diciembre 01, 2024

José Fernández Álvarez (JotaEfeA)

 



    EL VERDUGO FORZADO





Capítulo I

Desde siempre tuvo la certeza de que la bala que salió de su fusil fue crucial aun cuando disparó con los ojos cerrados. Él nunca quiso estar allí, no pidió formar parte de aquel pelotón. La verdad era que jamás quiso ser militar como fue su abuelo, el coronel Luján o lo era su padre, teniente de artillería, de baja en la actualidad tras sufrir un percance doméstico.

Muchos años más tarde, cuando su mente recuperara aquel espacio que perdió, sucumbido en las entrañas de un olvido forzado como rechazo a lo vivido, adquirió constancia de su participación en el vil asesinato de un hombre cuyo mayor delito fue haber nacido en un tiempo equivocado.

Varios días después de haber apretado el gatillo obedeciendo la canalla orden de un bravucón sargento con pretensiones de general, se despertó en un camastro sudando y sin comprender cómo había llegado hasta allí. No recordaba nada de lo ocurrido aquella fatídica fecha del pasado mes de agosto.

Algunos compañeros y amigos, por indicación y orden directa del teniente Luján, estuvieron buscándole por las zonas más bajas de la ciudad sin dar con su paradero.

Se levantó, se dio un baño, se vistió y salió a la calle para llenarse de un aire limpio y fresco que saneara sus pulmones cargados del viciado oxígeno de la pequeña habitación que había ocupado durante las últimas semanas.

Cuando se hubo recuperado del ahogo con que salió del viejo hotel de carretera y consiguió controlar su respiración aunque no las pulsaciones de su joven corazón, consideró volver al cuartel donde seguramente lo habrían echado en falta. Pero, ¿cómo se presentaría así sin más?, ¿qué explicaciones daría si ni él mismo sabía qué había pasado?, ¿qué le diría al teniente Luján, su padre, cuando éste le amenazara con que no podría ayudarle si era llevado ante un consejo de guerra?

No, eso no podía pasar. Tenía que pensar y deprisa. Pero esa era la cuestión, ¿qué había pasado? A su mente acudían muchas imágenes como barajadas por un habilidoso mago que escondiera la verdad a saber en cuál de ellas. Solo una imagen reconocía. Era soldado, sabía dónde estaba su cuartel en el que llevaba destinado los últimos catorce meses. Recordó su pasado militar, sus estudios en la academia, compaginados con la licenciatura que obtuvo en Literatura y Lengua española. Tuvo por ciertas también lejanas imágenes de su pasado familiar castrense donde aparecía su abuelo a caballo inmortalizado en un cuadro que estuvo colocado muchos años en una pared del domicilio de sus padres.

Seguía atormentándole no saber lo que ocurrió ni cómo había llegado hasta aquel antro donde había dejado su ropa y su fusil. Parado en la acera de la calle, a una hora de la noche que no podía fijar, de una noche cerrada y sin nubes campando por aquel negro cielo, miró al frente, cerró los ojos y concibió un plan que habría de poner en marcha cuanto antes.

Supo que la solución pasaba por abandonar definitivamente su carrera militar. Tendría que ponerle punto y final de la única manera que pudiera reportarle cambiar su vida dándole un giro para dedicarse a aquello que verdaderamente le llenaba como persona: su pasión por el arte de la expresión verbal, la literatura.

Volvió sobre sus pasos hasta la habitación. Se cambió de ropa vistiendo su impecable traje de limpio y disciplinado soldado, cargó su fusil y disparó sobre su pie derecho.

El dueño del hotel despertó sobresaltado teniendo por seguro que había oído un disparo proveniente de la habitación del piso primero, aquella que ocupaba un soldado que acudió muy bebido y desorientado hacía un par de semanas. Rápidamente subió, abrió la puerta con su llave maestra y tras contemplar a aquel hombre desangrándose, lo cargó sobre sí y dejándolo caer sobre la parte de silla de su viejo sidecar lo llevó hasta el hospital militar que, afortunadamente, se encontraba a unos pocos kilómetros de su destartalado alojamiento.

Cuando se despertó en la habitación del hospital, tras su paso por el quirófano donde estuvo por espacio de cuatro horas, vio a su padre que dormitaba sentado en un incómodo sofá habilitado para los familiares de los enfermos.

¡Padre! ¡Hola, padre!

Eh, eh. ¡Ah! Alberto. Por fin has despertado. ¿Qué ha ocurrido? Bueno, primero, ¿cómo te encuentras?

Me duele mucho la cabeza y no siento mi pie derecho.

Recibiste un tiro y has perdido dos dedos, pero dice el equipo médico que podrás andar, aunque no será de inmediato. Llevará su tiempo. Necesitarás bastante rehabilitación.

Yo…, padre. No sé… Es extraño. Hay lagunas en mis recuerdos.

¿Cómo llegaste a parar a aquel antro? Te trajo herido el dueño del hotelucho ese donde dice que has estado unas dos semanas.

Sí. Eso del hotel sí lo sé. Me desperté allí. Pero no soy capaz de fijar en mi mente cómo dejé caer mis huesos por aquella zona de la ciudad. Yo estaba en el cuartel. Me llamaron o me nombraron para una misión. Pero el resto hasta despertar sudando y algo mareado por el excesivo alcohol que debí ingerir, no acabo de recordarlo.

Al teniente Luján le informó el equipo médico que durante la intervención estuvo su hijo bastante inquieto y desvariaba diciendo cosas ininteligibles y totalmente incoherentes. Quizá su

mente quisiera borrar algún episodio que le hubiere dañado. No era conveniente tampoco recordarle nada de viva voz, mejor esperar la evolución de aquel estado que pudiera ser transitorio. Aunque en muchos casos según experiencia clínica jamás recordaban los enfermos aquello que su mente había anulado motu proprio mayormente como defensa.

¿Qué se dice por el cuartel, padre?, ¿me buscaban? ¿Qué me ocurrirá?

Bueno, Alberto, lo primero ahora es que salgas de este hospital y andando a ser posible. Tu probado estado de pérdida parcial de la memoria, amnesia que le llaman, podría jugar a tu favor de cara a la desaparición repentina durante tan prolongado espacio de tiempo, máxime estando en guerra. Lo que desde luego será muy probable es que tengas que abandonar tu carrera militar, porque no quedarás habilitado en lo físico. Ya sabes a lo que me refiero. Además también por lo psicológico podría determinar un tribunal médico militar tu inhabilitación inmediata.

¿Obtendré tu ayuda padre, si la preciso?

Yo… hijo. Sí claro. Aunque reconozco que me decepciona que se rompa la cadena familiar militar de esta manera, cuando tenía puestas tantas esperanzas en ti. Sé los pasos que hay que dar. No te preocupes. Ahora debes descansar para que cuando comiences tu rehabilitación dispongas de toda la fuerza que te exigirán los médicos. Por cierto hijo, ¿qué harás cuando cuelgues tu gorra de militar?

 

CONTINUARÁ …………

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