febrero 01, 2024

Ángeles Espejo Cañete

 


"BAPHOMET"






Vamos a viajar en el tiempo, retrocedamos hasta el año 1901. Lo que os voy a relatar ahora, son hechos verídicos en su primera parte, la segunda ya he jugado un poquito con la imaginación. Os voy a contar un hecho luctuoso ocurrido en la bella ciudad de Cabra. Esto ocurrió en Agosto del año antes ya mencionado, en la calle Juan Valera n, 17. Allí Vivian D: Manuel Jordana Mampeón de 34 años de edad, viajante de comercio muy conocido en Córdoba y la provincia. Era un hombre de trato afable y gozaba de muchas simpatías. Se casó con Dña.: Soledad Caballero Casuro, de 22 años de edad, joven hermosa y muy ilustrada, en sus ratos de ocio cultivaba la literatura con acierto, como lo prueban algunos trabajos que tenía publicados en: El Semanario de Cabra (revista literaria, de noticias y defensora de intereses locales) D: Manuel Jordana, traslado su residencia desde Puente Genil a Cabra, donde habitaba la familia de su esposa. En dicha ciudad vivían en unión de su hijo, un niño de corta edad, ya que solo llevaban casados, algo más de un año. Compartían casa con una tía de su esposa, algo especial al trato y soltera de toda la vida. Aquel día de la semana era sábado, cuando llegó D. Manuel Jordana a su domicilio algo pasado en bebida, después de las nueve de la noche, a consecuencia de lo mismo y por culpa de la tía, tuvo una fuerte discusión con su esposa, al censurarle ésta que hubiese llegado tarde a cenar. En la reyerta intervino la tía de la mujer y Jordana se retiró de ambas, yéndose al dormitorio de matrimonio, que era una habitación que se encontraba en el piso de arriba. Sentóse el hombre abatido en una butaca pequeña que se encontraba en un rincón de la estancia, entre sus manos portaba un revólver de cinco tiros. Él mismo, se hizo dos disparos consecutivos, el segundo, le produjo una gravísima herida en el lado derecho de la cabeza. Al oír las detonaciones, las dos mujeres acudieron raudas a la habitación, encontrándose a Jordana en el suelo. Soledad se abalanzó al cuerpo de su esposo, quitándole el arma y con extraordinaria rapidez sin que su acción pudiera ser evitada por parte de la otra señora (su tía), se disparó un tiro, penetrándole la bala en el temporal derecho. Haciéndole caer bañada en sangre, a metro y medio de distancia del lugar en él se hallaba el cuerpo de su marido, agonizante. Con gran rapidez acudieron los médicos, avisados por la vecindad, se trataba de los Señores Soca y Mármol, pero sus auxilios fueron en vano, porque ambos heridos fallecieron a los pocos minutos de haberse desarrollado tan terrible escena. Nadie pudo prestar declaración a la autoridad judicial, que se personó en la casa teatro del suceso. La tía de Dña. Soledad, había caído en tremendo ataque de nervios y tampoco pudo prestar declaración. Según se comentaba, D. Manuel Jordana, tenía arraigada de hacía tiempo la monomanía del suicidio y en otra ocasión que atentó contra su vida, aunque sin llegar a conseguirlo. Nadie sabía que hubiera disgustos ni problemas  en el  matrimonio.  Lo  cual  sorprendió  mucho  a  los vecinos de la ciudad de Cabra, produciendo en ellos una impresión dolorosa a cuantos conocían a sus infelices actores. La tía de la fallecida, tuvo que ser ingresada por un largo periodo de tiempo en la capital, en un sanatorio, ya que quedó en estado de shok, después de lo vivido. El pequeño bebé, fue recogido por sus abuelos paternos y trasladado a su nuevo hogar en Puente Genil, donde creció feliz y se convirtió en un hombre de bien. Carmen regresó a Cabra, después de su hospitalización en Córdoba, a la misma casa donde todo ocurrió, puesto que era la propietaria de la misma. Su día a día, era totalmente normal, hasta que una madrugada, alrededor de las 03.30 comenzaron a ocurrir fenómenos extraños en la vivienda. Aquella noche, había estallado una fuerte tormenta en la ciudad, los relámpagos y los truenos metían miedo. Fue entonces cuando las luces, comenzaron a fallar, se apagaban y encendían solas. Carmen lo achacó al gran temporal que se había desatado. Como la noche no pintaba muy bien, decidió marcharse para la cama, portando en su mano derecha una palmatoria, atravesó con agilidad el gran vestíbulo que poseía la vivienda. Fue al llegar a la escalera y poner el pie en el primer peldaño, cuando se detuvo en seco, le pareció escuchar la voz de su difunta sobrina, que pronunciaba su nombre, después de unos segundos: - No puede ser, esto son imaginaciones mías y siguiendo su camino, subió la escalinata. Se dirigió sin pérdida de tiempo a su habitación, una sala bien amplia y espaciosa, en la cual había un enorme armario de madera, con un gran espejo en el centro del mismo. La señora, se cambió de ropa, poniéndose su camisón y metiéndose acto seguido en cama. Rápidamente le entró sueño y acurrucándose, cerró los ojos. Llevaba ya un buen rato dormida, cuando de repente y a lo lejos, comenzó a escuchar una serie de golpes que se repetían de tres en tres. Aquello la alarmó y enseguida se despertó, con la tenue luz que le proporcionaba la vela y por el rabillo del ojo, le pareció ver una gran sombra negra, pasar delante del espejo. Aquello le provocó un sentimiento de miedo, tenía muy claro lo que acababa de ver, la situación la hizo ponerse, nerviosa. Se mantuvo un largo tiempo sentada en la cama, observando y mirando para todos los rincones de la habitación. De momento todo había quedado en silencio, ya no se escuchaban ni los golpes, ni nada. El cansancio fue haciendo lentamente mella en ella y sin más, se quedó dormida de nuevo. De repente y entre sueños, creyó escuchar algo afilado como se deslizaba por las paredes, se sobresaltó de nuevo y el miedo se volvió a apoderar de su ser. Aquel ruido daba toda la sensación de parecer unas garras arañando la pared, conforme avanzaban el pasillo hacia adelante, también se podían escuchar perfectamente lo que parecían los pasos de las pezuñas de un animal de un tamaño considerado. El pánico, se apoderó de ella, el corazón se le quería salir del pecho, un sudor frio le recorría la frente, no podía ver nada ya que tenía la puerta del dormitorio cerrada. De repente la puerta se abrió de par en par con una fuerza descomunal. Carmen, quedó clavada en el colchón, el terror no le permitía mover ni un solo músculo de su cuerpo. Entonces una voz gutural pronunció su nombre por tres veces. Ella, no podía apartar los ojos de la puerta, vio como muy despacio fue apareciendo por el marco de la misma, unos largos y huesudos dedos con unas largas y negras uñas. La visión no era nada agradable, lentamente fue apareciendo una de las piernas peludas que parecían pertenecer a un gran animal y las cuales terminaban en unos cascos. Poco a poco aquel repugnante ser se dejó ver al completo, de cintura para arriba, el torso era de un ser humano, a excepción de la cabeza, la cual le daba apariencia a una cabra de gran cornamenta retorcida, su ojos eran de un color rojo fuego brillante y mirada penetrante, su cuerpo de cintura para abajo, era exactamente toda la apariencia de los cuartos traseros de un macho cabrío. Aquello ya estaba claro, aquel ser era  el  mismísimo   diablo  en   persona. Mientras  aquella  repugnante  criatura  entraba  en el aposento con paso firme pero lento, le decía a la aterrorizada mujer: - Vengo por tu alma. Tu vida no ha sido un ejemplo de amor, ni bondad. Por tu culpa, tu sobrina y marido perdieron sus vidas. Le amargaste sus pobres existencias, hasta su final y ahora te toca a ti, llegó tu hora. Vagarás por toda la eternidad en el fuego del infierno y lamentarás, todo el daño que has cometido a lo largo de tu paso por esta tierra. Ella, le cambió el color de la cara, los ojos se le abrieron de par en par, dos lágrimas recorrieron sus mejillas de color ceráceo. Ya no había marcha atrás, su vida había sido maldad pura, ahora ya no había solución. Aquella figura llegó a los pies de la cama, tendiendo su huesuda mano, Carmen temblorosa, fue tendiendo la suya pausadamente y cuando estuvo a la altura de la de aquel ser, éste se la tomó, cayendo la mujer sobre la almohada, sin vida, con la cara desencajada y los ojos abiertos todo lo que le dieron de sí. Fue encontrada dos días después, con un aspecto desagradable en su rostro (su cara no podía reflejar mejor, el puro terror).


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