octubre 01, 2024

Ángeles Espejo Cañete (Salambó)

 

Crimen en Cerro Moreno
3ª parte





En primer lugar, tras desayunar, Francisco Gálvez bajó a un cortijo vecino para traer una carga de carbón con la mula. La distancia no es larga pero tampoco corta, había de tardar en regresar su buena hora al menos. Como otras mañanas llegó entonces su amiga Carmen Púa desde un cortijo vecino. Isabel le pidió que se llevara a sus hijos, según ella, como habitualmente. 

Carmen manifestó que era cierto que solía llevarse a Antonio el chico de nueve años, para que jugara con los suyos, pero que Isabel nunca le había pedido que hiciera otro tanto con las niñas de seis y tres años. Quedaron entonces en casa las dos protagonistas del suceso junto a José Gálvez, el hijastro de trece años y el padre de Isabel, José Moreno, que pasaba unos días con ellos. Le contaba que el matrimonio no pasaba por sus mejores momentos pero él no deseaba meterse en nada de ello, eso era cosa de su hija y su yerno. Aquel día, tras desayunar se metió en su cuarto donde dormía, de manera que solo quedaron tres personas en aquella sala junto a la niña chiquitina, con menos de un año. El hijastro estaba partiendo cocos, afirmó durante el juicio. Isabel, que intentó dirigirse a él cuando entró en la sala de la Audiencia, recibió una mirada de desprecio por parte del chico. El testimonio ya podía preverse. Sostuvo que partía cocos con el cuchillo grande que enseguida se iba a utilizar en el crimen, que Isabel le había dicho que se lo cambiara para poder pelar patatas. Entonces cogió el cuchillo ¨declaro ¨ y se lo escondió debajo del delantal. El cambio de cuchillo debió suceder antes incluso de que el marido finalmente saliera por el carbón porque Francisco declaró que, cuando salió, su mujer estaba pelando patatas para el almuerzo. Si se guardó el cuchillo era señal de premeditación en su crimen, si no fuera así quedaba la duda de si lo utilizó contra la chica en un arrebato. La procesada insistió en que ella estaba pelando esas patatas con el cuchillo grande, que lo había pedido precisamente con ese objetivo. Negó haberlo guardado bajo el delantal, como afirmaba su hijastro, pero la declaración del chico fue bastante negativa con ella. José Gálvez se distrajo con otra tarea, Isabel pelaba patatas en la sala, no se sabe con qué cuchillo y Dulcenombre salió a sentarse en un poyete junto a la puerta para desplumar pajaritos que comerían en el almuerzo. Cuando su padre, marchó por el carbón la dejó allí.

Hubo polémica también sobre lo que hacía exactamente la muchacha. ¿Desplumaba los pajaritos con las manos o los destripaba?  Porque si era así necesitaba una navaja con la que Isabel manifestó que la atacó antes de que ella se defendiera tan contundentemente. José Moreno, el padre de Isabel que salió de su cuarto al escuchar el alboroto y sujetó a la muchacha que expiró en sus brazos exclamando ¡ay, abuelo, me ha matado!, dijo ante el tribunal que él había visto tirada en el suelo una navaja con unas inscripciones que entendía que eran letras, aunque no supiera distinguirlas por ser analfabeto. El fiscal le recordó que en sus primeras manifestaciones

ante el juez de instrucción no había mencionado la navaja. El hombre quedó confundido, dijo que lo decía en ese momento porque había hecho memoria, que en su primera declaración todavía estaba impresionado por lo contemplado en el cortijo. Nadie más vio esa navaja, nadie más la recogió en caso de haber existido. Ni el hermanastro que se precipitó sobre Isabel recibiendo accidentalmente un corte, ni el mulero que acudió acorriendo al lugar, junto a otros trabajadores y tomó a Dulcenombre, prácticamente cadáver, para introducirla en la casa, vio navaja alguna. De manera, que Isabel mentía por la acción de su víctima podía mentir en todos los extremos de su descripción sobre lo que allí había pasado. José Gávez y José Moreno, los dos testigos, aunque éste indirectamente, confirmaron que Dulcenombre cantaba unas coplillas para acompañar su tarea, algo muy natural en ella. Siempre estaba cantando, según afirmaron todos. Los testigos manifestaron que no recordaban que coplas eran pero desde luego no resultaban ofensivas para nadie. Incluso el padre tuvo que sostener lo mismo. Creo que ella riño a la muchacha conminándola a que callara, tal vez buscando el enfrentamiento. - ¡Pues váyase usted de esta casa! Dice Isabel que le espetó sin contemplaciones, de ahí pasaron a enfrentarse como gallitos de pelea, luego a darse de manotazos, la chica con la navaja, la procesada con el cuchillo con que pelaba patatas.

Uno de los testigos estaba en su cuarto, el otro realizaba otra tarea distraído y sin atender una nueva discusión entre las mujeres, que no resultaba la primera. Lo que si es cierto es que Isabel salió a la puerta de la casa cuchillo en mano y allí la apuñalo repetidamente. Ante el ruido y los gritos de ambas, el padre de la procesada salió del cuarto y se llevó un serio empujón de su propia hija. El intento de José Gálvez de detener el brazo asesino también fue inútil. Isabel era una mujer fuerte, llena de ira en ese momento, de manera que el chico también fue despedido hacia un lado llevándose de paso un corte en la mano. Isabel tenía en el suelo, boca abajo, a su víctima, a la que retenía con brazo poderoso en esa postura. Al decir de los horrorizados testigos, en un segundo cogió a Dulcenombre del pelo, tirando su cabeza hacia atrás mientras su mano descendía de manera brutal para darle una tremenda cuchillada en el cuello. El crimen estaba cometido y ya no había vuelta atrás.

Los trabajadores que andaban en una era cercana acudían ya a los gritos de la muchacha, que al parecer fueron desgarradores, durante la pelea. Isabel se volvió, subió al piso superior, se cambió las ropas ensangrentadas por otras, tomó algunas joyas (unos pendientes, un anillo), algo de dinero y descendió con toda tranquilidad para dirigirse al cortijo de su amiga Carmen Púa. La amiga manifestó por el contrario que su marido Antonio y ella la vieron bajar con el cuchillo en la mano y cerraron la puerta no dejándola pasar. Sin embargo, el cortijo de Antonio Almansa y Carmen Púa no está lejos, les llegaron los gritos. Como no la dejaron pasar, Isabel se dirigió al cortijo vecino ¨El Chaparrar¨, propiedad de Manuel ¨El Cohetero¨ que, ignorante de lo sucedido, contempló estupefacto cómo Isabel entraba como una exhalación hasta un dormitorio del primer piso. Cuando fue a pedirle explicaciones ella le dijo escuetamente qué había sucedido. Luego Isabel le dio tres pesetas y le pidió que cogiera el coche de Nueva Carteya y se desplazara a Cabra para informar a las autoridades. El hombre así lo hizo, llegando hasta el cuartel de la guardia civil. Cuando estos últimos llegaron, el juez ya había sido avisado y junto a varios números de la guardia civil, se disponían a recorrer los doce kilómetros que separaban el cortijo del ¨Cerro Moreno ¨.

Se habló en aquellos días de la frialdad de Isabel, de su altanería y desprecio hacia su víctima, del hecho de no arrepentirse de su crimen en ningún momento. Ella consideraba que no había tenido más remedio que hacer lo que hizo. Reconocía sus buenas cualidades salvo por calificarla ¨echá p`alante¨ un término ambiguo. Ella estaba conforme con su proceder, no lamentaba haber cometido el crimen salvo por el hecho de no poder ver ni cuidar de sus hijos. De algún modo se decía: ¨ Ya está terminado, el odio, la desesperación, el sentirme atrapada, ya todo acabó ¨. Luego vino el lamento por sus hijos pero el arrepentimiento por el crimen y la muerte de Dulcenombre que mostró ante el tribunal, era impostado, falso. Creo que nunca se arrepintió del dolor causado a Juana, la madre de la víctima. De haber segado una vida joven y prometedora. El juicio duró dos días, tuvo lugar en Julio de 1928, algo menos de un año después del crimen.

Temí por un tiempo que me llamaran a declarar pero no lo hicieron, ni siquiera como médico que hizo la autopsia de la víctima. Toda la preocupación durante varios días era saber si la muchacha murió doncella o no, si la acusación de Isabel de que ambos habían yacido juntos, era cierta. Pero yo vi lo que vi: aquella muchacha estaba intacta. Eso calmó muchas habladurías. Yo me preguntaba: ¿Y si la muchacha hubiera tenido relaciones antes con aquel “cavapozos” que la pretendió, por ejemplo? O antes de llegar al cortijo. Entonces ¿Isabel se hubiera visto disculpada ante la opinión pública? Para mi Francisco sí pudo tener una actitud incestuosa sin que mediaran relaciones íntimas entre ellos, si ya se permitía abrazar a su hija de noche y en su propio lecho. Tal vez aquellos días en que me senté en el calabozo con Isabel, la que ahora purga los diecisiete años de condena en Alcalá de Henares, fueron los más intensos de mi vida. Le aseguro que, ahora que todo esto me la recuerda de nuevo, aún veo sus ojos como carbones encendidos, tenía una mirada que atrapaba, como si bajo ellos latiera una pasión que yo nunca he conocido en toda mi vida, un fuego que devoró a esa muchacha, a su marido, a todo ese cortijo y sus vecinos, hasta que le incendio llegara a Cabra y la hiciera tristemente famosa durante algunas semanas. Incluso ahora, que viene usted a preguntarme por aquel caso que allí nadie olvida, que quizás no se olvide nunca. 

FIN

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