RELATOS: LA HORA DEL MIEDO
Niña Rara
Niña rara, sí. Así llamaban a María.
Todo empezó cuando ella era
precisamente eso, una niña. Una niña como otra cualquiera que le gustaba jugar
con sus muñecas, sus juegos de concina, sus amigas… Pero María tenía un amigo
algo especial para ella, un amigo que solo veía ella. María hablaba con él,
jugaba juntos y hasta de vez en cuando tenían discusiones, cosa que no les
gustaba a sus amigas y por ello le daban de lado. Eso a María no le importaba
ya que ella jugaba con Agustín su amigo imaginario. Ese amigo que todos o casi
todos hemos tenido de pequeños, ese amigo que suele aparecer cuando somos unos
bebes y el cual luego desaparece, no acordándonos JAMÁS de él.
Los padres de María observaban
que se pasaba horas y horas hablando y jugando sola. Le preguntaban y ella
contestaba diciendo que jugaba con su amigo Agustín. La madre pensó que lo
mejor sería hablar con un psicólogo infantil para comentarle lo que pasaba,
pero este le comentó que no se preocupara, porque eso venía siendo normal a
esas edades. Lo mejor sería que la dejara a su aire y con el tiempo se le iría
de la cabeza.
María siempre le decía a su
madre que pusiera otro plato en la mesa y una silla para su amigo. Cuando
salían al parque también le tenía que preparar la merienda a Agustín, cosa que
a la madre no le hacía mucha gracia. La pequeña ya iba a cumplir los cinco años
y pronto se le olvidaría todo. Una noche los padres escucharon un fuerte golpe
en la habitación de María. Rápidamente subieron a la habitación y vieron que la
estantería del cuarto se encontraba en el suelo y ella lloraba en su cama.
- ¿Qué te pasa María?
- Es que Agustín se ha disgustado
porque quería jugar y yo no tenía ganas.
Agustín al irse enfadado tiró la
repisa al suelo.
Los padres se miraron e intentaron
tranquilizar a la niña. Al final María acabó durmiéndose. Los padres se
dirigieron al salón y comentaron que se encontraban un poco agobiados de
la imaginación de María.
Habían pasado dos años y María había
dejado de ver a Agustín, pero ella seguía hablando sola. La madre la solía
castigar por ello y le decía que dejara todo eso y se dedicara a jugar
con sus amigas.
Sus amigas del colegio la llamaban
“niña rara” y no querían jugar con ella.
Pasaban los días y María seguía
hablando sola a pesar de los castigos de su madre. Una de las veces María
le dijo a su madre que había visto a su abuela y que le había comentado que
quería mucho a su madre y que se lo hiciera saber. A su madre no le resultó
raro, ya que su abuela iba todos los días a ver a su nieta, pero a los diez
minutos tuvo una llamada de su hermana diciendo que la abuela había muerto,
María le dijo a su madre que no llorara que ella estaba bien. Su madre se quedó
sin saber que decirle a su hija.
Tres días más tarde la madre de María
la vio en el patio hablando otra vez sola. Cuando la niña entró en la
casa le preguntó con quién hablaba, ella le dijo que con el hijo de los
vecinos… A los diez minutos vio como la vecina salía de su casa llorando
desesperadamente porque su hijo había fallecido y exclamando “NO, MI HIJO
NO”.
A María la seguían viendo hablando
sola los vecinos y amigos, y comenzaron a llamarle también “NIÑA RARA”
María se hizo mayor, ya contaba con
veinte años y estudiaba en la universidad. Aún seguían llamándola “NIÑA RARA”.
Su don era cada vez más fuerte y todos los días veía a almas perdidas que
pedían ayuda o simplemente almas que querían que diera un mensaje a sus
familiares, cosa que a María le gustaba hacer, pues se sentía bien pudiendo
ayudarlas. Mucha gente no la creía y se burlaban de ella o simplemente se
metían con ella llamándola loca. Eso a María no le importaba, pues ella sabía
bien lo que veía y que era totalmente real.
También quería ayudar a los vivos,
pues sabía que podrían así ser más felices. Decidió aprender el arte del tarot.
María también podía ver el aura de las personas y saber cómo eran en realidad.
Desde pequeña pudo ayudar a mucha gente y hoy en día sigue haciéndolo.
María tiene ya más de cuarenta años y
la gente que no la cree la sigue llamando por aquel mote que siempre la
persiguió en su infancia “NIÑA RARA”. Aun así los que la creen la respetan y se
dirigen a ella como un “ANGEL”. Precisamente a mí me ayudó. Sí, a mí. Yo me
sentía perdido sin saber qué hacer y sin saber dónde estaba y ella me ayudó a
encontrar el camino. SÍ, YO SOY, Agustín.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario