Crimen en Cerro Moreno
3ª parte
En primer lugar, tras desayunar,
Francisco Gálvez bajó a un cortijo vecino para traer una carga de carbón con la
mula. La distancia no es larga pero tampoco corta, había de tardar en regresar
su buena hora al menos. Como otras mañanas llegó entonces su amiga Carmen Púa
desde un cortijo vecino. Isabel le pidió que se llevara a sus hijos, según
ella, como habitualmente.
Carmen manifestó que era cierto
que solía llevarse a Antonio el chico de nueve años, para que jugara con los
suyos, pero que Isabel nunca le había pedido que hiciera otro tanto con las
niñas de seis y tres años. Quedaron entonces en casa las dos protagonistas del
suceso junto a José Gálvez, el hijastro de trece años y el padre de Isabel,
José Moreno, que pasaba unos días con ellos. Le contaba que el matrimonio no
pasaba por sus mejores momentos pero él no deseaba meterse en nada de ello, eso
era cosa de su hija y su yerno. Aquel día, tras desayunar se metió en su cuarto
donde dormía, de manera que solo quedaron tres personas en aquella sala junto a
la niña chiquitina, con menos de un año. El hijastro estaba partiendo cocos,
afirmó durante el juicio. Isabel, que intentó dirigirse a él cuando entró en la
sala de la Audiencia, recibió una mirada de desprecio por parte del chico. El
testimonio ya podía preverse. Sostuvo que partía cocos con el cuchillo grande
que enseguida se iba a utilizar en el crimen, que Isabel le había dicho que se
lo cambiara para poder pelar patatas. Entonces cogió el cuchillo ¨declaro ¨ y
se lo escondió debajo del delantal. El cambio de cuchillo debió suceder antes
incluso de que el marido finalmente saliera por el carbón porque Francisco
declaró que, cuando salió, su mujer estaba pelando patatas para el almuerzo. Si
se guardó el cuchillo era señal de premeditación en su crimen, si no fuera así
quedaba la duda de si lo utilizó contra la chica en un arrebato. La procesada
insistió en que ella estaba pelando esas patatas con el cuchillo grande, que lo
había pedido precisamente con ese objetivo. Negó haberlo guardado bajo el
delantal, como afirmaba su hijastro, pero la declaración del chico fue bastante
negativa con ella. José Gálvez se distrajo con otra tarea, Isabel pelaba
patatas en la sala, no se sabe con qué cuchillo y Dulcenombre salió a sentarse
en un poyete junto a la puerta para desplumar pajaritos que comerían en el
almuerzo. Cuando su padre, marchó por el carbón la dejó allí.
Hubo polémica también sobre lo
que hacía exactamente la muchacha. ¿Desplumaba los pajaritos con las manos o
los destripaba? Porque si era así
necesitaba una navaja con la que Isabel manifestó que la atacó antes de que
ella se defendiera tan contundentemente. José Moreno, el padre de Isabel que
salió de su cuarto al escuchar el alboroto y sujetó a la muchacha que expiró en
sus brazos exclamando ¡ay, abuelo, me ha matado!, dijo ante el tribunal que él había
visto tirada en el suelo una navaja con unas inscripciones que entendía que
eran letras, aunque no supiera distinguirlas por ser analfabeto. El fiscal le
recordó que en sus primeras manifestaciones
ante el juez de instrucción no
había mencionado la navaja. El hombre quedó confundido, dijo que lo decía en
ese momento porque había hecho memoria, que en su primera declaración todavía
estaba impresionado por lo contemplado en el cortijo. Nadie más vio esa navaja,
nadie más la recogió en caso de haber existido. Ni el hermanastro que se
precipitó sobre Isabel recibiendo accidentalmente un corte, ni el mulero que
acudió acorriendo al lugar, junto a otros trabajadores y tomó a Dulcenombre,
prácticamente cadáver, para introducirla en la casa, vio navaja alguna. De
manera, que Isabel mentía por la acción de su víctima podía mentir en todos los
extremos de su descripción sobre lo que allí había pasado. José Gávez y José
Moreno, los dos testigos, aunque éste indirectamente, confirmaron que
Dulcenombre cantaba unas coplillas para acompañar su tarea, algo muy natural en
ella. Siempre estaba cantando, según afirmaron todos. Los testigos manifestaron
que no recordaban que coplas eran pero desde luego no resultaban ofensivas para
nadie. Incluso el padre tuvo que sostener lo mismo. Creo que ella riño a la
muchacha conminándola a que callara, tal vez buscando el enfrentamiento. -
¡Pues váyase usted de esta casa! Dice Isabel que le espetó sin contemplaciones,
de ahí pasaron a enfrentarse como gallitos de pelea, luego a darse de
manotazos, la chica con la navaja, la procesada con el cuchillo con que pelaba
patatas.
Uno de los testigos estaba en su
cuarto, el otro realizaba otra tarea distraído y sin atender una nueva discusión
entre las mujeres, que no resultaba la primera. Lo que si es cierto es que
Isabel salió a la puerta de la casa cuchillo en mano y allí la apuñalo
repetidamente. Ante el ruido y los gritos de ambas, el padre de la procesada
salió del cuarto y se llevó un serio empujón de su propia hija. El intento de
José Gálvez de detener el brazo asesino también fue inútil. Isabel era una mujer
fuerte, llena de ira en ese momento, de manera que el chico también fue
despedido hacia un lado llevándose de paso un corte en la mano. Isabel tenía en
el suelo, boca abajo, a su víctima, a la que retenía con brazo poderoso en esa
postura. Al decir de los horrorizados testigos, en un segundo cogió a
Dulcenombre del pelo, tirando su cabeza hacia atrás mientras su mano descendía
de manera brutal para darle una tremenda cuchillada en el cuello. El crimen
estaba cometido y ya no había vuelta atrás.
Los trabajadores que andaban en
una era cercana acudían ya a los gritos de la muchacha, que al parecer fueron
desgarradores, durante la pelea. Isabel se volvió, subió al piso superior, se
cambió las ropas ensangrentadas por otras, tomó algunas joyas (unos pendientes,
un anillo), algo de dinero y descendió con toda tranquilidad para dirigirse al
cortijo de su amiga Carmen Púa. La amiga manifestó por el contrario que su
marido Antonio y ella la vieron bajar con el cuchillo en la mano y cerraron la
puerta no dejándola pasar. Sin embargo, el cortijo de Antonio Almansa y Carmen
Púa no está lejos, les llegaron los gritos. Como no la dejaron pasar, Isabel se
dirigió al cortijo vecino ¨El Chaparrar¨, propiedad de Manuel ¨El Cohetero¨
que, ignorante de lo sucedido, contempló estupefacto cómo Isabel entraba como
una exhalación hasta un dormitorio del primer piso. Cuando fue a pedirle
explicaciones ella le dijo escuetamente qué había sucedido. Luego Isabel le dio
tres pesetas y le pidió que cogiera el coche de Nueva Carteya y se desplazara a
Cabra para informar a las autoridades. El hombre así lo hizo, llegando hasta el
cuartel de la guardia civil. Cuando estos últimos llegaron, el juez ya había
sido avisado y junto a varios números de la guardia civil, se disponían a recorrer
los doce kilómetros que separaban el cortijo del ¨Cerro Moreno ¨.
Se habló en aquellos días de la
frialdad de Isabel, de su altanería y desprecio hacia su víctima, del hecho de
no arrepentirse de su crimen en ningún momento. Ella consideraba que no había
tenido más remedio que hacer lo que hizo. Reconocía sus buenas cualidades salvo
por calificarla ¨echá p`alante¨ un término ambiguo. Ella estaba conforme con su
proceder, no lamentaba haber cometido el crimen salvo por el hecho de no poder
ver ni cuidar de sus hijos. De algún modo se decía: ¨ Ya está terminado, el
odio, la desesperación, el sentirme atrapada, ya todo acabó ¨. Luego vino el
lamento por sus hijos pero el arrepentimiento por el crimen y la muerte de
Dulcenombre que mostró ante el tribunal, era impostado, falso. Creo que nunca
se arrepintió del dolor causado a Juana, la madre de la víctima. De haber
segado una vida joven y prometedora. El juicio duró dos días, tuvo lugar en
Julio de 1928, algo menos de un año después del crimen.
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