La esclava (congoleña)
El bombo giraba en el centro del improvisado escenario, que habían montado sus captores en la enorme nave, donde se iba a llevar a cabo un acto tan infame, deshonroso, denigrante y humillante como ruin y mezquino.
A
derecha e izquierda y situadas enfrente del tablado, cincuenta sillas plegables
de madera, servirían de acomodo a los compradores. Entre ellas un espacio
central, por el cual los raptores llevarían hasta el escenario, a quien tuviese
el fatídico número que saliese del citado bombo, cuando fuese cantado.
Las
sillas estaban ocupadas por hombres y también por algunas mujeres, cuya
villanía era notoria, no ya solo por la ignominia del acto al que asistían,
sino porque por su comportamiento cotidiano, jamás ganarían el premio a
ciudadanos ejemplares.
Al
fondo de la nave formando una fila, cincuenta chicas con un cartel que tenía
inscrito un número, colgaba de su cuello y cuyo tamaño de un folio, servía al
menos para tapar levemente la desnudez de sus senos.
Para
sus raptores eran solo mercancía que exponían, y que a medida que fuesen
llevadas al escenario, cuando fuese coreado su número, serían objeto de una
subasta para ser vendidas al mejor postor.
Cuando
vio caer la bola, antes de que su número fuese entonado, supo que su destino
quedaría a la voluntad de su amo.
Recordaba
ser llevada casi en volandas al escenario, pues estuvo a punto de desvanecerse,
cuando efectivamente fue cantado el número que la designaba.
Contaban
sus cualidades, congoleña sana, de dieciocho años y virgen, sabe leer y
escribir. Éste último comentario levantó un murmullo entre el público asistente
que entusiasmado llevó la puja hasta el máximo de las que hasta ahora se habían
celebrado.
No
recordaba cuanto duró este proceso, su mente la transportó al momento de su
rapto. Un grupo de hombres armados asesinó a sus padres y la raptaron a ella.
Su padre fue un navegante español
La
fuerte nalgada que recibió la sacó de sus pensamientos haciéndola volver a su
lamentable realidad. Se fijó entonces en su comprador un hombre de algo más de
sesenta años, de aspecto confiado, de estatura media, más bien grueso, lo que
era evidente por su prominente barriga, pelo corto bien cortado y barba tupida.
Su tono de voz seductor resultó desagradable cuando le oyó decir me has costado
mucho dinero espero que puedas compensarme por ello.
Tuvo
el detalle de quitarse la americana y echársela por los hombros, por lo que se
sintió no solo vestida físicamente, sino devuelta una humanidad perdida durante
todo este tiempo que había estado expuesta, sintiéndose solo ganado exhibido
para el comercio ejercido por los desalmados traficantes.
Salieron
del recinto y subieron a uno de los coches de caballos que había afuera, su amo
ordenó al cochero que les llevase rápidamente a casa. Durante el trayecto el
hombre la trató con paternidad y su voz seductora parecía sincera, lo que le
amoscó bastante, pero ella era consciente de que solo era un objeto más, de los
muchos que visiblemente parecía tener aquel tipo.
Aunque
en realidad poco hablaron, le preguntó su nombre, a lo que ella respondió
Tissina, ése es mi nombre, aunque mi padre me llamaba Cristina. Dicho esto,
observó como el hombre se estremeció y solo añadió que cuando llegasen a casa
le dictaría las normas con las que en lo sucesivo debía tratarle y dirigirse a
él.
Le
pareció que esto lo dijo sin ánimo ofensivo más bien pareciera que tenía que
haber como una confidencialidad entre ellos para no levantar sospechas. ¿Pero
de qué y por qué se preguntó?
El
recorrido por las calles de lo parecía ser una enorme ciudad, le pareció
tedioso y solo evocar el recuerdo de sus padres le abstraía de este
sufrimiento, que la embargaba de verse sometida a ser una esclava, un objeto al
capricho de otro ser humano igual que ella, pero que quizás solo por el color
de su piel la hacía diferente. Aunque un sexto sentido le decía que tuviera fe
en Dios. Ése
Dios
que su padre le había enseñado amar y a dirigir su comportamiento y sus pasos
en la vida en el dictado de unas normas de respeto hacia lo demás, amor y
compresión. ¿Dónde estaba ese Dios que la había abandonado? Había dejado que sus
padres fueran asesinados, que ella fuera raptada y vendida como si fuera un
animal, y ahora le presentaba un futuro de sometimiento y sumisión que como
había leído, si se revelase solo conseguiría ser de nuevo expuesta y vendida,
para hallarse en manos de otro sujeto, que seguramente su comportamiento con
ella se viese aumentado en su maldad, por el mero hecho de ser rechazada por su
antiguo amo. Eso no va a pasar se dijo para sí. ¡Dios mío porqué me has
abandonado!
¡Hemos
llegado! La voz de hombre la sacó de sus preocupaciones. Éste la ayudó a
bajarse. Le dio al colchero una dirección y le dijo que rápidamente fuese a ese
domicilio, y volviese con la persona que le estaba esperando.
Entraron
en la casa que debía haber abierto el ama de llaves que les esperaba en la
puerta. Era una mujer entrada en años, de pelo blanco como la nieve recogido en
un moño sobre la parte de
atrás
de su cabeza, delgada, y de estatura media. Más tarde comprobaría que era de un
trato agradable y casi maternal lo que sin duda le haría más llevadera su
situación. Saludó al señor con cordialidad y afecto lo que le pareció poco
inusual.
Gracias
a Dios Carlos. Me alegro, ¡ojalá estés en lo cierto! Cuanta alegría volverá a
esta casa.
Basta
María ya hablaremos más tarde, súbela a su habitación que se asee, y saca los
vestidos que vimos, pronto llegará la modista para aquellos que haya que
arreglar, aunque por sus chichas creo que le vendrán como anillo al dedo. Por cierto
su nombre es Tissina, le llamaremos Cristina como su padre.
La
anciana no pudo reprimir un suspiro de alivio y una mueca de satisfacción
cambió su cara.
Cristina
se bañó en una enorme bañera de hierro fundido, levantada sobre suelo por
cuatro patas. Le resultó agradable el baño y comenzó a vestirse con la ropa que
María le había preparado, aunque efectivamente como había predicho su amo le
quedaba perfectamente, la modista que ya estaba en la casa, corrigió algunos
detalles en hombros y mangas del majestuoso
vestido que le habían preparado. Parecía estar soñado por el transcurrir de su
vida como esclava y de momento no quería ni despertarse ni evocar el recuerdo
de sus padres fallecidos que tanto daño le hacía.
Carlos
se había refugiado en su despacho. En contra de su voluntad su hijo se hizo
oficial de marina y para el colmo un día abandonó la nave al quedarse prendado
de una bella congoleña que conoció en un puerto en que abordaron para reparar
una avería del barco.
Siempre
que le fue posible enviaba noticias a su padre, le habló de que tuvo una hija,
y que era muy feliz, pero que volvería a casa. La última carta que recibió le
hablaba del peligro de atravesar el Congo para llegar a un puerto para embarcar
con destino a España junto con su mujer e hija, ahora los traficantes de
esclavos que sabían de este provechoso negocio no tenían escrúpulos y el riego
era inminente en cualquier lugar.
Poco
después le llegó la noticia de que su hijo había sido asesinado junto con su
mujer, y que la hija de ambos había sido raptada por unos traficantes que la
traían a España.
Gastó
mucho dinero, aunque a él no le importa a Dios gracias tenía bastante, para
saber cuándo llegaría el cargamento de esclavos, y donde se celebraría la
subasta. La puja supuso una considerable suma pero no suponía un peligro para
su hacienda y estaba bien gastada si efectivamente la chica era quien creía que
era.
Cuando
la vio en el tablado supo que la belleza de la joven era calcada por la
descrita por su hijo en una de sus misivas cuando le hablaba de su joven
esposa, su elegancia a pesar de estar siendo tratada como un animal dejaba
patente un porte que sobresalía de la brutalidad de lo que se estaba realizando
con ella, y obviamente que supiese leer y escribir como se había dicho eran
Habían
pasado casi tres horas desde que llegó a la casa, fue llamada por el señor para
que acudiera a su presencia en su despacho. Bajó temblorosa las escaleras, pero
aseada y vestida volvía a ser una persona, segura a pesar de su juventud de sí misma
y dispuesta a no dejarse vejar hasta en la medida que le fuera posible sin
poner en peligro su integridad.
Entró
en la habitación, le llamó la atención que toda ella estaba cubierta de
estanterías, llenas de libros, perfectamente ordenados. Una mesa estilo Carlos
IV, servía de escritorio, del sillón con brazos forrado en piel que había tras
ella se levantó el hombre para hacerla sentar en uno de los dos sillones de
roble que había delante de la mesa. Sorprendente trato la turbó.
Pausadamente
Carlos se dejó caer en su sillón y mirando fijamente a Cristina le habló.
¿Reconoces
a este hombre, le dijo alargándole una foto de un joven vestido de oficial de
marina?
La
cara de la chica se desencajó y tornándose totalmente lívida, no pudo evitar
desmoronarse abatiéndose en un llanto que para el hombre dejaba evidente que el
desconsuelo de la mujer era la verdad revelada.
La
dejó que se calmara y cuando la joven pudo hablar dijo: es mi padre, ¿Cómo
tiene usted esta foto?
Durante
un tiempo permaneció en silencio ambos mirándose a la cara. Para los dos
parecía como si un peso se les hubiera quitado de encima. Para el hombre la
certeza de tener a su nieta en casa y para la joven la alegría de que la fe en
Dios que su padre le había enseñado a amar no la había abandonado y si era
posible lo que intuía, volvía a tener familia, aunque ésta le era totalmente
desconocida.
Pasaron
más de dos horas, la chica contándole todo lo referente a lo que sabía de su
padre. Detalles que corroboraban que efectivamente la chica eran quien él había
deseado que fuese, y para acabar con
cualquier duda que pudiera avistar el hombre en algún resquicio de sus
pensamientos, la joven retiró de sus cabellos lo que parecía ser una horquilla
con forma punta de lanza, de unos nueve centímetros de largo y en cuyo extremo
más ancho estaba grabado el escudo de la casa de su padre. Me lo regaló cuando
cumplí catorce, le dijo alargándole el objeto.
Carlos
le contó a su nieta, porque ya tenía la certeza de que lo era, todo lo que
había realizado para dar con ella y poder rescatarla de los traficantes de
esclavos. Obviamente ella sería libre aunque legamente no fuera así. Le dejó
bien claro que él no la obligaría a estar en la casa si así ella lo dispusiera,
que él la recibía como su descendiente.
Ambos
se levantaron de sus respectivos sillones, se abrazaron durante un largo rato.
De soslayo Cristina miró la foto de su padre que estaba encima de la mesa, le
pareció observar una sonrisa.
¡Cuán
diferente era todo lo que ahora le venía por vivir! Sus peores temores habían
desaparecido.
Salieron
de la habitación y Carlos muy agitado llamó a María, que en realidad era
hermana de Carlos, aunque ejercía de ama de llaves, cuando la pusieron al
corriente de todo lo sucedido, ésta abrazó a su sobrina a quien desde el
momento en que la vio entrar en casa supo que entraba un soplo de felicidad en
la misma.
La
joven Cristina se dedicó a la abogacía y junto con su abuelo Carlos el día 21
de mayo de 1851 cuando se decretó la libertad de los esclavos brindaron junto
con María el fin del sufrimiento humano que unos hombres infringían a otros
amparados por la Ley.
Unos
meses más tarde el 1 de enero de 1852 Carlos renunciaba a la indemnización que
el Estado pagaba por ser propietario de una esclava.
En
1854 tras el fallecimiento de su abuelo Cristina pasó a ser la heredera
universal de todos sus bienes.
FIN
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