Estampas de la Placeta
|
Lucas Zamarriego |
Los Agustinos ¡y olé!
Alguien le habrá hablado de “Los
Agustinos”
y “usté” habrá creído que son
religiosos
frailes recoletos, buenos y
hacendados,
en vida entregados a ritos divinos.
Alguien le habrá dicho que allí hay
hermandad
y “usté” habrá pensado, sin duda,
un momento
en esos hermanos y en ese convento
que orgullo y envidia son de la
ciudad.
Pues bien, yo le invito a entrar en
clausura,
como convidado; verá que derroche
de lo que en la vida se llama unión
pura….
Véngase conmigo, que se hace de
noche.
Una plaza, una taberna,
un mostrador; Isidoro;
José María que alterna y un canario
que es un coro.
Un estanco, y allí Luisa,
Luisa es en la casa el ama,
es sencilla y es sumisa,
menos cuando le entra prisa
porque el marido le llama
para apuntar con la “tiza”
lo que pidió Antonio Lama.
Pase “usté” conmigo; aquí a la
derecha,
tras una cortina, la modesta sala,
quizá un poco corta, también algo
estrecha,
pero que a lo limpio y a lo honesto
avala.
Siéntese conmigo y escúcheme
atento.
Clávelo muy fijo para su memoria:
estamos, amigo, dentro del
convento.
¡qué digo el convento!: dentro de
la gloria.
-¿Esto es un convento?,
me pregunta serio
mi amigo el turista.
-Es un Monasterio.
Mire el Reglamento
que tiene a la vista.
Léalo y compruebe
si hay comunidad.
-Pero aquí se bebe…..
-Eso es santidad.
-Luego es una peña?
-Más bien un “Peñasco”.
Isidoro, el frasco de Elías y Leña.
Y ahora los dos juntos, pues soy
perro viejo,
y aquí su presencia pudiera alterar
lo que ya, por norma, casi es un
festejo,
con una botella detrás del espejo,
los dos muy atentos vamos a
observar….
Se descorre la cortina levemente,
movida por muy leve y frágil mano
y aparece la figura de Vicente,
que en esta noche es el primer
hermano.
Vicente es un buen hombre que en la
esquina,
Inunda la Placeta con chacina.
Se sienta en la silla,
hace su cigarro,
prende una cerilla,
se sacude el barro,
pregunta a Isidoro
si vino Manjón
y en este momento
entran por el foro,
uno con bufanda
y otro con calor.
Aquel que quema es Aranda,
el otro, el de la bufanda,
Pepe el Administrador.
Ya hay puestas tres copas
llenas, en la mesa;
se habla sobre ropas,
se anuncia “Torresa”
y en seria y sencilla manera de
hablar,
los tres agustinos se dan a libar.
Con un “Buenas noches”, que es
educación.
Y en él un poema, entra saludando,
el cuarto agustino; se llama
Fernando,
Fernando de nombre, de rama Manjón.
Aranda “interrumpe su conversación”
y Fernando, fino,
le dice al vecino
que tiene lentejas y que es la
ocasión.
Entonces Acosta, que está hecho un
negocio,
olvida a Torresa y a Lucas su socio
y a Fernando llora con el corazón;
pues es lo que él piensa, de aquí
yo algo saco,
pero le interrumpe una muy nutrida
reunión de personas que soltando un
“taco”
(porque terminaron la dura partida)
llegan al convento de la gran
reunión.
El mal humor es dos es manifiesto,
la alegría sin par hay en aquél,
la pena está en Garrido y en
Modesto,
la alegría tan solo, en Rafael.
Después los tres saldrán haciendo
eses,
sin acordarse del cruel partido,
ni quien en esta noche lo ha
perdido.
Solo Gutiérrez sabe que Meneses
fue el compañero del jugar medido.
Saludos y frases de puro ritual,
Pepe se lamenta, “estuve muy mal”,
lo que hoy me ha ocurrido no pasa
otra vez,
Modesto repite: “¡fatal y fatal!”,
“yo, desde mañana, juego al
ajedrez”.
Los “catas” correspondientes,
y las caras se tornan sonrientes.
Y en este milagro que produce el
jarro,
que a los vencedores y al vencido
aúna,
tras la cortina una tos perruna
demuestra que llega alguien con
catarro.
Los ojos fulgurantes de locura,
las facies aquineática y rosada,
el prototipo de la cara dura
con un aire de enfermo hace su
entrada.
No saluda a ninguno, cosa fea;
se va hacia su rincón, y muy
callado,
lleno de tos, de vino de disnea,
espera ser tan solo preguntado.
Pepe Garrido, que ahora está a su
lado,
habla de Pepe Luis, y él, amoscado,
aunque por pocas cosas se mosquea,
dice, entre esputos, sangre y
exudado,
¡dejadme en paz, que hoy tengo
cefalea!
Pero aunque el corazón en él galopa
y tiene veinte mil patologías,
a Isidoro reclama que su copa
venga colmada de Solera Elías;
Después al Quinisal,
al Edifeno,
al Bellargal,
y a los Alcalisales,
Andrés se llama el cazador de
males.
Más acaba de entrar Pedro Moreno,
aire de rectitud y de bondad,
que trae con su presencia a la
hermandad,
lo que no tiene Andrés y que es lo
bueno.
Con él la mezcla de la seriedad,
en la magna virtud de ser ameno,
y con él otra copa de solera
-¡Oro!... No pide “Oro”, pide de
primera.
Oro es que llama el bueno de
Isidoro,
como Pepe, tan solo hace una seña,
para pedir el vino, y no de Leña,
aunque el vino de Leña, será “Oro”.
Oro de calidad, oro en el jarro,
oro de paladar, oro brillante…
En la cortina, Navarro
y el agustino volante.
En él la ciencia distraída,
que le cura a Urbano de sus males;
en Luis Cabello la amargada vida,
que le producen los Municipales.
Navarro huele a Sulfamida,
Cabello a los sociales
Seguros
que los duros
nos cuestan a todos los mortales.
Se sienta Navarro,
se sienta el volante,
dos “catas que aumentan,
y otro viandante,
que llega sediento
ocupa su asiento
cerca de Manjón.
Este nuevo hermano,
trae tabaco habano
y tiene su abrigo
un cuarto botón.
Se llama este amigo
Psvhii… Psvhii
Manolo Rascón.
Empieza la discusión
sobre el precio de la oliva
y aún engrosa la reunión
pues que en el acto aquí arriba
el más non plus presidente
el que se por nada se arredra
es en el fútbol valiente
nuestro Presidente Piedra.
-“Muy buenas noches, señores”.
Ea ya está; buen ambiente,
el domingo el Crevillente
visita nuestros colores.
Otro copazo
y Antonio Iglesias que llega,
con él viene Paco Casas
que tras molturar sus pasas,
por fin su estómago riega,
con el líquido sedante,
“Oro” les pone delante
cantando por seguidillas
los dos catas, y las sillas
en el sitio que hay vacante.
Ya la algazara es completa,
cuando como un Serafín,
y tirando de receta,
penetra Paco Marín
que en la medicina pita.
Se sienta; y a “Oro” le llama,
pide sólo una copita,
pues espera la visita
que lo saque de la cama.
Con sombrero Calanés,
y la sonrisa en la cara,
en una mano la vara
y botines en los pies
entre bromas y cuplés,
con aire de seguidilla,
se nos presenta “Tintilla”,
que es pariente de tío Andrés.
El no tiene vicio;
mire, ni se sienta,
se bebe sesenta,
sin salir del quicio.
Eso es muy humano,
mas… entra su hermano.
No, no se moleste;
me iré muy temprano.
Tengo un mano a mano
con el Arcipreste.
Unas copas llenas,
otras ya vacías,
se quitan las penas
vienen alegrías.
Isidoro dice ¿en dónde derramo?
y aquí pongo “Leña”, y aquí pongo
“Elías”.
Entran por la puerta Don Manuel
Megias
Con voz muy potente, con voz de su
amo.
Si el uno es conocido el otro es
popular,
si Don José es la llave, Megias
ejemplar.
Dos copas, Isidoro, que tiene que
llenar.
-¿Quiénes aquel muchacho callado
que no le he visto entrar y se ha
sentado;
pero por todos él se ha levantado
para su silla ofrecer, con gran
firmeza,
no me lo ha presentado?
-¡Qué torpeza
se lo debí de presentar,
es lego y se da al libar.
Por beber y por ser fino;
es aspirante a Agustino
y se apellida Jodar.
-Luego hay legos?...
-Los precisos
en toda sana ordenación;
pero contemple la reunión
es el momento de escuchar.
Fíjese V. en Pepe Garrido,
ahora a Isidoro va a llamar.
“Oro” estoy desecho,
me encuentro sediento, mocho,
mocho, mocho,
y mientras furioso, se desgarra el
pecho,
se toma diez tapas todas con su
ocho.
Manolete, Pepe Luis;
Carbón, le pone una multa,
que si el Fondón le sepulta
que si es el mejor anís;
que si en Coria se ganaron
que si Luz en “Vista hermosa”
que si la segunda fase
que qué mujer más hermosa.
Alguien habla de una herencia;
que debe dejar Urbano,
una frase, una sentencia
del “muo”, que es mal hermano;
y entre bromas y veras y verás?
y entre Navarro sujetar sus gafas,
van consumidas ya sus dos garrafas
cuando llega alegrete, el buen
Tomás.
“He dicho que no y basta”, grita
Pepe,
no consiento que me hagas este feo
de eso se más que puede saber Lepe
eres, Andrés Urbano, un gran
Pigmeo.
Cabello se aparte; se ríe Modesto;
Isidoro suda, y Luisa echa el resto
apuntando tapas y apuntando copas.
Se retorna a López, a hablar de sus
ropas,
y entre veinte voces distintas se
escucha,
con aire de payo que es aire
andaluz,
anda hoy desembucha
durmiendo te gano, más claro la
luz.
-¡Qué sana alegría!
se lo dije a usted
-¿Y esta algarabía….?
-durará aún un rato;
sólo son las diez.
-Y ¿esto es a diario?...
-Sólo siete días en cada semana,
que es lo necesario.
La reunión se afana
en que no haya envidias en el
calendario,
-más mire un momento:entra el Secretario
y me sale barato.
ahí fuera se escucha ya su clara
voz
serio en apariencia
en leyes es ciencia
Moreno La Hoz.
Pero viene tarde; quizá de pleito,
pues la abogacía tiene sus reveses;
si viene a estas horas, de seguro
creo
que ha “estao” de pleito, pero con
Meneses….
Que si el Secretario llega aquí a
las diez
y hace que esta noche el vino lo
cate
es porque ha sufrido del duro
ajedrez
la enorme caída de su rey por mate.
-¿Ya están todos?
-No señor;
faltan dos que nunca vienen;
¡y sin vino se sostienen!:
uno de ellos el Prior,
el Prior es Don Francisco
Aranda, una gran persona,
Según él está hecho un cisco,
Y el vino le desentona.
-¿Está enfermo?
-No lo crea;
tiene miedo y eso es todo
de que aquí no se le vea
reír y empinar el codo.
El otro es Juanito Ruiz
también hombre muy formal,
que sin tener ningún mal
no viene aquí a ser feliz.
Son hermanos sin clausura,
de lo que es la blanca hora.
Mas para nuestra ventura
viene Don Buenaventura
del brazo de Manuel Mora.
Son legos de una constancia
del convento y el beber
que se les debe de hacer
Agustinos, sin instancia.
El primero es Director
de un banco de mil resortes:
Manolo, procurador
de las Españolas Cortes.
Y los dos, como verá,
Procuran esparcimiento:
-Amigo, qué bien se está
en este raro convento!
Pregúntele a Don Miguel
Rodilla, que muy pausado,
poco a poco, se ha adentrado
en este alegre tropel.
A él que no le gusta el vino,
viene a olvidar los dementes
por estar entre estas gentes
que le hacen perder el tino
y tomase un cata que otro.
Igual que el señor Merino,
Don Vicente, que constante
viene de muy buen talante
muy educado y muy fino,
y que se bebe su cata
como Agustino honorario;
y como ellos a diario,
ante Luisa se retrata.
-Y usted ¿qué hace aquí?
-Yo, nada
lo
mismo que los demás,
es decir, hago algo más:
Si alguno pide una tapa,
que la buena Luisa trae,
perdido si se distrae
ésta pues se escapa.
Solicito que de Baco
traiga Isidoro la esencia
y aguanto con gran paciencia
que alguno saque tabaco,
digo alguna tontería
Le doy consejos a Urbano;
charlo con José María;
y en pagar poco me afano.
Me gusta ver a Garrido,
enfadado por los toros,
espachurrarse el oído
y con Modesto hago coros.
Cerillas y siempre pido,
y así, amigo paso el rato,
salgo comido y bebido
-Mas, fijese; se levantan;
cada uno se gradúa,
si no existe pulso y púa.
Mire cómo se adelantan
y mire cómo allí sola
Luisa se quita la cola
que va dejando el dinero,
sin tanto de camarero
y compases de gramola.
Después la sala vacía:
silencio; la soledad;
y a esperar el nuevo día que traiga
algarabía
de la perfecta amistad.
-Conque ¿qué me dice “usté”?
-Permita que le bendiga
por el rato que pasé,
y permita que le diga
¡Los Agustinos! ¡y olé!
FIN