abril 01, 2024

José Fernández Álvarez (Jota Efe A)


ZAPATERO, ¿Un oficio
en vías de extinción?
 





En los tiempos que corren, con crisis o sin ella, el desempeño de un oficio (aquella actividad laboral que requiere una especial habilidad manual o esfuerzo físico), como en todas las profesiones, si eres bueno, vales y tienes clientela. Se consigue sobrevivir a veces reciclándose o con amplitud de miras (venta directa de útiles en relación con el oficio) e incluso compaginando actividades en el mismo espacio o lugar de trabajo. Y es que hubo un tiempo en el que la ropa, el calzado, duraba desde la infancia hasta la pubertad y más aún si pasaba de los hermanos mayores a los pequeños. Era la cultura de la utilidad de las cosas, de que los objetos forman parte de nuestra vida y de que nuestras casas casi como si fueran uno más de la familia. Más tarde llegarían los tiempos de apogeo económico y con ellos el gusto por lo efímero. Tirar lo viejo y comprar lo nuevo.

De esto saben mucho los zapateros, aquellos artesanos del remiendo y la restauración de nuestro calzado. El zapatero “de cabecera”, llegaba a conocer nuestras travesuras por el estado en que se encontraba el zapato que le llevábamos para su reparación. Nos decía si corríamos, jugábamos al fútbol o nos gustaba subirnos a los árboles. De igual forma podía advertir sobre alguna posible deformidad en los pies o mal hábito en nuestro andar. Visitar el taller del zapatero (además, pozo de confidencias) formaba parte de nuestras vidas como acudir al colegio o al médico. 

Hoy este oficio, ¿se muere? Pudiera entenderse significativamente que la gente mayor con otro sentido de la economía familiar es la que todavía lleva los zapatos gastados a reparar o echar tapas o tacones. Aunque esto no es así del todo ni en lo de la gente mayor ni en que sea exclusivamente todo por razones económicas

Antonio Muñoz Manchado, zapatero de la barriada Ntra. Sra. de la Sierra, que tiene su taller en la casa número 61 de la calle San Francisco, donde antes y durante muchos años estuviera su padre Rafael Muñoz Priego desempeñando el mismo oficio, nos ofrece su opinión, desde sus más de treinta años de profesión.

J: ¿Crees Antonio que este oficio tuyo, tan popular, tiene los días contados? 

Antonio, no con pesimismo sino con una muy asentada visión de la realidad, cree que puede que así sea. Pero matiza su respuesta opinando que ahora su profesión es en cierto modo distinta. Distinta por los materiales. Hoy día el calzado que repara, mayormente de importación (léase, adquiridos en bazares de todo a cien y similares), es de muy mala calidad. No está compuesto de los clásicos materiales, piel, cuero, madera, goma. Predominan los materiales a base de plásticos sintéticos, derivados del petróleo e incluso conglomerados de papel. Cierto que restaura algún calzado de calidad pero, y ésta es otra distinción, ocurre que reparar un calzado determinado sea o no de calidad, te puede ocupar el mismo tiempo y trabajo, por lo que el precio sería similar. Así, que el cliente que lleva unas zapatillas que le costaron si acaso unos 10 o 12 Euros casi se resiste a abonar los 8 o 10 de su reparación.

J: En el transcurso de mi visita al taller de Antonio, en esta calurosa tarde de julio ha recibido durante las aproximadamente dos horas de estancia, seis clientes en demanda de reparación de sandalias, zapatillas y algún zapato de vestir. Le pregunto ¿Es ésta la tónica habitual? ¿Hay últimamente más demanda de reparación de calzado por la crisis?

Antonio me ofrece una respuesta con cierta ambigüedad. Bueno sí, me dice, no le falta “el chorreillo”. 
Estima por un lado que la crisis no es que haya agudizado el decaimiento de su oficio-negocio, pues ya existía con anterioridad un retraimiento generalizado en esto de reparar el calzado porque pasó el tiempo en que solo teníamos dos pares de zapatos y si uno se estropeaba había que repararlo sí, o sí. Hoy día debido a la ya mencionada importación tenemos en casa, mayormente las mujeres, un repertorio amplio de calzado obtenido a muy bajo precio. Si un par de ellos  sufre algún destrozo o rotura, fácilmente quedan abandonados a no ser que se trate de los favoritos por el color o por determinado adorno que los distinguiera. Por otra parte me explica que este calzado precisamente por su ínfima calidad, muy pronto se despega o descose, a veces en la primera puesta, por lo no le falta trasiego al zapatero procurando con ello el sustento que le permite mantenerse al frente de su popular actividad.

J: Entonces la labor de un zapatero hace 50 años era muy distinta a la de ahora, ¿no es así?  

Así es, confirma Antonio Muñoz. Me cuenta que hoy todo es restauración o remiendo pero entonces, su padre, por ejemplo, hacía botas de campo o de vestir, o sandalias, lo cual hoy no se hace. Su padre Rafael Muñoz aprendió el oficio como otros más en el taller que Elías Mellado regentaba en la calle Doña Leonor. Tras su aprendizaje, habiendo obteniendo una de las casas de Gargallo en la barriada,  montó  una  zapatería  que  habría de ser la primera. Posteriormente algunas personas desempeñaron este oficio durante determinado tiempo en otros puntos del barrio. En la actualidad es la suya la única, contando pues con más de 50 años de servicio. 

Rafael Muñoz Priego hacía botas partiendo de un corte de piel de becerro o ternera que compraba y sobre la correspondiente horma de madera montaba la bota en su totalidad, poniéndole la suela bien de goma “de avión” para la botas de campo o bien con material si era de vestir. El montaje se desarrollaba cosiendo todas las piezas utilizando determinadas herramientas como distintos tipos de leznas (instrumento que se compone de un hierrecillo con punta y mango de madera) que solían fabricar ellos mismos con varillas de sombrilla. También se dedicaba a hacer las típicas sandalias de tiras, igualmente montadas de forma artesanal y calzado para pies con deformaciones o malformaciones. Y por supuesto también restauraba el calzado estropeado. En las más de las veces aquella reparación consistía en la aplicación de determinados remiendos con los que cubrir las rajas o agujeros que presentaba el zapato. Es por ello que muy frecuentemente, tres o cuatro décadas atrás, este oficio que hoy nos ocupa era conocido como el de zapatero remendón. Hoy día estos talleres como el de Antonio Muñoz son locales de reparación de calzado.  Allí él recibe al público sentado en la típica silla baja tras una mesa de trabajo surtida de útiles y herramientas y debidamente ataviado con el mandil de cuero protector cubriendo las zonas del pecho y las piernas. Y allí llevamos nuestro zapato “averiado”, aquél que hace que se cumpla el refrán porque no hay nada como unos zapatos viejos, y si no, que se lo pregunten a nuestros pies.

J: ¿Qué herramientas se utilizaban y cómo han evolucionado?

Todo oficio tiene unas herramientas básicas con las que poder desarrollar su trabajo. A lo largo del tiempo los utensilios y materiales para arreglar el calzado han ido evolucionando aunque se mantiene la esencia de los usados antiguamente. Otros en cambio ya casi no se usan puesto que las máquinas han sustituido en muchas ocasiones el trabajo manual como por ejemplo las ya citadas leznas cuya función era el cosido a mano de las costuras. Otras herramientas utilizadas son los martillos para clavar puntas, los alicates, las tijeras, las tenazas, el formón o escoplo, el escarificador, el clicker o cortador… Hoy se sirven de un recipiente contenedor para aplicar la cola con un pincel, antes se utilizaba directamente del envase de lata. Me
muestra Antonio Muñoz una horma metálica para ensanchar el calzado así como una máquina de coser marca Singer. Ambos aparatos ya en desuso, cuentan más de 80 años y resultaban unas herramientas imprescindibles en el quehacer diario, de un zapatero como era su padre Rafael, de quien aprendió el oficio desde muy temprana edad.

Quizá la herramienta más curiosa del zapatero manual y más que una herramienta, un elemento auxiliar para realizar su trabajo, es lo que podríamos denominar un pie de trabajo o yunque pero que tiene su propio nombre en función de la zona o país. Se trata de lo que Antonio Muñoz denomina una “necesaria”. Es básicamente un trípode de acero, que presenta diferentes formas, utilizado para el clavado o asentado del calzado y que los zapateros se ponían sobre sus muslos y así los veíamos encorvados reparando suelas. Es conocido también este elemento como “precisa” y también vulgarmente como “burro”. Hoy día coloca el elemento preciso (según el tamaño del calzado) sobre una barra a una adecuada altura para una posición más cómoda.

Prendados de ese olor a cuero, a pegamento, a ceras y betún que se apodera del local, observando una gran máquina para pulir los bordes de las suelas y para el lustrado así como una repisa atestada de zapatos arreglados y por arreglar, me despido de Antonio Muñoz Manchado, el zapatero de la barriada. Me agradece la visita pidiéndome que les diga que aquí les espera para la puesta al día de sus zapatos, sandalias o zapatillas, de caballero, señora o niños; que arregla también pelotas de fútbol, carteras, cinturones, bolsos, maletas, sillas de playa; pone cremalleras, botones, y hace agujeros en 

correas; que vende pinturas de colores para los zapatos, cordones, plantillas forradas y que hace fundas de piel para su móvil. Aunque no es cierto que Antonio me haya pedido lo antedicho, lo que sí es verdad es el trato amable con que recibe a todo el mundo. Eso además de educación es también oficio. Un oficio que ha ido pasando de generación en generación, que es un referente en la sociedad de antes y en la sociedad actual a la que ha servido sin servirse de ella. Un oficio con romanticismo nostálgico que ha evolucionado con el tiempo. Un oficio que nace casi con la historia del hombre de las cavernas que protegía sus pies amarrando piel con una especie de cordel alrededor de los mismos. Un oficio donde el profesional del martillo remendón, de la lezna, de la horma, es también un fiel confidente con alma de filósofo que aprendió la filantropía de saber escuchar y callar lo oído. Un oficio imprescindible llevado por un profesional que nos espera en ese pequeño taller donde el tiempo se detuvo.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario