diciembre 01, 2023

Rafel Rodríguez Muñoz (Patillas)

 


EL GUITARRISTA FRANCISCANO




En las puertas de convento
fue un niño recién nacido
a su suerte abandonado.
Las monjas franciscanas
bajo su techo cobijaron
entre rezos y rezos
el niño ue creciendo
con mucho mimo y esfuerzo
el niño fue creciendo.
Cuando cumplió quince años,
Las monjas le regalaron
una guitarra que perteneció
a un hombre que se la donó,
el chaval sin dar clases
de guitarra como si tuviera
en sus manos un don divino,
por circunstancias que nadie sabe,
sabía todos los palos del cante 
que de una guitarra sale.
Entre rezo y rezo
fue el niño creciendo
con mucho mimo y esfuerzo
el niño fue creciendo,
se hizo tan popular
“el guitarrista franciscano”
que en todos los festivales
de cante flamenco por todos los cantaores
era requerido y admirado.
¡Que don divino, tenía en sus manos!
Que todos se quedaban
al escucharle anonadados,
con la sabiduría que nadie comprendía.
¿Cómo con esa edad podía tener esa maestría?
El niño fue creciendo entre rezo y rezo
con mucho mimo y esfuerzo,
pero el guitarrista franciscano
que por todos era conocido
tenía una espina clavada en todo su corazón,
saber quién fueron sus padres
ni las monjas lo supieron
muchas preguntas en el aire,
respuestas que se esfumaron.
Una noche que estaba ensayando
con su guitarra solo en el escenario,
había un hombre ya entrado en años:
con el rostro muy cansado
y una guitarra en sus manos,
el guitarrista franciscano
lo miro con mil preguntas y extrañado,
se sentó a la vera del anciano.
El hombre con voz cansada
le dijo que tomara asiento
que le contaría una historia
de hace mucho tiempo. 
Los dos cogieron las guitarras
y con ellas en las manos,
con acordes y el compas
la historia le iba contando:
desde el primer día
que te escuche tocando,
los recuerdos del pasado
por mi mente iban pasando.
Antes de tu nacer
yo era uno de los guitarristas
que se dieron a conocer
fui tan famoso que no tenía
noche y tampoco día,
por culpa de esos menesteres
descuidé mucho la familia
cada vez más la estaba perdiendo,
un día cansado de los escenarios
dejé una guitarra y unos papeles
y en ellos todos mis conocimientos
y se la doné al convento capuchino.
Me fui a trabajar al extranjero,
tu madre y yo recuperamos 
todo el amor que llevábamos dentro.
Recibí un día una carta:
diciéndome que íbamos hacer padres
y nos pusimos la mar de contentos
porque por fin íbamos a ser padres
que era nuestro mayor deseo
que sería la alegría del universo.
El día tan esperado llegó
y tú viniste a la vida del mundo
pero tu madre no superó el parto,
cuando yo regrese del extranjero
tras recibir la noticia de su fallecimiento,
por ti estuve preguntando
me dijeron que habías muerto,
mi vida se derrumbó como un edificio viejo
mis ojos sin lágrimas se secaron
de tanta rabia y sufrimiento.
Un día escuché los acordes
de una guitarra y el corazón me dio un vuelco
cuando te vi tocando
la misma postura y el mismo sentimiento,
pregunté quien era
todos me decían ante mano
que el que tocaba era el guitarrista
“el guitarrista franciscano”
la mente se me abrió y fui tras tus pasos
entraste en el convento, era el mismo
donde había dejado la guitarra
comprendí que todos mintieron,
sin duda ninguna tú eres mi hijo
él que creí que estaba muerto
quiero pensar que son cosas del destino.
Si quieres tocamos juntos
y seguro que seremos dos en uno
juntos tocaremos porque el destino
nos ha unido.
Tú me has devuelto la vida
cuando lo tenía todo perdido
gracias a una guitarra que dejé
en un convento capuchino,
tú aprendiste sus notas
como un ser Divino.
El niño que entre rezo y rezo
con mucho mimo y esfuerzo
el niño fue creciendo 
siendo conocido:
por el “guitarrista franciscano”
Cuando terminaron de tocar
los dos se miraron,
el padre le dijo hijo,
el hijo le dijo padre,
se bajaron del escenario
se fundieron en un abrazo
siendo para siempre
como padre e hijo.


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