noviembre 01, 2023

Relatos de Cabra


Título: 7 de noviembre 1938, la barbarie olvidada de un bombardeo inútil.

Por: Antonio Fernández Álvarez
(escribidor de sueños)

El 7 de noviembre es una fecha luctuosa, grabada en el corazón de los egabrenses, cada año conmemoramos el aniversario del bombardeo de Cabra.

Cabra, una ciudad alejada del frente activo, pues éste se encontraba a más de 1000 km., sin medios de defensa y cuando estaba a punto de acabar la guerra, es bombardeada sin piedad por tres aviones republicanos. Sin embargo curiosamente, la masacre sufrida por este bombardeo, es el hecho más desconocido de todos cuantos se produjeron en nuestra última guerra civil española. Siendo sus cifras: 109 muertos, y más de 200 heridos, comparables con las del bombardeo de Guernica. La repercusión mediática del bombardeo egabrense es tan escasa, que incluso parece querer ocultarse, duele las distintas varas de medir según quienes sean los protagonistas de unos u otros hechos.

Esta es mi pequeña aportación para no olvidar un hecho tan luctuoso y de paso recordar a protagonistas reales que como veremos en este relato sufrieron sus consecuencias, eran familiares de mi mujer o míos.

Viviremos con los protagonistas las tres peores consecuencias del bombardeo. La de la muerte, cruel para todos los que la sufrieron como consecuencia del mismo, la de los heridos que de una manera u otra trastocaron su vida, poniendo en peligro no solo su salud, si no su hacienda o su modo de vida. Y por último, aquellos que tuvieron la fortuna de no sufrir en su carnes ni el horror de la muerte ni sufrir mayor herida que lamentar desde la distancia el salvajismo de un bombardeo contra la población civil.

El horror de la muerte

El niño Jesús Ruiz Cuevas, (tío de mi mujer), había acudido a comprar batatas, acompañando de su padre a la plaza del mercado. De saber que serían sus últimos momentos de vida, seguramente hubiese renunciado a ir a por tan delicioso manjar, que le encantaba.

Solo escuchó un ensordecedor ruido, eran las 7,31 minutos de la mañana del 8 de noviembre de 1938, aún no había cumplido los nueve años de edad. El ruido provenía de tres aviones republicanos modelo soviético Tupolev SB-2, más conocidos como “Katiuskas” unos aparatos fabricados desde 1936 y conocidos por su ligereza y rapidez, su tripulación era totalmente española. En escasos cinco minutos Dejaron caer una veintena de bombas, que provocaron no solo su muerte, sino la de 109 personas más, así como 200 heridos. Arrasaron el centro de su pueblo, Cabra (Córdoba) en pleno corazón de lo hoy conocemos como la subbética. Las bombas cayeron sobre la plaza del mercado, y en especial en el barrio obrero de la villa. Casi 2000 kilos de bombas de diverso tamaño: 15, 70, 100, 250 y 500 kilos dejaron caer, lo que provocó la magnitud de la masacre. La bomba de mayor tamaño cayó en el Mercado, la que acabaría con su vida y con las de 35 personas más en el acto y otras 14 posteriores a consecuencia de las heridas causadas. Mujeres, niños, hombres. En el mercado de abastos egabrense en ese momento se hallaban numerosos campesinos no solo de la población sino de toda la comarca, era día de mercado semanal.

El resto de los muertos y heridos se podían encontrar en el destrozo ocasionado por otra bomba similar que detonó en la esquina de las calles Platerías y Juan de Silva, y en las que arrojaron en el barrio de la villa.

Su cadáver como el de otros muchos fue trasladado en carrillos y con capachos a los hospitales donde eran amontonados. Su hermana Angelita que colaboraba con la cruz roja de voluntaria descubrió con horror cuando levantaba las mantas que cubrían los cadáveres, su pequeño cuerpo yacente.

Si el protagonista de ese breve relato sufrió el horror de la muerte, su historia es tan cierta como la que voy a contar ahora. Sus protagonistas reales, en este caso el abuelo de mi mujer y mi bisabuela, así como el resto de más de 200 heridos que sufrieron esta crueldad.

La desventura de los heridos

Mi bisabuela Vicenta Chacón Pérez, tenía un puesto de frutas y hortalizas en el mercado, había madrugado más que otros días ya que era día de mercado semanal y acudirían más gentes de otras poblaciones, mi madre Emilia Álvarez Muñoz que contaba con tres años de su edad y su hermana Vicenta (conocida por todos como Pepa, contaba con nueve años), estaban en el puesto con su abuela. Mi abuelo Antonio Álvarez Escalera, acababa de llevar un saco de calabazas al puesto de su suegra, había venido desde las huertas de alcantarilla con él al hombro. Cogió en brazos a la más pequeña, fueron a comprar churros y salieron del mercado para desayunar en casa. Ésta se encontraba en el número 16 de la calle Norte.

En la esquina de la calle Córdoba con la calle Norte oyeron el ensordecedor ruido, y rápidamente corrieron para refugiarse en la casa. En ese preciso instante, el puesto de mi bisabuela era destruido y ella resultó herida por metralla en su glúteo.

En otro lugar en el mercado, el abuelo de mi mujer Rafael Ruiz López, con un brazo destrozado por la metralla no pudo abrazar a su hijo Jesús de 8 años que yacía en el suelo. Pero su desgracia fue más dramática cuando los facultativos que le atendieron pretendieron cortarle su brazo. Un obrero con trece hijos cuyo medio de subsistencia para toda su familia eran sus manos.

Los protagonistas reales del siguiente relato tuvieron la suerte de poder contarlo. Esta otra historia real créanme, que a modo de crónica del ese hecho tan luctuoso os cuento en este relato, me la contó mi suegra María Isabel Lardín Herrera. Su padre sentenció con dos palabras el salvajismo del bombardeo.

Crueldad y bestialidad  a una ciudad alejada del frente activo

En el cortijo Rivero propiedad de D. Domingo Montes, su mujer Dolores estaba desayunando. El estruendo de los aviones republicanos Tupolev SB-2, que acababan de pasar le hizo levantarse de la mesa y con la taza del café con leche en la mano corría nerviosa de un lado para otro de la casa sin saber muy bien lo que hacía, todo le hacía presagiar lo que unos minutos más tarde sucedió. 

Rápidamente el humo que se veía proveniente de Cabra tras los bombardeos a pesar de que dicho cortijo se encontraba a más de tres kilómetros de distancia, preocuparon enormemente a Don Juan José Lardín Romero que trabaja en el cortijo y que dejando sus aperos de labranza corría hacia la casa diciendo: "Adiós Cabra". "Adiós Cabra".

Poco después mucha gente que despavorida abandonó la ciudad, se refugió en ese cortijo. La masacre ya se había consumado. La barbarie olvidada de un bombardeo inútil que el 7 noviembre de 1938 a las 7,31horas de la mañana dejó 109 muertos y más de 200 heridos. Un bombardeo que no tuvo un Picasso, que ha sido desconocido para gran parte de la opinión pública.

Fotos del bombardeo de Cabra






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