I - TROVADORES Y TROVEROS
Pertenecientes a la etapa
monódica de la música, estos “poetas-músicos” medievales representan
otro aspecto de la misma: el de la profana. En efecto, pues sus poemas emplean
formas, melodías y ritmos, originales o copiados de la música popular. Por otra
parte, el término “trovar” procede del latín “tropare”, de “tropus”: melodía;
por extensión hacer versos, imitar una composición métrica, aplicándola a
distinto asunto.
Con ellos nos encontramos directamente ante los primeros
compositores, pues tomado este vocablo en su sentido moderno, son personas que
hacen de la creación musical un medio de comunicación espiritual. Fueron dentro
de la comunidad medieval una especie de núcleo romántico que en muchos aspectos
podemos considerar constituyó la primera bohemia artística.
Aun disponiéndose de algunos
textos de aquellas primitivas canciones que entonaban e incluso siendo posible
reconstruir los instrumentos de que se acompañaban, pues muchas pinturas del
siglo XV los reproducen, lo que no ha llegado hasta nosotros es su música. Bien
es cierto que la mayoría no eran músicos, o mejor, no leían música: tocaban “de
oído”.
Con distintos nombres y con un
ligero desfase temporal, el ciclo trovadoresco surge y se desarrolla en los
principales países del universo feudal. Así, en el Sur de Francia (Provenza)
florecieron desde 1090 hasta 1290 los trovadores que componen sus obras
en el antiguo occitano (lengua oc), en tanto que en la parte norte, en
la Borgoña, comparecieron años más tarde los troveros (en lengua
d´öil). Los alemanes, aunque con tradición propia, se dejaron influenciar
por la práctica de los trovadores: el género musical que ellos cultivaban de
denomina minessinger. Estos trovadores germánicos, generalmente de noble
linaje, caballero o príncipe, desarrollan su actividad durante los siglos XII a
XIV, empleando con preferencia el dialecto suabo. El más destacado de estos “cantores de amor”, pues esa sería la traducción
del vocablo del antiguo alemán, fue Walter de Wogelweide.
Por lo que se refiere a la península ibérica la contribución a este
movimiento cultural, por parte de las distintas cortes que integraban por
aquellas fechas el complejo político hispánico, fue cuantiosa y brillante, si
bien la actividad se centra en la personalidad de Alfonso X el Sabio
autor de un monumento de la máxima importancia como son las Cantigas de
Santa María: Colección de 430 composiciones, escritas en
gallego que relatan, sobre todo, los milagros de la Virgen.
El primer trovador de que se
tiene noticia fue Guillermo IX de Aquitania. La mayoría fueron nobles o reyes
para quienes componer e interpretar canciones era una manifestación más del
ideal caballeresco. Así, originariamente cantaban sus poemas en la corte,
celebrando a menudo competiciones o torneos musicales. Sus temas predilectos:
el amor, la caballería, la religión, la política, la guerra, los funerales y la
naturaleza eran versificados en distintas formas poéticas como la cansón
(por lo general de amor cortés), la tensón (diálogos o debates), el
serventesio (de política o satírica), el planto (lamento fúnebre), el
alba (matinal), la serena (nocturna) o la pastorela
(encuentros entre un caballero y una pastora), acompañándose generalmente con
instrumentos de cuerda como la viella (violín medieval) o el laúd. El
corpus melódico constaba de breves composiciones monofónicas a repetir en cada
estrofa del poema.
Sin lugar a dudas, el arte de
los trovadores influyó de manera decisiva en el desarrollo tanto de la música
profana medieval como de la poesía culta de los pueblos latinos.
La obra de los troveros
incluye además canciones de gesta y poesía cortesana y, por lo general revelan
un mayor interés por la organización formal que las de los trovadores, si bien
estaban muy influidas por aquellos, enviados al norte de Francia en torno a
1137 por Leonor de Aquitania, nieta del mencionado Guillermo de Poitiers. Allí
los troveros desarrollaron un género propio, similar en su temática y su forma
musical al de los trovadores, aunque con carácter más épico. Diferencia a
destacar es quizá la práctica de la utilización de estribillos, más
característica de los troveros que de los trovadores. Así, esta técnica alcanza
un momento de su desarrollo especialmente notable con las conocidas como chansons
avec refrains, donde se adapta cada estrofa para ajustarla a un estribillo
diferente.
Por último, también en el
estilo musical, aún reflejo del de los trovadores, se manifiesta cierta
diferencia principalmente cuando alejándose de sus raíces cortesanas comienza a
manifestar cada vez con más fuerza un estilo melódico más simple y espontáneo.
En esta fase final de la música de los troveros destaca Adan de Halle y no sólo
por sus composiciones monofónicas, sino también por su contribución a la
historia de la polifonía y del teatro.
II
- JUGLARES Y MINISTRILES
En todas las culturas hay
algún tipo de música con elementos populares que ha servido para el
entretenimiento. En la edad media unos profesionales interpretaban canciones
profanas con textos frívolos o galantes, compuestas por los trovadores y lo
troveros de Francia o por los minnnesingers de Alemania. Son los “juglares”,
personajes, mitad poetas, mitad saltimbanquis, transmisores de la música
popular no litúrgica. Mientras que los trovadores componían y cantaban sus
propias obras, el juglar sólo interpretaba por no tener formación para más.
El término juglar es la
derivación castellana de la palabra latina “jocularis”. Por su uso vemos que el
término latino, empleado ya desde el siglo VII, junto con otra de idéntica
raíz, joculator, nos revela una clara referencia a la persona que divertía, al
rey o al pueblo. Muchos autores, Adolfo Salazar entre ellos, aventuran la
hipótesis de que el juglar es un tipo de creador, la existencia del cual, por
falta de pruebas documentales, no puede ser atestiguada hasta comienzos del
siglo XII, pero cuya presencia anterior se adivina en centurias mucho más
remotas. El juglar es realmente el depositario y transmisor, a través de las generaciones, de un caudal de
cultura pagana semipopular eclipsada durante mucho tiempo por la hegemonía
espiritual de la Iglesia y que comparece de súbito en el escenario de la
historia en la hora en que las cortes medievales empiezan a gustar de los
placeres derivados de las manifestaciones del espíritu. La figura del juglar
sale de la oscuridad y consigue situarse rápidamente en un escalafón no muy
alto, pero sí muy definido y concreto, dentro de la sociedad feudal a la que
distrae con sus bromas y ocurrencias. Como dice Antonio Roldán en su libro La
Tradición Oral (I): “Salvar el legado”: “el juglar brotó del pueblo, de su
manantío bebió la esencia cultural, se entremetió en él. El pueblo le
sustentó”. Dotado de singular ingenio, fácil en agudezas y rápido en sus
respuestas, el juglar, con sus dotes de bufón y de cómico, es además un hábil
improvisador musical. La música y la gracia de su genio son sus herramientas de
trabajo.
Son muchas las definiciones
que sobre el juglar se han dado, desde el benedictino Fray Liciano Sáez en el
siglo XVIII hasta Menéndez Pidal, quienes insisten en tal o cual aspecto de su
rica fisonomía, pero para el historiador de la música, fundamentalmente es un
intérprete musical. Un hombre hábil y con cualidades para la música que sabe
cantar y tocar algún instrumento. Generalmente de extracción humilde, pero que
realiza su actividad en los diversos estratos de la sociedad: ante gentes de
clase baja, en los palacios de los nobles y reyes, a requerimiento de
trovadores, en los caminos o en cualquier lugar.
La diversidad de funciones que
podía hacer el juglar y los ambientes tan dispares en los que desarrolló su
actividad determinaron un progresivo distanciamiento entre los que frecuentaban
las cortes y los palacios de los nobles o eclesiásticos y los que permanecieron
como artistas vagabundos.
Se ocuparon también, (figuran
reflejados en algunas miniaturas de las Cantigas del Rey Alfonso X el Sabio) de
instrumentistas al servicio de la capilla real o catedrales, acompañando a los
clérigos cantores, donde fueron designados, a partir del siglo XIV, con el
nombre de ministriles, menestreles en Cataluña. Denominación esta, sin duda para
evitar la carga peyorativa que el oficio de juglar habría
acumulado. Así, serían o tomaban la condición de personas adscritas a la corte
o al servicio del señor, como los restantes servidores o “ministrantes”.
En la sociedad feudal según el
instrumento que interpretaban los ministriles cumplían diversas funciones,
incluso ocupaban distinto puesto social: los de más elevado nivel, los
heráldico tocaban instrumentos o de viento como trompetas, trompas, o timbales
y acompañaban a sus señores al campo de batalla; los de carácter estrictamente
musical o artístico, tocaban solos o acompañando a los músicos de cuerda o a
los cantores en canciones, motetes y
otras piezas polifónicas profanas o sacras y los bajos o de cuerda, en el final
del escalafón, que cumplían una función estrictamente cortesana.
El musicólogo catalán Felipe
Pedrel escribe que “llamábanse ministriles o menistriles los que tocaban en las
iglesias las chirimías, bajones, bajoncillos, serpentones, cornetas tuertas,
etc., ejecutando música compuesta ad hoc (tocatas de ministriles) o doblando
las partes vocales de las composiciones litúrgicas”.
III
- GOLIARDOS
Casi paralelamente al desarrollo de la poesía de los
trovadores, y directamente relacionados con el mundo juglaresco, se propaga en
gran parte de Europa un género de poesía profana en latín que recibe el nombre
de goliárdica. Es un movimiento que se extiende por Alemania, Inglaterra,
Francia, Italia y España, desde el siglo XI al XIII. Sus autores son altos
dignatarios de la Iglesia, clérigos y estudiantes perfectamente conocedores de
la retórica latina y los autores clásicos. En gran medida y apoyándose en la
música, los goliardos parodian la solemnidad de los himnos eclesiásticos y
centran su temática en el canto elogioso de la taberna, el juego y la mujer.
Se les llama “clerici
vagantes” o clérigos vagabundos, que van de una ciudad a otra, principalmente
donde había una universidad, para pasar el tiempo y distraerse oyendo a
maestros nuevos o por el mero gusto de llevar una vida andariega y libre. Se
produce un desplazamiento temático, pues de la cátedra a la taberna, de la
escuela o templo a la plaza o calle, al modo juglaresco, llevan sus cantos
alegres, y despreocupados, cargados de ingenio para satirizar el ambiente que
les rodea.
El origen de la palabra goliardo,
procede del Concilio de Nicea, donde se condenó a los clérigos que andaran
errabundos, sin someterse a la disciplina eclesiástica. En su evolución, pasó a
designarse con este nombre a las gentes rebeldes, de vida poco ordenada. Más
tarde en el siglo XIII, con la aparición de las universidades y el auge de las
ciudades, muchos estudiantes, pícaros y clérigos encontraron en el deambular de
un lugar a otro un modo de vida. De estas gentes habría de surgir la literatura
goliárdica, unas obras profanas, generalmente en verso, cuyos temas eran los
aspectos placenteros de la vida, las relaciones amorosas, licenciosas, los
juegos de azar, el vino y las tabernas y a menudo las burlas sobre la
ignorancia de los clérigos.
Para otros autores, el término
goliardo deriva de “Golías”, personaje que a veces se identifica con el gigante
bíblico Goliat, símbolo, en algunos escritos de hombre soberbio y vano. Hay
también quien lo hace derivar de la gula y designaría al hombre dado a los
placeres en exceso.
En todo caso los goliardos son
poetas cultos de la época, algunos de ellos muy conocidos, que escribían sus
poemas en latín (en ningún caso se trata de poesía popular), aunque la temática
abordada en los mismos fuera de lo más atrevida: cantos anticlericales,
blasfemias, cantos a la hermosura femenina con marcado carácter erótico, cantos
a la naturaleza, a la “potencia” de la juventud y especialmente cantos de
alabanza báquica.
Estas poesías eran acompañadas por instrumentos musicales
y el ritmo rápido y alegre de muchas de ellas, adecuadas a juveniles y
desenfadados ambientes universitarios, desarrolla una música totalmente alejada
del tono solemne o litúrgico.
La más famosa colección de
versos goliárdicos es la denominada Carmina Burana. Se trata de una
recopilación de cancioneros (“carmina” es canción en latín y en español podría
traducirse por el término medieval de cantiga), realizada por un clérigo
alemán, hacia mediados del siglo XIII y guardada en el monasterio benedictino
de Beuren, de donde toma el nombre. Descubiertos en 1803, en estos textos
escritos en gran parte en latín medieval, pero también en antiguo alemán con
mezcla de latín y de francés proliferan combinaciones rítmicas aportando una
flexibilidad poética muy distinta a la de la poesía clásica latina.
Por supuesto se trata de
canciones de taberna, de amor, satíricas, en términos picantes, procaces y muy
atrevidos.
El compositor alemán
contemporáneo Carl Orff, escogió 25 canciones de los Carmina Burana y los ordenó de modo que pudieran ser representados
en un escenario. En cuanto a la música, se amoldó a la sencillez de los textos,
repitiendo en algunas de las piezas la melodía en cada estrofa, casi sin variantes.
Entre estas canciones la más
conocida es la que entona el coro de borrachos y que dice:
“Cuando estamos en la
taberna
no nos preocupamos de lo
terrestre,
sino que nos precipitamos
al juego,
en lo que nos afanamos
siempre”.
Por último, mencionar las
colecciones Carmina Cantabrigensi, en la que se incluyen canciones escritas en
el valle del Rin en el siglo XI y Carmina Rivipullensa, repertorio completo,
carente de escritura musical, de alto valor erótico-amoroso, escritos tanto
dentro del monasterio catalán de Ripoll como en los aledaños y atribuidos a un
solo poeta conocido como el “monje enamorado”.