"Habemus Gaviotas"
(Cuento)
En lo más alto del Vaticano, justo sobre la chimenea donde el humo papal anunciaba al mundo quién sería el nuevo Pontífice, había una familia de gaviotas que se habían hecho el mejor mirador de Roma: los Gaviotíni.
Don Gavioto, su esposa Doña
Gaviotína y el pequeño Plumín - que aún
no sabía volar del todo - llevaban días acampados sobre las tejas sagradas
esperando el famoso " humito."
Eran expertos en cónclaves... aunque más por las sobras de pan bendecido que por teología.
- ¿Ha salido ya el humo, mamá? - preguntaba Plumín cada cinco minutos.
- ¡Que no, hijo! Eso sigue siendo incienso del ángelus.
Tú quiero y no te tires por el borde - respondía Doña Gaviotína mientras te colocaba una pluma suelta de su ala con dignidad papal.
Don Gavioto, muy digno él, llevaba unos binoculares robados de un turista alemán y un pequeño cuaderno donde anotaba los posibles papales: " El italiano de cara seria, el gordito con voz de ópera, el que se parece a mí primo Luis"...
- Yo apuesto por el que lleva los zapatos rojos - decía con convicción –
Este tiene cara de que sabe de palomas... y eso siempre es buena señal.
Pasaban los días y ni humo negro ni blanco ni nada. Solo algún dron molesto y un par de selfies de cardenales despistados. Doña Gaviotína empezaba a sospechar que estaban jugando al parchís en vez de votar.
- Mira, como no fumen hoy, me bajo a la Plaza y me uno a las palomas, ¡que al menos ellas tienen migas de pan!
Pero justo cuando Plumín intentaba imitar el " Amen " con su chillido
agudo, ¡zas! ¡Una humareda
blanca salió disparada de la chimenea!
- ¡Es blanco! - grito Don Gavioto emocionado –
¡Tenemos Papa!
- ¿Y cómo se llama, papá? - chilló Plumín, aleteando con torpeza.
- ¡León XIV! - respondió Doña Gaviotína, que ya tenía oído fino para las campanas y la voz del maestro de ceremonias.
Plumín se quedó
pensativo.
- ¿León? ¿Y no se comerá a las gaviotas?
- ¡No, hijo! ¡Es un papa, no un felino! - suspiró Doña Gaviotína mientras le daba un pequeño picotazo cariñoso.
Y así,
entre campanas, aplausos humanos y aleteos caóticos, los Gaviotíni alzaron el
vuelo como si también ellos acabaran de ser bendecidos. No sin antes dejar, eso
sí, un regalito blanco y oloroso en la
chimenea... como buena tradición gaviotil.
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