La obra sindical “Educación y Descanso” se convirtió en uno de los instrumentos más populares de los Sindicatos entre la clase trabajadora, gracias a su red de instalaciones recreativas y a sus actividades culturales. Además, fue nombrado ministro-secretario general del Movimiento en febrero de 1957, compaginando ambos cargos.

—Veo que ha hecho los deberes y ciertamente conoce mi trayectoria política. Pero sigo sin ver qué tiene que ver esa ley conmigo.

—¿No lo ve? Usted es un franquista de libro. Su monumento aquí es, cuanto menos, contrario a esa ley.

—¡No olvida algo, joven! No recuerda que, desde el 11 de diciembre de 1975 hasta el 7 de julio de 1976, fui ministro de Trabajo, formando parte del primer gobierno posterior a la muerte de Franco.

—Sí, y que usted naciera el 27 de septiembre de 1913 en esta localidad cordobesa de Cabra es, sin duda, la razón por la que su efigie sigue aquí, en este parque conocido popularmente como El Paseo, uno de los jardines públicos más antiguos de Andalucía, construido allá por el año 1848 por el alcalde José Alcántara Romero. ¡Y por qué no decirlo! Por tantos y tantos favores que no solo le deben muchos paisanos que acudían a usted en Madrid en busca de ayuda, sino también la propia ciudad de Cabra. Dicen —cuentan las malas lenguas— que el hospital Infanta Margarita, ubicado en nuestra ciudad e inaugurado el 25 de junio de 1982, y que es el segundo hospital en tamaño y relevancia de la provincia tras el Reina Sofía de Córdoba, fue usted quien logró que se construyera aquí, en Cabra.

—Ande, ande, calle, calle… No dé tanto pábulo a los chismes. Uno hizo lo que tenía que hacer, en bien de procurar la prosperidad de su patria chica. Pero no le dé más vueltas: las mentiras se tornan verdad a fuerza de repetirlas. Pero dígame: tanta perogrullada y aún no me ha hecho la pregunta. Venga, no se corte.

—Casi creo que ya me la he respondido yo mismo en mi anterior argumentación. Pero ahí va: ¿por qué cree que no han retirado su esfinge?

—Joven, no les dé ideas. Argumentos no tienen. Pero si fueran capaces… ¿usted qué haría?

—Bueno, yo les rogaría que me dejaran quedarme con su efigie. Buscaría un rincón bonito en casa, que a usted le agradara, y así podría seguir charlando con usted.

—Pues no sé qué decirle qué es peor: si aguantar su cháchara el resto de su existencia o temer que una desalmada ley pretenda retirarme de esta encantadora plaza de mi parque.

—¿Me está diciendo que no le ha agradado mi conversación?

—Más bien ha venido a inquietarme mi existencia aquí… y encima a condenarme a su plática. Jajaja.

—Bueno, don José, no se ponga usted así. Estoy seguro de que no se atreverán.

CONTINUARÁ…………

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