abril 01, 2024

Ángeles Espejo Cañete


HISTORIA DE:
Sebastián Molina "Lojillas"



Segunda parte

A pesar de los muchos tiros recibidos, Antonio Ordóñez logró salvar su vida. Por las heridas que sufrió quedó castrado y desfigurado para siempre.

Mientras se encontraba tirado en el suelo, herido de muerte, Antonio alcanzó a oír la voz de su mujer que invitaba a Lojillas. ¡Vamos pronto Sebastián que el cojo ya está matao!

Fue una noche larga, aquella que bajo una luna llena, Sebastián “cohabitó” en el campo con Filomena en repetidas ocasiones.

Según aporta la sentencia, sobre las 05:00 de la maña, ya del día 3, Lojillas pensando que todo lo que había ocurrido, se era debido a que aquella mujer era una mala persona, decidió matarla, ya amaneciendo, entre dos luces, cargó la escopeta y disparándole tres veces, la mató en el paraje de la Huerta del Cordobés o de la Fuenfría, muy cerca de donde vivía.

Tras dejarla bajo una higuera con el rostro tapado con un sombrero, se echó al monte y estuvo varios meses dando esquinazo a la fuerzas del orden que andaban en su busca y captura. Estuvo escondiéndose en cuevas que muy bien conocía por su oficio de cabrero. En principio se ocultó en la cerca cueva “El Peral” y desde allí se desplazó más tarde a las cuevas “Ballestera y del Lojilla” ambas ubicada en la finca de “El Navazuelo”. En esta última cueva aún en la actualidad se conservan efectos personales suyos de los días que pasó en su interior.

Al finalizar el verano, él solo se entregó en el Cuartel de la Guardia Civil de Cabra.

Convicto de asesinato, Sebastián fue juzgado y condenado a la pena de treinta años de prisión en la cárcel de Córdoba, donde cumplió trece años de la misma.

Ya habiendo pagado parte de su sentencia y por buena conducta, le fueron a dar la libertad, la cual el mismo y por propia voluntad rehusó. Prefería las rejas a la libertad. Deseaba cumplir los años completos de la condena, ni un día más, ni un día menos. Y aunque arrepentido de lo que hizo, no le importaba utilizar su curriculum de asesino para hacer valer su “derecho” a cumplir la condena íntegra.
Bajo sus dos cejas anchas y muy pobladas y patillas interminables, rasgo parecido a los antiguos bandoleros, los mismos comenzaron a llamarle “Curro”. Tras las rejas se confesó un hombre feliz.

Sebastián Molina, ya conocido por “Curro”, recuerdo de aquel bandolero andaluz que como él durante algún tiempo tras el crimen, permaneció escondido en la sierra. Se sentía contento por ser el preso de más antigüedad de la prisión cordobesa.

Arrepentido de la horrible equivocación, Sebastián, abría con una llave que el solo poseía de un pequeño patio en el interior del complejo carcelario, donde cuidaba las plantas, los peces y las tortugas que constituían sus únicas preocupaciones diarias. Bajo la advertencia de un cartel que convertido con ironía el pequeño jardín en un “Coto privado de caza y pesca”. Curro cuidaba varias yedras, una dama de noche y unos árboles que le daban según la época, peras o naranjas, ciruelas o manzanas, melocotones, etc.

Sebastián,  harto de las estrecheces de “su finca”, por entretenerse algo más, se esmeraba cada cierto tiempo en colgar de en los árboles los despojos, un día manzanas, otro día ciruelas, que los demás internos le proporcionaban después de las comidas.

Trece años después de aquella fatídica noche de junio, los responsables judiciales y penitenciarios de Córdoba se encontraron ante el delicado problema que resolver. Curro, no quería abandonar la que había sido su casa por tantos años.

¿Dónde voy a ir ya, sin el dinero que entonces conseguí reunir, sin las ovejas y sin las yeguas? ¿Dónde voy a ir que me quieran, viejo, con los brazos cruzados y con mi historia de crímenes detrás?

Alegaba él que después de ser buena persona durante casi trece años, de conseguir vivir en paz, hoy tengo derecho a cumplir mi condena. Fueron sus palabras y tomó la decisión. La cárcel es mi familia, fueron sus palabras. Y en la misma pasó los últimos años de su vida, hasta que murió.

Una trágica historia a la vez que romántica.

FIN

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