Revivido
¿Sucedió en verdad?, cierto es que a mí me lo refirieron, yo no fui partícipe, ni tan siquiera había oído hablar de ello hasta que me lo contaron. Tal como me lo narraron se lo relato a ustedes, si bien no es menos cierto que lo que se comenta se aumenta, así que la historia puede haber sido tan manipulada que, ¿cómo saber lo que es verdad, lo que es mentira o lo que es invención? pero sin duda es una historia que cuenta las veinticuatro horas más dramáticas que un ser humano pueda soportar, y que si no fuese por la sensibilidad por la misma, a modo de broma podría decirse aquello de “vivo sin vivir en mí”.
Aterido de frío, no podía mover un solo músculo, no podía articular palabra, ni tan siquiera pestañear, tardó unos minutos en procesar donde se encontraba.
Los llantos de sus familiares, eran perceptibles a sus oídos y quedó aterrado, cuando se percató que yacía en un ataúd, por suerte estaba abierto, ya que estaba en la cámara refrigerada de un tanatorio.
Aunque un enorme cristal lo separaba de la sala donde se encontraban sus familiares, sus amigos y todos aquellos conocidos que se acercaban a dar el pésame a su mujer y sus hijas, el murmullo de quienes les transmitían sus condolencias, le era perceptible.
Se esforzaba en mover sus extremidades,
abrir sus ojos o gritar, pero le era imposible. Solo él sabía que no estaba
muerto, pero le era imposible dar alguna señal que pudiera ser visible.
Intentaba evocar que le había sucedido. Vagamente los recuerdos le venían a la mente. El despertador sonó como era habitual a las siete de la mañana. Se levantó igual que cualquier otro día. Fue a la cocina a prepararse un café, estaba colocando la capsula en la cafetera cuando empezó a sentir la sensación de malestar general, de mareo, de náuseas y sudoración, y un fortísimo dolor en la espalda.
Pensó que necesitaba una ducha fría, no llegó al cuarto de baño, cayó de bruces en el pasillo, perdiendo el conocimiento.
Rápidamente su mujer acudió a ver que
sucedía, el golpe por su caída la había despertado ya totalmente. Cuando le vio
tendido, gritó horrorizada al ver el cuerpo yacente de su marido. Sus hijas que
ya se habían levando, contemplaban asustadas el cuerpo inerte de su padre, una
de ellas reponiéndose del schock rápidamente llamó a urgencias.
A las ocho de la mañana la ambulancia partía de la casa a toda velocidad hacia el hospital, le habían colocado vías, inyectado medicación e incluso le habían practicado técnicas de resucitación, como la respiración boca a boca y las compresiones torácicas, solo cuando aplicaron el desfibrilador, éste consiguió restablecer el ritmo cardiaco normal.
En la UCI, el enfermo conectado a una máquina de electrocardiograma, y otros soportes vitales como ventilación mecánica invasiva y estabilización hemodinámica, requería los cuidados continuos de una enfermera.
A las 10 horas el estado del paciente se volvía crítico y a pesar de realizar todo lo humanamente posible a 10,15 horas el médico certificaba su muerte.
Estos recuerdos le llenaron de pesadumbre ya que no comprendía como era consiente de ellos y al mismo tiempo su cuerpo yacía impertérrito.
Percibía como las horas iban pasando, el ir y venir de los que se acercaban a dar el pésame ya no era tan fluido, dedujo que habría caído la tarde, calculó que podrían haber pasado más de doce horas desde que se levantara esa mañana.
Sintió aprensión al pensar que fuese a despertar durante la noche y que su mujer y sus hijas que sin duda le velarían se llevasen un susto de muerte. Igualmente pensó que si se iban a casa, debido al cansancio de todo el día, más la larga mañana que les esperaba hasta su inhumación y él volvía en sí, estaría solo. Ninguna de las dos posibilidades le pareció complacientes. A pesar de ello seguía esforzándose en conseguir forzar alguna señal que trasmitiese su cuerpo para indicar que de un modo y otro no estaba totalmente muerto.
Definitivamente, a las doce de la noche solo su mujer e hijas quedaban en la sala del tanatorio, habían decidido pasar ahí las últimas horas velando el cuerpo de padre. Más tarde pudo sentir los ronquidos de su hija Beatriz, era la más pequeña, muchas veces bromeaba con ella diciéndole que roncaba más que un camionero, ¿qué de donde sacaba tanto ruido con tan pequeño cuerpo como tenía? No había cumplido aún los dieciséis años, de no dar un estirón pronto, su estatura no pasaría mucho más de un metro sesenta centímetros.
También sentía las lamentaciones de su mujer, ya que ésta una vez que las niñas se habían dormido, dio rienda suelta a sus emociones, llorando desconsoladamente.
Carolina su otra hija había cumplido los diecinueve años estaba en esa etapa de la adolescencia en la que se había vuelto más independiente, le gustaba disfrutar de la vida, sus padres se desvivían por darle todos su caprichos porque ella era una joven responsable, en sus estudios, sus notas eran de sobresalientes, así lo habían sido en el instituto y ahora en los comienzos de su carrera. Y además aún sacaba tiempo para entrenar y poder competir en el campeonato de España de natación, en el cual el año pasado obtuvo una medalla de bronce.
Volvía a sentir el murmullo de la
gente que se acercaba a dar el pésame, por lo que dedujo que ya pronto todo
estaría consumado. Las veinticuatro horas que debían transcurrir desde su
muerte hasta el funeral estaban llegando a su final. La misa corpore insepulto sería por la
mañana.
Quería alejar el miedo que poco a poco iba apoderándose de él, contaba con una única oportunidad, por suerte iba a ser incinerado, esperaba que su mujer o sus hijas pidieran verle por última vez, cuando quitaran la tapa del ataúd para introducirle en el horno crematorio.
Ordenaba a sus brazos y a sus piernas que se movieran pero no obtenía ningún resultado.
Sintió de nuevo el traqueteo se percató que estaba en el coche fúnebre que le transportaba hasta el Campo Santo.
El tiempo corría cada vez más en su contra, y poco a poco fue consciente de que ya era irreversible su destino. Sus ojos se inundaron por su llanto y aunque estaban cerrados, no podía abrirlos, las lágrimas corrían por sus mejillas.
El joven encargado del horno crematorio, quitó la tapa y ni tan siquiera miró al hombre que yacía en el féretro, salió de la sala donde estaba y avisó a la familia, por si querían despedirse antes de que le introdujera en el horno crematorio.
Su mujer estaba destrozada y apenas podía mantenerse en pie, solo sus hijas, Carolina y Beatriz optaron por pasar a verle por última vez. Carolina quedó impresionada a ver el inmenso horno que pronto devoraría y reduciría a cenizas con sus novecientos cincuenta grados de temperatura el cuerpo de su progenitor.
Beatriz, se acercó al féretro e incluso acarició las manos de sus padre que estaban cruzadas sobre su pecho, le pareció que estaban calientes, pero el calor de la sala era insoportable ya que el horno llevaba una hora encendido, preparándose para la temperatura óptima que debía tener para recibir el cuerpo del finado. Miró a la cara de su padre y solo entonces se percató de las lágrimas que brotaban de sus ojos, y exclamó:
¡Está llorando!
¡Está vivo!
¡Mi padre está vivo!
FIN
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