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José Fernández Álvarez (Jota Efe A) |
"DIOS GUARDE A OSTE"
Muchos hemos usado en alguna
ocasión está fórmula de saludo y muchos empleamos esta u otras frases de
salutación, las más de las veces, rutinaria o protocolariamente aun cuando
quizá sin observar y/o atender tácitamente al hecho de que saludar a otros con
el deseo de bendición individual o colectiva (buenos días nos dé Dios)
es acaso expresión suprema de la solidaridad, virtud evangélica por
antonomasia.
Fernando Díaz Plaja en su
humorística obra “El español y los siete pecados capitales”, radiografía
incomparable de los usos y costumbres de los españoles, nos dice que “la
familiaridad de los españoles con la religión deja estupefactos a muchos
extranjeros. Para empezar, el segundo mandamiento “no emplearás el nombre de
Dios en vano” parece totalmente inútil al católico español, que casi nunca lo
emplea de otra forma. Pero la confianza llega a más y los españoles usan la
nomenclatura de la religión para las más profanas de las situaciones”.
La emigración latinoamericana ha
traído a España el saludo directo de “¡Bendiciones!”. Bueno, lógicamente
aceptable y similar en cuando al mismo deseo colectivo de atribuir a Dios la
bondad del día que amanece o encomendarnos a Él para la jornada que nos vendrá
por delante. Pero para nuestra cultura, más allá de la imparable incorporación
de extranjerismos en todas las lenguas, siendo discutible su enriquecimiento o
empobrecimiento, semejantes expresiones no cuelan ni con calzador, resultando
más bien una burda banalización.
Atendiendo al objeto de este
artículo-reflexión sin ánimo de catequizar (adoctrinar, evangelizar, predicar,
convencer, persuadir, enseñar, instruir), me admira, como dice Beinhauer en su
prólogo a El Español coloquial de Dámaso Alonso, “el número de
expresiones que utilizamos en el habla coloquial” y en particular la cantidad
de expresiones “religiosas”, que utilizamos, tan enraizadas en nuestras vidas,
expresadas gratuita e ¿irreverentemente? O no, a lo mejor solo
irreflexivamente.
Y es que partiendo del sencillo
“Buenos días”, tópico y típico donde los haya, incrementando hasta el “Buenos
días nos dé Dios”, muletilla que puede sonar de cartilla de urbanidad,
donde puede incluso percibirse cierta musicalidad, hasta “A la paz de Dios”,
fórmula arcaica o más propia de ambientes campesinos, podemos encontrarnos con
una gran cantidad de saludos y despedidas de carácter “religioso”, bien por su
significado, por la intención del que las emplea o de alguna manera
relacionados con lo espiritual, fruto del inmenso caudal de giros y formas que
componen el lenguaje conversacional con el que nos comunicamos habitualmente.
También se pueden incluir en tal relación
las que se formulan con alguna profundidad piadosa, las que se pronuncian
mecánicamente y, ¿por qué no?, las pretendidamente humorísticas mientras no
rayen la blasfemia.
Cierto
es que en ocasiones los “Buenos días”, “Buenas tardes” o “Buenas
noches” son proferidos como expresiones rituales habiendo perdido todo
contenido religioso, expresando las más de las veces la calidad de la mañana,
del atardecer o de la noche que se aproxima, esto es, afirmando que son
espléndidos, al menos para quien así se lo dice a un interlocutor al que a lo
mejor pueda parecerle todo lo contrario. A este respecto hay que añadir que
este conjunto de palabras, admitido como pretendido saludo (a veces solo se usa
el “Buenas” como salutación), es incluso sustituido según en qué
ambientes y/o familiaridad por una simple elevación de la cabeza, de los ojos o
de cualquiera de las manos. En definitiva, no siempre saludamos de la misma
forma, ni a todas las personas por igual.
Y
de los adioses, ¿qué decir? Está el simple “Adiós”, categórica despedida
sin más pretensiones ni ostentación. Pero también el “Con Dios”, ya con
marcada intención de carácter religioso; la más extensa y completa expresión “Adiós,
hasta mañana, si Dios quiere”; el “Ve
con Dios” o el “Dios te guarde”.
Parece significativo que si en las locuciones de saludo se formulaba un
deseo suplicatorio, en las de despedida se expresa la sumisión del hombre a la
voluntad divina, o se invoca la protección de Dios. Pudiérase decir, un poco
apurando, que en las despedidas hay un sentimiento quizás más profundo que en
los saludos y que, cuanta más familiaridad nos una con quien o de quien nos
despedimos, más se nos mueve el alma, asumiendo todo lo que de poético ello
pueda suponer.
Pero
no solo de saludos y despedidas vive el hombre en su relación con los de su
especie. Y así, a lo largo de un día y según vayan surgiendo los
acontecimientos de la jornada, proferimos una serie de tópicos también de
carácter religioso de extraordinaria riqueza y variedad que nacen espontáneamente
por fuerza del sentimiento.
Situémonos en ambiente:
supongamos que nos ocurre un revés inesperado como por ejemplo que bajamos a la
cochera, abrimos el coche (a distancia), nos sentamos en el lugar del piloto,
nos
se pueden incluir en tal relación
las que se formulan con alguna profundidad piadosa, las que se pronuncian
mecánicamente y, ¿por qué no?, las pretendidamente humorísticas mientras no
rayen la blasfemia.
Cierto
es que en ocasiones los “Buenos días”, “Buenas tardes” o “Buenas
noches” son proferidos como expresiones rituales habiendo perdido todo
contenido religioso, expresando las más de las veces la calidad de la mañana,
del atardecer o de la noche que se aproxima, esto es, afirmando que son
espléndidos, al menos para quien así se lo dice a un interlocutor al que a lo
mejor pueda parecerle todo lo contrario. A este respecto hay que añadir que
este conjunto de palabras, admitido como pretendido saludo (a veces solo se usa
el “Buenas” como salutación), es incluso sustituido según en qué
ambientes y/o familiaridad por una simple elevación de la cabeza, de los ojos o
de cualquiera de las manos. En definitiva, no siempre saludamos de la misma
forma, ni a todas las personas por igual.
Y
de los adioses, ¿qué decir? Está el simple “Adiós”, categórica despedida
sin más pretensiones ni ostentación. Pero también el “Con Dios”, ya con
marcada intención de carácter religioso; la más extensa y completa expresión “Adiós,
hasta mañana, si Dios quiere”; el “Ve
con Dios” o el “Dios te guarde”.
Parece significativo que si en las locuciones de saludo se formulaba un
deseo suplicatorio, en las de despedida se expresa la sumisión del hombre a la
voluntad divina, o se invoca la protección de Dios. Pudiérase decir, un poco
apurando, que en las despedidas hay un sentimiento quizás más profundo que en
los saludos y que, cuanta más familiaridad nos una con quien o de quien nos
despedimos, más se nos mueve el alma, asumiendo todo lo que de poético ello
pueda suponer.
Pero
no solo de saludos y despedidas vive el hombre en su relación con los de su
especie. Y así, a lo largo de un día y según vayan surgiendo los
acontecimientos de la jornada, proferimos una serie de tópicos también de
carácter religioso de extraordinaria riqueza y variedad que nacen espontáneamente
por fuerza del sentimiento.
Situémonos en ambiente:
supongamos que nos ocurre un revés inesperado como por ejemplo que bajamos a la
cochera, abrimos el coche (a distancia), nos sentamos en el lugar del piloto,
nos ponemos
el cinturón de seguridad, colocamos la llave en su lugar correspondiente y, ¡Adiós!,
el coche no arranca. Pues eso ¡Adiós! o ¡Vaya por Dios!, esta
última como más de resignación, la primera de fastidio o “cabreo”. Y eso si no
decimos un ¡Por Dios, otra vez al taller! o ¡La Virgen!, expresado como una jaculatoria sólo en el
mejor de los casos. Otras veces, según devoción o estado de ánimo se acompaña
al nombre de la Virgen alguna advocación de lugar o de especial veneración: ¡Virgen
Santísima!, ¡Virgen de la Sierra! o ¡Anda, la Virgen, pero si
no tiene gasolina! A veces, quizá las más de las veces, la expresión utilizada
tiene un puntito de irreverencia, a lo mejor no catalogable como blasfemia pero
sin duda mal sonante para según qué oídos y en todo caso empleada como para
indicar mayor contrariedad: ¡Hostia! o ¡Anda, la hostia! Esta
interjección tratada lingüísticamente de la manera oportuna suele también
emplearse cuando la contrariedad ha consistido en un golpe dado o que se
recibe, y en aumentativo: “hostiazo”. Ah, similar expresión se usa pero
con un sentido más apreciativo o indicando calidad: ¡Eres la hostia!
Siguiendo
con un día cualquiera, al llegar al trabajo, por ejemplo, las gestiones
realizadas a lo mejor no resultan todo lo correctas que debieran y observado el
craso error cometido, ¡Santo Dios, está mal la suma!, ¡Dios nos valga,
toda la mañana y a empezar de nuevo!, ¡que Dios nos coja confesados,
como se entere el jefe! Expresiones de admiración, que imploran salvación o
protección no necesariamente todo lo pías que puedan parecer, pero ahí están y
se usan.
Como
se usa también a modo de exclamaciones interjectivas aquellas que pudiéramos
decir de atribución por aquello del reforzado gramatical que produce la preposición:
¡por el amor de Dios!, ¡por todos los
santos! (o ¡por todos los demonios!), ¡por
la Virgen!, ¡por Dios, por Dios!
Por
otra parte, cuando al compañero de al lado de nuestra mesa de trabajo le da por
estornudar, ¿a quién no se le escapa un ¡Jesús!, o ¡Jesús, María y
José!? tan tópicos y frecuentes en el lenguaje coloquial como un ¡Válgame
Dios, otra vez! o ¡Bendito sea Dios, Bendito sea Dios!, cuando pudo
ser peor y no fue. Pero es que incluso el demonio entra a formar parte con
frecuencia en el lenguaje coloquial ya que con mucha facilidad enviamos algo ¡al
infierno! si no nos favorece o pudiera perjudicarnos o simplemente por
desprecio, o nos deshacemos de algo por fútil o intrascendente ¡qué demonio,
ya no vale!
Cuando
sobrellevar el trabajo por gravoso, complicado o difícil nos causa congoja y
sufrimiento, a veces, claro, sin pensarlo, solo por decirlo, nos acogemos ha
sagrado ya que es lo más socorrido y cómo no, tanto padecimiento nos hace
exclamar: ¡qué cruz! Exagerado por supuesto, pero recurrente.
De
aquellos que nos rodean o con quienes nos relacionamos durante un día, un solo
día, no somos capaces de sustraernos de calificarlos por sus hechos, por su
forma de hacer las cosas, por su aspecto, por su aura, o porque sí y, a nuestro
parecer, fulanito ¡es un ángel!, menganito ¡es un demonio! y, a
lo mejor zutanita ¡es un cielo!, depende.
La
medida del tiempo, de alguna manera también se vincula a lo espiritual o
religioso. Todo buen cocinero sabe o por lo menos habrá visto en alguna receta
la sugerencia de dejar hervir tal o cual caldo o guiso durante el tiempo justo
de rezar bien un padrenuestro, tres avemarías o un credo. Hay otras
medidas o unidades de tiempo que empleamos a diario aunque no sea en la cocina,
por ejemplo cuando referimos que algo quedará ejecutado en un santiamén.
Es muy frecuente asimismo marcar un tiempo mayor (aun cuando sea desconocido)
para indicar que algo quedará o habrá de
estar hasta que San Juan baje el dedo, o que esto o aquello perdurará hasta
la eternidad. Y eso cuando no empleamos el
latinismo per secula secularum, que para el caso es lo mismo que decir
por los siglos de los siglos.
Juramos
o prometemos e igualmente las referencias o tópicos religiosos son de lo más
socorrido: Voto a Dios (arcaico, sí), para ponerlo como Testigo;
haciendo la cruz con los dedos al tiempo que pronunciamos un “por ésta”,
o “por todos los santos”.
Comporta
pues mucha riqueza este lenguaje coloquial unido al ingenio y sagacidad de
quien lo usa, que aprovecha el sustrato religioso tradicional y/o distintas
referencias litúrgicas (otra cosa es que las iglesias no se llenen). Pura
imaginación del pueblo y la familiaridad con los elementos religiosos que dan
pie a:
-
Ponerle
a alguien un sobrenombre: bautizarlo
-
Tragar
o aguantar lo indecible: comulgar con ruedas de molino
-
Estar
constantemente de festejo y sin preocupación: ser un viva la Virgen
-
No
escuchar atentamente al interlocutor: como quien oye misa
-
Tener
una vida de apariencia plácida: vivir como un cura
-
Estar
siempre de súplica: pedir más que un fraile
-
Estar
muy aburridos y sin conversación: como en un velatorio
-
Ser
malvado: ser un Caín
-
Sufrir
en abundancia: pasar las de Caín
-
Al
finalizar una faena: ¡Ea! Santas pascuas
-
Traicionar
la amistad: dar el beso de Judas
-
Recurrir
a algo en el último momento: acordarse de Santa Bárbara cuando truena
-
Andar
despreocupado: fíate de la Virgen y no corras
-
Establecer
un orden: primero la obligación y después la devoción
-
Estar
en constante riesgo: tentar a Dios
-
El
principio de algo o lo más grande: la Madre del Cordero
-
Ser
excesivo en lágrimas: llorar como la Magdalena
-
Algo
refinado y extenso: la Biblia en verso
-
Fastidiar
grandemente a alguien: hacerle la Pascua
-
Hablar
para nada porque no es aprovechado: predicar en el desierto
-
Exquisitez
para el paladar: bocado de cardenal
-
Reprender
grande y expresivamente: sermonear
-
Estar
triste y compungido: vagar como alma en pena
-
Tener
excesiva prisa: ir como alma que lleva el diablo
-
Complicarse
una situación hasta el extremo: se armó la de Dios
-
Crearle
problemas acuciantes a alguien: llevarle por la calle de la amargura
-
Confirmar
titularidad para bien o para mal: a quien Dios se la dé, San Pedro se la
bendiga
-
Desear
descrédito: maldita sea su estampa
-
Desear
mala suerte o algún mal: permita Dios que...
-
Realizar
una faena o un trabajo según norma: como Dios manda
-
Estar
malherido, maltrecho o desaliñado: estar echo un Cristo
-
Ser
muy tranquilo y paciente: tener más paciencia que el Santo Job
Después
de este acopio de tópicos religiosos solo espero que esta colaboración no
resulte impía, pidiendo disculpas como se dice en Carnaval (que es cuando la
empecé) si a alguien ofendí. Espero también no sea calificada en exceso de
carácter pío, (la terminé en Cuaresma).
Y
ahora sí, aun cuando al comienzo no sabía muy bien cómo plantearía el tema que
ya termino, gracias a Dios, he llegado al último párrafo que reservo
obviamente para la despedida: queden ustedes con Dios.
¿Hasta
luego?
BIBLIOGRAFÍA
EMPLEADA:
(1) “Tópicos religiosos en el español
coloquial”. RUBIO GONZÁLEZ LORENZO.
Revista FOLCKORE, nº 23, año 1982
-
“Buenos
días nos dé Dios”. MANUEL LÓPEZ.
http://www.lupaprotestante.com/blog