septiembre 01, 2024

Ángeles Espejo Cañete (Salambó)

 


CRIMEN EN CERRO MORENO
                   2ª PARTE
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Fueron muchas las cosas que sucedieron, cada uno de los tres vivió la situación de un modo diferente y si dos lados se parecían y estaban destinados a entenderse, el otro se sentía apartado del centro de la casa, que hasta entonces había ocupado legítimamente.

No fue un acto de locura, no fue un arrebato como quiso sostener el defensor, fue un acto desesperado de liberación de sus fantasmas. Empezaré por la criminal, por Isabel Moreno. Hay una frase que dijo durante el juicio y a la que el fiscal dio la importancia que merecía:  ´´yo era un cero a la izquierda en mi propia casa. Mi marido estaba enchulao con ella. Yo no la quería en mi casa porque era dueña de todo, ella iba a ser la señora y yo la criada.´´

El fiscal afirmó que el motivo del crimen fueron los celos por envidia, no por otros motivos que también se deslizaron durante el juicio. El Sr. León Muñoz quiso diferenciar unos celos de otros, teniendo en cuenta que la existencia de posibles relaciones íntimas entre padre e hija, descubiertas por Isabel, podría ser motivo de una lenidad en la condena. No, él habló solo de la envidia, de la constancia que tenía Isabel de que aquella muchacha la estaba apartando de su marido, sus deseos se iban convirtiendo en el centro de su propio hogar, donde ella quedaba apartada de toda atención gesto de cariño.



Se discutió mucho sobre eso, creo que equivocadamente y además, por desgracia, mi informe fue fundamental para proporcionar una orientación equivocada al debate. Isabel afirmó que durante distintas noches, su marido se levantaba inesperadamente y desaparecía un rato. Las primeras veces no dio importancia a esa costumbre inusual en él, que dormía como un bendito del ocaso al alba. Cuando comprobó que el hecho se repetía con cierta continuidad le preguntó qué le pasaba. Él le dijo que iba al retrete.

Ella quedó muy extrañada porque nunca había hecho tal cosa en mitad de la noche, ni tardado tanto. Cuando le preguntaron en el juicio por esa rara costumbre de los últimos tiempos, Francisco dijo que iba a ver a las bestias.

¿Por qué cambiar la versión? ¿Ya no había necesitado ir al retrete? La mujer no tenía por qué inventar esa respuesta si existía otra verdadera e igualmente justificable.

El desencadenante de todo lo que sucedió al día siguiente tuvo lugar en la noche del 26 de Octubre. Como otras veces, su marido se levantó más temprano que de habitual y desapareció por la puerta, ella estaba al borde de los nervios. De hecho, no durmió gran parte de la noche, contrariada por las palabras de su marido la noche anterior.

De manera que se levantó y lo siguió por la casa hasta dar con él en el dormitorio de su hija. Según la versión que me dio en el calabozo, estaban acostados juntos pero espere, eso no quería decir que estuvieran desnudos o hubiera coyunda entre ellos, no.

Se dijo que ella lo acusaba de incesto pero no es verdad, a mí lo que me dijo es que los encontró acostados juntos y que él abrazaba a su hija en la cama. Desde la puerta, iracunda, le dijo que no tenía vergüenza. Él se lo tomo a mal y empezaron a voces. La hija pequeña, la cría de 11 meses que dormía en la misma habitación que su hermanastra, comenzó a llorar.

Ya se puede imaginar la escena, los reproches, los insultos, todas las desavenencias de los últimos meses estallando de repente ante esa escena que Isabel vivió como el insulto final.

¿Qué más le quedaba por soportar? ¿Cuántas humillaciones, cuántos insultos de su marido y de esa mala pécora que había metido en casa y que su marido no consentía que se fuera?

Isabel para entonces estaba harta de las atenciones de su marido hacia Dulcenombre y el descaro de la muchacha a la que juzgaba, según me dijo, ¨muy echá palante¨.  Entiéndase, la hija se veía contemplada por su padre, consentida en sus caprichos, satisfechos sus deseos mientras los de Isabel iban quedando olvidados ante su marido.

La casa ya no se organizaba como ésta tenía por costumbre, ahora había que comer lo que la niña quería, fregar cuando ella tenía a bien, ir a comprar lo que deseaba. Le decía a su padre que necesitaba un nuevo vestido y allí iba Francisco, arrastrando a su mujer, para comprarle el vestido que deseaba. Dulcenombre respondía con risas y suficiencia a los reproches de Isabel, a sus intentos de reconducir la autoridad de la casa. La muchacha sabía que su padre era el que mandaba y ella lo tenía en su puño. Cuando Isabel llegó a sentirse desesperada y sin salida, habló con su marido, que no le hizo ningún caso. Solo tenía ojos para su hija que de ser casi olvidada y nunca reconocida, de repente había pasado a ser una bonita muchacha, toda gracia y hermosura, que alegraba la vista a su padre.

 De manera que Isabel marchó a Montilla por su cuenta, sin decir nada a nadie. Fue a visitar a su suegra, la madre de Francisco. Le explicó cuál era la situación. Explotó, entre la queja y la amenaza, con que o se iba la niña o se iba ella de la casa. Le pidió a su suegra que acogiera a Dulcenombre para alejarla de su hogar. La mujer se sintió en principio escandalizada con la idea: acoger a la chica y despacharla a los cuatro meses. Por otra parte, estaba de acuerdo con que en el hogar la que manda debe ser la mujer.

De manera que, sin que Isabel dijera palabra a su marido, su suegra mandó recado a su hijo para que viniera a visitarla.

Así lo hizo el 26 de Octubre, miércoles. Isabel esperaba ansiosamente que volviera con una respuesta positiva que le garantizara recuperar las riendas de la casa y la atención de su marido. Pero éste llegó con el ceño fruncido, muy irritado por la visita de su mujer a escondidas. Le espetó sin contemplaciones: ¡A callar y a vivir juntas! Aquella noche, desesperada, siguió a su marido para encontrarlo en el lecho de su hija. Él se defendió afirmando que había entrado a interesarse por su salud porque Dulcenombre se había acostado con dolor de cabeza. Esas excusas no le sirvieron a Isabel. Una idea se le metió en la cabeza desde ese momento: ¨Ella o yo, ella o yo¨. Eso me dijo que había pensado al contemplar la bochornosa escena que culminaba todos sus temores, creo que bien fundados.

En los pocos años que mediaron hasta mi jubilación y alejamiento de Cabra, sé que mudó de carácter. Se hizo más serio, alejado de fiestas y verbenas que hasta entonces, siguiendo la costumbre juvenil, había frecuentado.

Ni una sola vez bailó con su mujer, que contemplaba la escena muda de rabia, ¨Como si yo no existiera¨ me dijo entre lágrimas. ¨No recordaba una humillación como ésa¨.

No volví a hablar con él, tan solo lo vi alguna vez comprando alguna cosa en el pueblo o entrando en la taberna. Me dijeron que hablaba poco, se tomaba algún vino en ocasiones sin compañía, pagaba y luego se iba. Trabajó mucho, supongo que seguirá haciéndolo, sus hijos e hijas le ayudarán, imagino. Pero su mujer está en la cárcel y su hija bajo tierra y sigo convencido de que sabe, en el fondo de su alma, que él colaboró mucho para que así fuera.

La mayoría de las opiniones la ponían como un ángel, algunas como una muchacha que aprovechaba su belleza y simpatía para desunir al matrimonio, para apropiarse de su padre recuperado.

No creo que fuera una chica artera, ladina, que enredara a propósito la madeja de aquel matrimonio. Pasó toda su niñez y adolescencia apartada, cuando no insultada en su condición de bastarda. De repente, aquel hombre, aquel padre con el que había soñado tantas veces, la reclama a su lado. Ella está encantada, salta de felicidad, se siente ¨ enamorada ¨ de ese hombre anhelado que constituye su salvación, que le quitará esa marca repugnante y hará de ella una mujer que vivirá con la frente bien alta, capaz de contraer un buen matrimonio y olvidar tantas ofensas vividas en su niñez. Ella se ¨entregó ¨ a ese hombre deseado, no como mujer, aunque los límites a veces es difícil precisarlos, pero si como hija amante.

 Ella vivía un amor arrebatado, posesivo. Su padre era suyo y aquella mujer de rostro mal humorado, con la boca llena de reproches, era un obstáculo. De manera que al final, con un Francisco que se decantaba por ser padre antes que marido, tenía razón Isabel: ¨o ella o yo ¨.

Al tiempo corría toda clase de rumores que culpaban de adulterio. Si fue cierto que un joven, Francisco Arroyo, había estado trabando cuarenta días en el cortijo abriendo un pozo. En ese tiempo había iniciado conversaciones con Dulcenombre pero ésta le había dejado claro que no había nada más entre ellos y él, simplemente se resignó. Pero este Arroyo no tuvo nada que ver con Isabel. También se dijo que esta última mantenía relaciones ilícitas con un mulero del cortijo, Francisco Sevillano, que la chica lo había descubierto y amenazaba a la adultera con contárselo a su padre. No hubo nada de esto. Sevillano era un buen hombre, yo lo conocí aquellos días, andaba confundido por esos rumores que no sabía de dónde salían. El caso es que el pueblo quería una explicación y si no se la daban, la inventaba, eso sí, culpando por completo a Isabel, de quien construyendo entre los periódicos y los egabrenses, un retrato malévolo y ruin que no correspondía a la realidad.

 Esos rumores fueron unas de mis bazas también para que ella se franqueara conmigo: le dije que si decía la verdad, dejaría que esa animadversión decayera. En lo que mintió reiteradamente, a mi entender fue en describir la escena de crimen. Pero había testigos y los inútiles intentos de su propio padre por disminuir la culpa de su hija no fueron bastantes para crear duda alguna en el jurado. Su hijastro José, por el contrario, fue implacable.

Llegó la mañana después de aquella noche nefasta. El viaje a Montilla tanto suyo como el de su marido, habían sido inútiles. Era su último cartucho para remediar una situación que se le iba de las manos. La noche, el encontrar a éste en el lecho de su hija, abrazándola, la había conducido a una gran excitación, cuando se atrevió a enfrentarse con ellos. La actitud de su marido, intentando justificar lo que ella consideraba injustificable, la ausencia de solución, le hizo concebir el plan de eliminar a la que entendía era su rival.

El odio hacia la muchacha le cegó por completo. El sentirse atrapada, desesperada, en una situación de subalterna de los caprichos de Dulcenombre, hizo el resto. Ella afirmó repetidamente que nada de esto fue planeado, que respondió incluso a una provocación de la muchacha, que se puso a cantar unas coplillas satíricas en las que ella se vio reflejada. Insistió repetidamente durante el juicio que la muchacha fue la primera en agredirla, que ella se ofuscó y manejó con profusión el cuchillo sin saber lo que hacía, por rabia y obcecación.

CONTINUARÁ ………………………….

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