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Rafael Rodríguez (Patillas) |
Poderosa y
Santísima muerte
Cuando la gente llega al campo santo, las puertas están
cerradas dentro un fraile con la capucha en la cabeza, tiene en las manos un
escrito enrollado.
Las demás Ánimas estarán en distintos lugares del
cementerio. Cuando se abren las puertas: el fraile o Ánima ya no está solo, hay
otro alumbrando con un farol con una vela. Se abre la puerta.
Ángel de Dios todopoderoso y Omnipotente, creedor del
cielo y la tierra,
Santísima que veneras por todos los que acudimos a ti,
que cuidas y proteges
con tu santa bondad. Al arrepentido enfermo y consuelas
al triste, ángel que
está siempre escuchándonos que con tu manto nos cubres y
nos liberas
de todo lo que nos atormente.
¡Escúchame Santa muerte! Me arrodillo ante ti. ¡Oh
Santísima muerte!
Con tristeza y angustia de algo que no me permite estar
tranquilo y por eso
acudo a tu luz para buscar consuelo en ti, deja pasar a
estos visitantes
pero que no se perfumen de ti. ¡Prometido! ¡Pueden pasar!
aquí todo es paz
aquí sobran los gritos,
aquí nadie pide más
aquí rodeados de cipreses
y de flores para adornar,
aquí son todos, y los que no son nada
aquí todos son difuntos con sus nombres
en lápida.
que en dos mil penas andáis batallando
si mi mal os es notorio,
bien veréis que en gloria estáis descansando.
Las Ánimas del purgatorio,
a por ti vienen amor,
tú que para mí has muerto
que te lleven al sueño eterno,
yo viviré con mi desengaño
y las Ánimas del purgatorio
que mi muerte siga esperando
porque en este desvarío
que por ti estoy pasando
y así quiero que pase año tras año
las Ánimas del purgatorio
que antes que recibamos
la llamada del sueño eterno
antes de ser solo eso
cenizas… o hueso…
que la memoria sea de los gusanos
y el baúl de la muerte
juegue con nuestros recuerdos,
gastemos el amor
puliendo cada rincón
de placer y organos
de nuestros cuerpos,
antes de que seamos
solo eso… cenizas… o hueso…
os lo dice un Ánima del purgatorio,
no hagáis el memo
que después de la vida
solo somos eso: cenizas… o hueso…
la venda de la
ceguera, esa que no deja ver
los ojos de la
vida.
Y es que entre la vida y la muerte hay un abismo
tan profundo que es mejor no verlo.
Yo llevo la venda del amor ciego
llevo la venda de los que no ven más allá de la frente
llevo la venda de los que tropiezan dos veces
en la misma piedra y después les sirven de lápida,
llevo la venda para no ver las barbaridades
que hacen la humanidad, para no ver el desprecio
de unos hacia los otros, yo llevo la venda de todos esos
perdedores que son muertos vivientes,
y es que hay tanto mal en la vida,
que llevo una venda en el corazón
para no ver su sufrimiento, pero os recuerdo una cosa:
que yo seré vuestro lazarillo, aunque tenga una venda
yo ando por los campos santos porque llevo tanto
tiempo en ellos, qué me los sé al dedillo.
La muerte tiene una venda para que no vean
Los vivos lo que es la muerte.
otro la vida, el peso de la vida es un peso doloroso,
amargura,
sufrimiento, dolor, pero es la vida, y la vida también
es gozo, amor, amistad, libertad, todo es vida desde el
agua,
el aire, la tierra todo lo que es en sí, es la vida.
Pero cuando se termina la vida se termina todo lo
anterior dicho,
la balanza se inclina hacia el otro lado del peso,
y este peso aunque no pesa nada, pesa más que la vida
os lo digo yo que soy la balanza de la vida y su Ánima,
y Ánima del tiempo, y mi peso la oscuridad, la tiniebla
ceniza
polvo, cuando se llega a este peso la balanza se inclina
hacia la muerte, y entonces llega la hora del tiempo,
como
este reloj de arena, cuando la arena está arriba es el
tiempo
de la vida, que es el tiempo que duran los granitos de
arena
en caer en la parte de abajo, que es la muerte.
Observaréis
que jamás la arena sube hacia arriba tienes que inclinar
el reloj y vuelta a empezar, como la vida y la muerte
y siempre lo mismo.
Aprendeos esta máxima:
Todas la horas cuenta, la última mata.
¡Ay! La muerte que
yo represento es la peor de todas,
porque tengo que
llevar la guadaña
que siega la vida,
la guadaña bien afilada:
que hay un enfermo terminar, con la guadaña al hombro
y sobre él me
tengo que pasear,
la tengo que llevar bien visible por todo el mundo.
Huelo un accidente, una epidemia, una desgracia,
todo lo que huelo, huele a muerte, y allí tengo que estar
con la guadaña presente.
Procuro que no me vean, pero es imposible hacerme
invisible,
yo, que soy el Ánima con menos ánimo tengo que ir siempre
con la guadaña al hombro, en busca de vidas sin consuelo,
errante camino. (Al público) ¿Quién será el próximo?
(Marchándome con la guadaña al hombro.) Tener en cuenta
Una cosa: que la vida es un espejismo guadañera.
Ser el Ánima de los cipreses, ¡claro como yo en vida fui
jardinero!
Tengo que estar en todo momento vigilante, el ciprés
símbolo de cementerios, si ustedes supieran como silban
en pleno invierno
y sobre todo por
la noche, que a mí mismo me da miedo,
(¿Al público? ¿Si alguien quiere tener esa experiencia?
yo les invito a ello. (Miro a los asistentes) ¡Bueno
mejor no!
Los cipreses tienen su simbología mística, y un poco de
mágica
de tiempos remotos, parece ser que los cipreses se
plantaban
en los cementerios porque su raíz va hacia abajo recto y
no
para los lados, y las almas de los difuntos trepaban por
las raíces
hacia la copa de los cipreses y de ahí al cielo.
Pero yo creo que eso son historias para no dormir, yo que
soy
el Ánima de los cipreses y su jardinero, los cipreses se
plantaron
a mí parecer porque son muy altos, hojas perennes
y necesitan muy poca agua, dicho esto sigo con mi tarea.
(Me marcho haciendo el silbido del viento)
¡para todos los gustos! Yo mismo que soy el Ánima de las
lápidas
voy haciendo un registro sobre ellas, …y me encuentro
cada cosa…
y en cada cementerio, desde tumbas comunes hasta tumbas y
columbarios
lujosos, y no se dan cuenta que a los muertos les sobra
todo eso.
Hay ejemplos por nombrar algunos: no te lloro amigo
querido
que muchos momentos gozaste con porción de penas, Filetas
de Cos
poeta griego escribió este epitafio: A quien jamás
ofendiera la pura justicia
divina mato el rey de los persas arqueros, no
abiertamente con lanza
en sangriento combate más mediante un traidor que
engañarle supiera.
Aristóteles le escribió a un amigo este epitafio para
conmemorar a un amigo:
Esta sepultura contiene todo lo que fue mortal. Otro
poeta inglés escribió
esto para el mismo: que mudos pasos traes ¡Oh muerte
fría! Pues
con callados pies todo lo igualas, que verdad dijo este
poeta, días pasados
pusieron este: no me traigan gusanitos, ya tengo. Como es
imposible
escribir todos los epitafios, me voy buscándolos por
doquier y que
la muerte quiera que tardéis muchísimo tiempo en leer el
vuestro.
(el Ánima de las lápidas se marcha).
Diluirse como azúcar en el mar inmenso de tu gloria
es lo que anhela impaciente e inquieta el alma mía
marchitando así la muerte su poder y su victoria
alcanzar con ello una vida más alta y menos fría.
Alejarse así de una vida fugaz e intransitable
donde no se halla ni una senda segura y conocida
ni camino sereno, tranquilo y agradable,
que nos lleve a alguna dicha que sea apetecida.
¡Oh muerte! No te goces si me hundes con tu lanza;
con tu zarpa, si me hundes no te goces, no te goces
pues con ello me elevas a otra vida que es más alta,
que, por un atisbo, tú ni sospechas ni conoces.
¡Oh insigne eternidad! ¿Qué me deparas? (Se marcha del
lugar)
Una en el lado derecho, y otra fila lado izquierdo, con
la capucha.
Sobre la cabeza y una vela encendida en la mano)
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