julio 01, 2023

Antonio Fernández Álvarez (Escibidor de sueños)


TISSINA

La esclava (congoleña)




El bombo giraba en el centro del improvisado escenario, que habían montado sus captores en la enorme nave, donde se iba a llevar a cabo un acto tan infame, deshonroso, denigrante y humillante como ruin y mezquino.

A derecha e izquierda y situadas enfrente del tablado, cincuenta sillas plegables de madera, servirían de acomodo a los compradores. Entre ellas un espacio central, por el cual los raptores llevarían hasta el escenario, a quien tuviese el fatídico número que saliese del citado bombo, cuando fuese cantado.

Las sillas estaban ocupadas por hombres y también por algunas mujeres, cuya villanía era notoria, no ya solo por la ignominia del acto al que asistían, sino porque por su comportamiento cotidiano, jamás ganarían el premio a ciudadanos ejemplares.

Al fondo de la nave formando una fila, cincuenta chicas con un cartel que tenía inscrito un número, colgaba de su cuello y cuyo tamaño de un folio, servía al menos para tapar levemente la desnudez de sus senos.

Para sus raptores eran solo mercancía que exponían, y que a medida que fuesen llevadas al escenario, cuando fuese coreado su número, serían objeto de una subasta para ser vendidas al mejor postor.

Cuando vio caer la bola, antes de que su número fuese entonado, supo que su destino quedaría a la voluntad de su amo.

Recordaba ser llevada casi en volandas al escenario, pues estuvo a punto de desvanecerse, cuando efectivamente fue cantado el número que la designaba.

Contaban sus cualidades, congoleña sana, de dieciocho años y virgen, sabe leer y escribir. Éste último comentario levantó un murmullo entre el público asistente que entusiasmado llevó la puja hasta el máximo de las que hasta ahora se habían celebrado.

No recordaba cuanto duró este proceso, su mente la transportó al momento de su rapto. Un grupo de hombres armados asesinó a sus padres y la raptaron a ella. Su padre fue un navegante español que recaló en lo que hoy día es Matadi. Su madre le había contado muchas veces como conoció a su padre, y como ambos se sintieron atraídos desde el primer momento.

La fuerte nalgada que recibió la sacó de sus pensamientos haciéndola volver a su lamentable realidad. Se fijó entonces en su comprador un hombre de algo más de sesenta años, de aspecto confiado, de estatura media, más bien grueso, lo que era evidente por su prominente barriga, pelo corto bien cortado y barba tupida. Su tono de voz seductor resultó desagradable cuando le oyó decir me has costado mucho dinero espero que puedas compensarme por ello.

Tuvo el detalle de quitarse la americana y echársela por los hombros, por lo que se sintió no solo vestida físicamente, sino devuelta una humanidad perdida durante todo este tiempo que había estado expuesta, sintiéndose solo ganado exhibido para el comercio ejercido por los desalmados traficantes.

Salieron del recinto y subieron a uno de los coches de caballos que había afuera, su amo ordenó al cochero que les llevase rápidamente a casa. Durante el trayecto el hombre la trató con paternidad y su voz seductora parecía sincera, lo que le amoscó bastante, pero ella era consciente de que solo era un objeto más, de los muchos que visiblemente parecía tener aquel tipo.

Aunque en realidad poco hablaron, le preguntó su nombre, a lo que ella respondió Tissina, ése es mi nombre, aunque mi padre me llamaba Cristina. Dicho esto, observó como el hombre se estremeció y solo añadió que cuando llegasen a casa le dictaría las normas con las que en lo sucesivo debía tratarle y dirigirse a él.

Le pareció que esto lo dijo sin ánimo ofensivo más bien pareciera que tenía que haber como una confidencialidad entre ellos para no levantar sospechas. ¿Pero de qué y por qué se preguntó?

El recorrido por las calles de lo parecía ser una enorme ciudad, le pareció tedioso y solo evocar el recuerdo de sus padres le abstraía de este sufrimiento, que la embargaba de verse sometida a ser una esclava, un objeto al capricho de otro ser humano igual que ella, pero que quizás solo por el color de su piel la hacía diferente. Aunque un sexto sentido le decía que tuviera fe en Dios. Ése

Dios que su padre le había enseñado amar y a dirigir su comportamiento y sus pasos en la vida en el dictado de unas normas de respeto hacia lo demás, amor y compresión. ¿Dónde estaba ese Dios que la había abandonado? Había dejado que sus padres fueran asesinados, que ella fuera raptada y vendida como si fuera un animal, y ahora le presentaba un futuro de sometimiento y sumisión que como había leído, si se revelase solo conseguiría ser de nuevo expuesta y vendida, para hallarse en manos de otro sujeto, que seguramente su comportamiento con ella se viese aumentado en su maldad, por el mero hecho de ser rechazada por su antiguo amo. Eso no va a pasar se dijo para sí. ¡Dios mío porqué me has abandonado!

¡Hemos llegado! La voz de hombre la sacó de sus preocupaciones. Éste la ayudó a bajarse. Le dio al colchero una dirección y le dijo que rápidamente fuese a ese domicilio, y volviese con la persona que le estaba esperando.

Entraron en la casa que debía haber abierto el ama de llaves que les esperaba en la puerta. Era una mujer entrada en años, de pelo blanco como la nieve recogido en un moño sobre la parte de

atrás de su cabeza, delgada, y de estatura media. Más tarde comprobaría que era de un trato agradable y casi maternal lo que sin duda le haría más llevadera su situación. Saludó al señor con cordialidad y afecto lo que le pareció poco inusual.

Gracias a Dios Carlos. Me alegro, ¡ojalá estés en lo cierto! Cuanta alegría volverá a esta casa.

Basta María ya hablaremos más tarde, súbela a su habitación que se asee, y saca los vestidos que vimos, pronto llegará la modista para aquellos que haya que arreglar, aunque por sus chichas creo que le vendrán como anillo al dedo. Por cierto su nombre es Tissina, le llamaremos Cristina como su padre.

La anciana no pudo reprimir un suspiro de alivio y una mueca de satisfacción cambió su cara.

Cristina se bañó en una enorme bañera de hierro fundido, levantada sobre suelo por cuatro patas. Le resultó agradable el baño y comenzó a vestirse con la ropa que María le había preparado, aunque efectivamente como había predicho su amo le quedaba perfectamente, la modista que ya estaba en la casa, corrigió algunos detalles en hombros y  mangas del majestuoso vestido que le habían preparado. Parecía estar soñado por el transcurrir de su vida como esclava y de momento no quería ni despertarse ni evocar el recuerdo de sus padres fallecidos que tanto daño le hacía.

Carlos se había refugiado en su despacho. En contra de su voluntad su hijo se hizo oficial de marina y para el colmo un día abandonó la nave al quedarse prendado de una bella congoleña que conoció en un puerto en que abordaron para reparar una avería del barco.

Siempre que le fue posible enviaba noticias a su padre, le habló de que tuvo una hija, y que era muy feliz, pero que volvería a casa. La última carta que recibió le hablaba del peligro de atravesar el Congo para llegar a un puerto para embarcar con destino a España junto con su mujer e hija, ahora los traficantes de esclavos que sabían de este provechoso negocio no tenían escrúpulos y el riego era inminente en cualquier lugar.

Poco después le llegó la noticia de que su hijo había sido asesinado junto con su mujer, y que la hija de ambos había sido raptada por unos traficantes que la traían a España.

Gastó mucho dinero, aunque a él no le importa a Dios gracias tenía bastante, para saber cuándo llegaría el cargamento de esclavos, y donde se celebraría la subasta. La puja supuso una considerable suma pero no suponía un peligro para su hacienda y estaba bien gastada si efectivamente la chica era quien creía que era.

Cuando la vio en el tablado supo que la belleza de la joven era calcada por la descrita por su hijo en una de sus misivas cuando le hablaba de su joven esposa, su elegancia a pesar de estar siendo tratada como un animal dejaba patente un porte que sobresalía de la brutalidad de lo que se estaba realizando con ella, y obviamente que supiese leer y escribir como se había dicho eran  más que suficientes los datos para estar casi seguro. Más tarde descubrió que no solo habla su idioma natal sino que también lo hacía en castellano y latín, al igual que escribía correctamente en los tres idiomas.

Habían pasado casi tres horas desde que llegó a la casa, fue llamada por el señor para que acudiera a su presencia en su despacho. Bajó temblorosa las escaleras, pero aseada y vestida volvía a ser una persona, segura a pesar de su juventud de sí misma y dispuesta a no dejarse vejar hasta en la medida que le fuera posible sin poner en peligro su integridad.

Entró en la habitación, le llamó la atención que toda ella estaba cubierta de estanterías, llenas de libros, perfectamente ordenados. Una mesa estilo Carlos IV, servía de escritorio, del sillón con brazos forrado en piel que había tras ella se levantó el hombre para hacerla sentar en uno de los dos sillones de roble que había delante de la mesa. Sorprendente trato la turbó.

Pausadamente Carlos se dejó caer en su sillón y mirando fijamente a Cristina le habló.

¿Reconoces a este hombre, le dijo alargándole una foto de un joven vestido de oficial de marina?

La cara de la chica se desencajó y tornándose totalmente lívida, no pudo evitar desmoronarse abatiéndose en un llanto que para el hombre dejaba evidente que el desconsuelo de la mujer era la verdad revelada.

La dejó que se calmara y cuando la joven pudo hablar dijo: es mi padre, ¿Cómo tiene usted esta foto?

Durante un tiempo permaneció en silencio ambos mirándose a la cara. Para los dos parecía como si un peso se les hubiera quitado de encima. Para el hombre la certeza de tener a su nieta en casa y para la joven la alegría de que la fe en Dios que su padre le había enseñado a amar no la había abandonado y si era posible lo que intuía, volvía a tener familia, aunque ésta le era totalmente desconocida.

Pasaron más de dos horas, la chica contándole todo lo referente a lo que sabía de su padre. Detalles que corroboraban que efectivamente la chica eran quien él había deseado que fuese,  y para acabar con cualquier duda que pudiera avistar el hombre en algún resquicio de sus pensamientos, la joven retiró de sus cabellos lo que parecía ser una horquilla con forma punta de lanza, de unos nueve centímetros de largo y en cuyo extremo más ancho estaba grabado el escudo de la casa de su padre. Me lo regaló cuando cumplí catorce, le dijo alargándole el objeto.

Carlos le contó a su nieta, porque ya tenía la certeza de que lo era, todo lo que había realizado para dar con ella y poder rescatarla de los traficantes de esclavos. Obviamente ella sería libre aunque legamente no fuera así. Le dejó bien claro que él no la obligaría a estar en la casa si así ella lo dispusiera, que él la recibía como su descendiente.

Ambos se levantaron de sus respectivos sillones, se abrazaron durante un largo rato. De soslayo Cristina miró la foto de su padre que estaba encima de la mesa, le pareció observar una sonrisa.


¡Cuán diferente era todo lo que ahora le venía por vivir! Sus peores temores habían desaparecido.

Salieron de la habitación y Carlos muy agitado llamó a María, que en realidad era hermana de Carlos, aunque ejercía de ama de llaves, cuando la pusieron al corriente de todo lo sucedido, ésta abrazó a su sobrina a quien desde el momento en que la vio entrar en casa supo que entraba un soplo de felicidad en la misma.

La joven Cristina se dedicó a la abogacía y junto con su abuelo Carlos el día 21 de mayo de 1851 cuando se decretó la libertad de los esclavos brindaron junto con María el fin del sufrimiento humano que unos hombres infringían a otros amparados por la Ley.

Unos meses más tarde el 1 de enero de 1852 Carlos renunciaba a la indemnización que el Estado pagaba por ser propietario de una esclava.

En 1854 tras el fallecimiento de su abuelo Cristina pasó a ser la heredera universal de todos sus bienes.

FIN







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