Relatos: La hora del miedo
Tengo un extraterrestre en el sótano
No es algo que uno pueda explicar fácilmente. Una noche, hace cinco años, algo cayó del cielo en el bosque detrás de mi casa. La curiosidad me pudo, así que fui con una linterna y encontré la nave: pequeña, metálica y parcialmente enterrada. Y a su lado, la criatura.
Estaba herida, con una especie
de piel luminiscente que cambiaba de color según la luz.
En un arrebato de humanidad (o quizás locura), me lo llevé a casa. Desde entonces, vive en el sótano. Lo llamo "Zaar". No habla, pero entiende mis palabras, o eso creo. A veces, en sus ojos negros como pozos, puedo sentir que me observa con una mezcla de agradecimiento y resignación.
Zaar no es agresivo, aunque hubo un par de incidentes al principio. Como esa vez que intentó comunicarse proyectando imágenes en mi cabeza. ¡Vaya susto me dio! Vi mundos lejanos, galaxias girando, y criaturas que no puedo describir sin parecer un loco. Pero desde entonces, mantenemos una especie de tregua: yo le traigo comida y agua, y él se mantiene tranquilo en su rincón del sótano.
El problema es que Zaar está creciendo, y rápido. Su cuerpo parece adaptarse a la Tierra, y no estoy seguro de cuánto más pueda ocultarlo. A veces, cuando estoy en el jardín, lo escucho moverse ahí abajo. Su sombra proyectada en la pared ha pasado de ser del tamaño de un niño a algo mucho más grande.
Los vecinos han empezado a sospechar. Ayer, doña Remedios, la vecina de enfrente, me dijo:
—Siempre con las luces
encendidas hasta tarde. ¿Qué guardas ahí dentro?
Sonreí, incómodo.
—Nada interesante, solo proyectos.
Pero no creo que haya creído ni una palabra.
Estoy considerando liberar a Zaar. No sé si podrá sobrevivir afuera o si será un peligro para los demás. Pero sé que no puedo tenerlo encerrado para siempre. ¿Y si está aquí por una razón? ¿Y si su presencia en mi sótano es solo el inicio de algo más grande, algo que ni siquiera alcanzo a comprender?
Así que sí, un día de estos lo
suelto. Verás tú lo que pasa cuando Zaar se ponga de pie bajo el sol y mire al
cielo. Quizás venga a buscarlo su gente. O quizás se quede. Pero una cosa es
segura: ese día, el mundo tal como lo conocemos cambiará para siempre.
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