marzo 01, 2025

José Fernández Álvarez (JotaEfeA)

 


A propósito del Folklore egabrense






"La viudita, el Conde de Cabra: un galimatías folklórico"

Cuando me decidí por esta colaboración no sabía dónde me metía. Y es que todo lo que se refiere al folklore, por lo que entraña de transmisión oral con sus componentes lingüísticos y musicales, supone en muchos casos un ejercicio de imaginación evolutiva cuya resolución final debe ser puesta siempre en cuarentena.

Existen multitud de cancioneros con una gran disparidad de criterios en su catalogación y estudio que ofrecen (y a veces confunden) una colección amplia de canciones y poesías, por lo común de diversos autores. En muchos de ellos, aún con base científica y con la mejor de las intenciones no quedan claras determinadas expresiones, giros gramaticales o incluso hechos históricos con verosimilitud palpable, quedándose con el catálogo, su reseña, modelo de transmisión y posible data de la canción o poesía.

 Y así me ha ocurrido con “La viudita y el Conde de Cabra”, aquella canción infantil que inspirara al mismísimo Federico García Lorca para escribir su obra dramática con el mismo nombre.

El problema que se me planteó fue determinar el origen de esta canción. Más difícil quizá porque aun cuando “todo lo que existe podemos encontrarlo en internet”, aparecen 167000 resultados que no hacen sino complicarlo todo. Bien es cierto que en primer lugar hay que discriminar qué es lo que se busca exactamente: ¿el hecho histórico, los personajes, la historia en cuestión, el componente infantil y la connotación folklórica o la creación poética? Y el efecto ha sido que en todo ello aparecen discrepancias dignas de mención y de exponer que trataré de ordenar y dar a conocer.

El hecho histórico

Existen dos fuentes distintas que sitúan la trama histórica en dos épocas muy separadas en el tiempo. José Calvo Poyato en dos artículos publicados en el periódico digital ABCandalucía (12 y 15/nov./2014), afirma con aportación de documentos históricos rigurosos que la acción transcurre en el siglo XVII, años 1654 a 1658. En la revista de Folk-Lore andaluza, en un artículo titulado “Un adagio”, firmado por Mogen Oja Timorato, seudónimo que corresponde a José María Montoto, afirma que los orígenes de la canción se remontan al siglo XV tomando como partida el Poema del Mio Cid y sitúa la historia en el XI. 

Los personajes

Considerando en primer lugar al Conde en cuestión, José Calvo Poyato relata que se trata de don Francisco Fernández de Córdoba y Folch de Cardona, X Conde de Cabra. José María Montoto, por otra parte, da a entender que el conde es don García Ordóñez, que si bien no era conde de Cabra, por el hecho histórico sería conocido por el conde derrotado en la batalla de Cabra (1709). La “viudita” para José Calvo es doña Mencía de Ávalos y Merino, viuda natural de la localidad de Castro del Río. Afirma José María Montoto que dados los acontecimientos, todos los versos de los romances creados a partir de entonces aconsejan a las viudas rechazar al conde como marido.

La historia 

De JOSÉ CALVO POYATO. En el siglo XVII se vivió una hermosa y a la vez triste historia de amor que tuvo como protagonistas al conde de Cabra, don Francisco Fernández de Córdoba y Folch de Cardona y a una viuda, a quien voz popular bautizó como «la viudita». El conde, que había quedado viudo de su primer matrimonio con una hermana del marqués de Priego, se había enamorado perdidamente de una viuda natural de la localidad de Castro del Río. La relación entre el conde y la viuda acabó en boda, aunque celebrada secretamente al no contar con el beneplácito de los Fernández de Córdoba, que la consideraban socialmente desigual. El matrimonio provocó tal escándalo que hasta el monarca intervino en el asunto. «Su Majestad ha enviado a prender al Conde Cabra, hijo del de Sesa, por haberse casado con su amiga, que la tenía en un convento en Lucena, viuda, con dos hijos de su marido, cosa que por acá se habla muy mal». «Doña Mencía de Avalos y Merino se llama la mujer con que se ha casado el Conde de Cabra en Lucena. Es vasalla suya, aunque hija de algo. Han ido a prenderle D. Juan Golfín, Oidor de Granada y D. Francisco de Cabra, Alcalde de aquella Audiencia, y a llevarle a León al Convento de San Marcos, y a ella a un monasterio de monjas de Alcaudete». En aquella España, configurada sobre la base de una sociedad estamental, un matrimonio que no respondiera a la condición social de los contrayentes suponía un atentado al orden social imperante. El matrimonio desigual hizo que el rey mandase prender al conde. El conde de Cabra se mantenía en sus trece, afirmando que doña Mencía de Ávalos era su mujer y que no había de serlo otra. Argumentaba en su defensa que era mujer noble por parte de padre y limpia, en alusión a no tener ascendientes judíos ni musulmanes, por parte de madre. El marqués de Priego, su cuñado, desafió al novio por haberse casado tan desigualmente. El conde le respondió que su esposa era tan buena como él, que otros habían escogido peores mujeres y que hacía muchos años que la solicitaba «sin haberle tocado una mano». Asimismo, el enlace tenía al duque de Sesa, padre del conde muy disgustado. La relación del conde con la viudita dio como fruto una hija, a la que bautizaron María Regina. Ingresó en el convento de las Capuchinas de Córdoba donde trascurrió toda su vida. Las presiones familiares doblegaron finalmente la voluntad del conde y el matrimonio fue anulado. A doña Mencía se la mantuvo hasta su muerte, ocurrida en 1679, en el convento de Alcaudete donde había sido recluida. El conde contrajo nuevo matrimonio con doña Ana de Pimentel y Enríquez, marquesa de Távara. A diferencia del anterior, que fue un matrimonio por amor, este lo fue por conveniencia.

De JOSÉ MARÍA MONTOTO. El conde de Cabra corresponde a un personaje real histórico, cuya primera mención aparece en el Cantar del Mío Cid. En el año 1079 Alfonso VI envió dos embajadas a los reinos de Granada y Sevilla con motivo de cobrar las parias anuales. Las parias eran los pagos que hacían determinados reinos a cambio de protección por parte de otro reino. La embajada de Granada iba comandada por el conde García Ordoñez y la de Sevilla por Rodrigo Díaz, el Cid. El rey de Granada antes de pagar las parias pidió a García Ordoñez, gobernador de La Rioja, que saquearan el reino de Sevilla para dar una lección a su entonces enemigo el rey moro al-Mutamid. Los nobles, sin consultar a nadie y muy gustosamente, accedieron al trato con claro interés de sacar botín en esta campaña. Con las tropas árabes de Granada los nobles castellanos pusieron rumbo a Sevilla. En esta ciudad estaba el Cid para cobrar las parias correspondientes, y el rey sevillano le comunicó el ataque al que iba a ser objeto exigiéndole la defensa y protección que estaba obligado a prestarle como representante del rey Alfonso VI, beneficiario de las parias. El Cid, al conocer la maniobra de García Ordoñez y el rey granadino, avisó a los atacantes pidiéndoles que se retiraran, pero esto solo provocó la burla de ellos que prosiguieron su avance confiados en su superioridad numérica. Ante esta situación el Cid salió al encuentro de García Ordoñez con su ejército y las tropas sevillanas del rey al-Mutamid. Los dos ejércitos se encontraron en Cabra, Córdoba, produciéndose una durísima batalla donde la visión estratégica del Cid venció a la superioridad numérica de García Ordoñez infringiéndole una dura derrota. Este episodio marca el inicio de los desencuentros del Cid con su rey, ya que aunque actuó legalmente, García Ordoñez era un conde muy influyente en la corte Alfonsina y tras este episodio se convirtió en enemigo acérrimo del Cid. De ahí que los romances generados a partir de entonces fueran adversos al Conde de Cabra, quien tomó este nombre por el pueblo cordobés en el que fue derrotado por el Cid.

Componente infantil y connotación folclórica

Desde hace algunos años, los patios de nuestras escuelas y las tardes de nuestras ciudades han cambiado sus sonidos. Años ha se oían en estos entornos unos sones alegres, rítmicos, con o sin sentido, pero con un encanto especial que hacía de sus intérpretes unos seres cándidos y pacíficos. Actualmente este panorama es totalmente diferente. Sin entrar en las causas o razones, de evolución en cualquier caso, sí podemos afirmar que ello lleva aparejado la pérdida del rico folklore de nuestro país, la falta de imaginación para inventar juegos y canciones, el poco empeño de las escuelas para conservar este patrimonio y en definitiva el empobrecimiento progresivo de nuestra lengua.

Pero retrocedamos y entremos en el análisis de los elementos que conformaban las canciones infantiles. El uso de una serie de elementos estilísticos, tales como las reiteraciones, aféresis, diminutivos, hipocorísticos, etc., los cuales acercan las composiciones a la lengua del pueblo, al habla popular, al habla de la gente iletrada, de aquella gente que continúa erróneamente denominándose sin cultura. No hay que olvidar que el folklore, la cultura popular, ha sido la base del resto de nuestra cultura, y que han sido las gentes de los pueblos, a pesar de esa condición de iletradas con que se les suele etiquetar, las que se han afanado en conservar todo ese patrimonio en su memoria y se han encargado de pasarlo de boca en boca, de generación en generación, hasta llegar hasta nuestra época.

Si nos remontamos a algunos años atrás, concretamente a finales del siglo XIX y hasta mediados del XX, podemos observar la importancia que se daba en nuestro país a la canción infantil, incluso por parte de músicos de prestigio, pues no hay que olvidar que algunos de nuestros más insignes compositores de zarzuela insertaron en sus obras canciones de niños, muchas de ellas interpretadas por chiquillos. Generalmente es un coro quien las interpreta y, en gran cantidad de ocasiones, son canciones de corro, las cuales dan al cuadro representado una brillantez y un frescor que no le daría una canción escrita especialmente para ese momento de la obra.

¿Quién dirá que la carbonerita,                                

quién dirá que la del carbón?
¿Quién dirá que yo soy casada,
quién dirá que yo tengo amor?
La viudita, la viudita,
la viudita se quiere casar,
con el conde, conde de Cabra,
conde de Cabra se le dará (se la ha de
llevar).

(Y por añadidura)
 
Ya no quiero al conde de Cabra,
Conde de Cabra, ¡triste de mí!
Ya no quiero al conde de Cabra,
Que solo quiero quererte a ti.
 

La creación poética.

 La triste historia de amor en la que el Conde y la viudita se casan en secreto, aunque las estructuras sociales de la época hicieron inviable esta unión, quedó en la memoria popular y dio lugar al nacimiento de una canción que, como he citado más arriba, inspiraría al poeta granadino para escribir su La Viudita y el Conde de Cabra.

“...La Viudita, la viudita, la viudita se quiere casar
con el conde, conde de Cabra, conde de Cabra se casará.
Yo no quiero conde de Cabra, conde de Cabra, ¡triste de mí!
que a quien quiero solamente, solamente es a ti...”

Se trata de una obra juvenil del poeta, escrita en el año 1918, cuando contaba con apenas veinte años. Esta obra fue rescatada, puesta en escena y dirigida por Antonio Suárez Cabello en 1998 y representada por el grupo Daeva.

Llegado a este punto nos preguntamos, pues resulta paradójico, cómo es que la viudita que se quiere casar (como la del Conde Laurel que también suspiraba por ser llevada al altar) no quiere al conde de Cabra. Veamos, si se trata de la viuda del Siglo XV (historiada por José Calvo), sabemos que se casó por amor. En secreto, pero parece ser que por amor, aunque la boda se frustrara por mor de los aconteceres del escándalo temporal. Si se trata de una viuda de la época del conde García Ordóñez (historia de José María Montoto) podría ser la que deseando contraer nuevas nupcias manifiesta animadversión hacia éste por razones de “patriotismo” local.

En la literatura infantil que recoge esta y otras canciones aparece el amor en numerosas ocasiones, seguramente como reminiscencia de antiguas canciones de adultos reconvertidas en algún momento en melodías infantiles y es que la música y las canciones son tan antiguas como la humanidad. Muchas de ellas han sobrevivido durante siglos, surcando nuestra infancia y quedándose en nuestro cerebro, puesto que «todo acto de conocimiento es a la vez biológico, cerebral, espiritual, lógico, lingüístico, cultural, social e histórico» (Edgar Morín). El amor insertado en el cancionero popular es asunto muy recurrente en la lírica tradicional y a su vez en la infantil: canciones de romería, de trabajo, pastoriles, etc. El amor, siempre y en todo momento en un tono idealizado. El amor soñado y anhelado. Y, cómo no, el tema de las viudas y las solteras que siempre se quieren casar tanto en los refranes como en los romances, son objeto en muchas ocasiones de populares tonadas infantiles.

Así, existe otra “viudita”, la del Conde Laurel citada en la canción conocida como Arroz con leche y entroncada en algunas ocasiones con la viudita del conde de Cabra. Se trata de una canción popular de autor anónimo, de origen francés del siglo XVI. Como sucede en todos los textos tradicionales, existen variantes geográficas (España, Chile, Argentina, Uruguay, República Dominicana, Venezuela, Ecuador, Puerto Rico, Cuba, Santo Domingo, Guatemala, Uruguay), temporales y familiares, que son tan válidas como ésta:

Arroz con leche, me quiero casar,
con una señorita de San Nicolás.                                                           (de Portugal).
                                                                                         (con una viudita de la capital).                                                                                                                           (con una niñita del barrio oriental).          
Que sepa coser, que sepa bordar,                           
que sepa abrir la puerta para ir a jugar.                  (que sepa las tablas de multiplicar).
                                                                                         (que sepa hacer medias para un general)
                                                                                         (que ponga la mesa en su santo lugar).
                                                                                         (que ponga la aguja en su mismo lugar).
                                                                                         (que ponga la aguja en su canevá)
 
Yo soy la viudita del Conde Laurel,                           (del barrio del Rey),
                                                                                         (la hija del Rey),
me quiero casar y no sé con quién.
 
Con ésta sí, con ésta no,
con esta señorita, me caso yo.                                 (pues siendo tan bella, no hallas con quien                                                                                                     elige a tu gusto que aquí tienes cien).
 
Escojo a esta niña                                                        (Elijo a la rosa                                               
por ser la más bella,                                                    por ser la más bella
la dulce doncella                                                          de todas las flores
de mayo y abril.                                                            de este jardín).
 

En la isla de El Hierro se conoce como “El Conde de Cabra” y puede encontrarse también en la de La Palma, existiendo asimismo variantes en Santander y Portugal. Los estudios efectuados al respecto parecen confirmar que llegó a las Islas procedente de la Península.

En La Palma se canta y se baila con una coreografía que sigue las pautas del entretenimiento infantil de La Viudita. La variante herreña no lleva el acompañamiento del baile, si bien recurre al estribillo o responder entre solista y coro como en la palma:

 

SOLISTA               El Conde de Cabra                          (que si el Conde de Cabra
                              Le pide a la niña               quiere a la viuda)
 
NIÑA                    “Yo no quiero al Conde ni al quiquiriquí,
                            yo no quiero al Conde
                            que me quedo aquí”
 
y a continuación la variante de El Hierro capta las más conocidas estrofas de La Viudita del Conde Laurel
 
“Viudita soy,
lo manda la ley;
me quiero casar,
no encuentro con quién”.

Entroncando con nuestra versión del Conde de Cabra, igual que en Muro de Cameros (Logroño) con unas particularidades dignas de reseñar:

La viudita, la viudita,
la viudita se quiere casar
y por novio y por novio
Cuerno de Cabra le quieren dar.
Yo no quiero a Cuerno de Cabra
Cuerno de Cabra, triste de mí.
Yo no quiero a Cuerno de Cabra
Cuerno de Cabra sino es a ti.
 

En cuanto al protagonista de los versos (¿Conde de Cabra o Cuerno de Cabra?) existen las mismas discrepancias de tipo histórico citadas más arriba, o sea, o don Francisco Fernández de Córdoba o el don García Ordóñez, aquel que, comido de la envidia, se avino a concertarse con los moros con el fin de dar muerte al Cid. Si el refrán dice que «Abriles y Condes, los más traidores», el que llevó el tal García tuvo que ser un tipo de cuidado, porque nadie quiso casarse con él y los niños llegaron a fustigarlo desde sus inocentes juegos de corro. En fin, un galimatías folklórico.


Algunas webs para ampliar información y en las que me he documentado.

http://www.webs.ulpgc.es/canatlantico/pdf/8/8/canto_romances_Palma.pdf 
http://folclorehierro.blogspot.com.es/2008/12/el-conde-de-cabra-y-iii.html 
https://www.youtube.com/watch?v=hNEP_71cT-c&feature=youtu.be 
http://www.laopinion.es/opinion/2008/09/04/viudita-conde/168292.html 
http://sevilla.abc.es/andalucia/cordoba/20141112/sevp-viudita-conde-cabra-20141112.html http://sevilla.abc.es/andalucia/cordoba/20141115/sevp-viudita-conde-cabra-20141115.html https://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero21/infantil.html 
http://folclorehierro.blogspot.com.es/2008/12/notas-sobre-el-conde-de-cabra-ii.html 
http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.php?id=3784 
https://www.youtube.com/watch?v=PlZwBqUJ750 http://www.euskonews.com/0081zbk/gaia8105es.html

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