Mi amigo y aquellas pequeñas cosas
La amistad es un
alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas.
(Prov. Budista)
Un balón rueda, sube y baja sobre una tierra arcillosa. Unos chiquillos lo persiguen, corren detrás de él, se lo disputan mientras ríen y gritan llenos de júbilo, llenos de polvo. Miran a un lado y a otro, rodeados de ladrillos tendidos al sol. En ese momento no hay ningún sitio en el mundo donde se pueda estar mejor. La primavera lo inunda todo. En los olivares y las laderas de aquel arrabal florecen pequeñas margaritas, amapolas, dientes de león, romeros y cardos, tiñéndolo todo de rojos, amarillos, azules y blancos, mientras las golondrinas y los aviones trazan filigranas en el cielo, escriben una historia, forjan un recuerdo.
En una “grailla” de la calle Pedro Gómez se amontonan los niños viendo cómo algunos de ellos juegan sobre un cartón a las tres en raya, mientras, en el portal de enfrente, unas chiquillas palmean con la mano hueca unos cromos tratando de ponerlos bocarriba y ganarlos. Calle adelante unos chavales se juegan su bolsa de canicas arrastrando sus manos y rodillas por el suelo. Una llanta vieja de bicicleta avanza dirigida por una especie de horquilla metálica y pasa por encima de las canicas, mientras se desternilla el conductor. Algunos chiquillos, sentados contra la pared, observan, entre risitas y burlas, a las niñas cómo saltan gráciles sobre una goma elástica, a la vez que ellas, enojadas, les sacan la lengua y les dicen tontos. Ellos no son conscientes, pero se está grabando en su memoria una escena mágica que será imposible de borrar, de olvidar.
Los domingos matiné, sesión continua o sesión de tarde en el cine-teatro Principal. Butacas, entresuelo, preferente y arriba, el gallinero para los más jaleosos. Indios, bandoleros, romanos, vikingos, soldados americanos y piratas pelean, corren y saltan entre cintas de celuloide ralladas por una censura que no ve bien que se besen los “protas”. El haz de luz de una linterna nerviosa busca al gracioso de turno entre risas. Pompas de chicle Bazzoca, cacahuetes, kikos y paladú. Un mundo portentoso a los ojos de los niños desde la oscuridad de una butaca, una ventana abierta a unos mundos desconocidos que les hacen volar, que les hacen soñar.
Anochece en los baños San Juan, picadillo y botellines. Los chavales han crecido y ya hablan de su futuro, ¿seguir estudiando o empezar a trabajar? ¿irse del pueblo o quedarse? El tiempo o el destino, la fatalidad o la fortuna, la suerte o el albur marcarán su ley y el sino de cada uno se revelará. Las chicas ya no son causa de burla, las miran de otra forma, se miran de otro modo “¡¡¿Y si hacemos una carroza este año?!!” Calor de noches de verano y un cielo estrellado de deseos y de querer crecer.
En las noches de estío, en el paseo, vueltas al salón con charlas, bromas y risas comiendo pipas. Todo está lleno de forasteros y los que un día se fueron por necesidad, hoy vuelven con coche y con prole para pasar las vacaciones. No se pueden esconder, hablan muy “fisssnos”. Los adolescentes buscan a las chicas, las catalanas, las madrileñas, la asturiana, mientras se acercan a la valla del “Chilliito” y otean con anhelo de poder entrar, pero no tienen ni edad ni dinero. Después de la “subida”, los sábados y domingos, a girar y girar a la calle Álamos, San Martín, Cervantes y la bonita calle de las Losillas. Alguna paradita en los billares para un futbolín y, si sobra alguna moneda, para el pin-ball. Un cartucho de castañas que calienta las manos, mientras el pelo crece a la moda con la raya en medio y los pantalones se ensanchan por abajo. “¡¡¿Por qué no hacemos un guateque en el Bar Plata? - dice uno – y así podemos invitar alguna pandilla de niñas”!!.
En los rincones de mi mente, mis recuerdos se acumulan, se pegan unos a otros, no caben aquí todos, es imposible. Los dibujo, los escribo, los ordeno, pero sólo son unos esbozos de un tiempo lleno de prodigios y fascinación. Hago el ejercicio de no olvidarlos, los desempolvo para poder evocarlos. Tengo miedo de extraviarlos algún día, porque si en algún momento me olvido de lo que hice o de dónde estuve, no sabría a dónde ir: sin ellos no soy nadie, son el gen que me ha moldeado, que me ha esculpido como persona.
¿Qué es la vida?, se preguntaba Calderón. Será quizás que lo vivido haya sido una ilusión o acaso habrá sido un sueño, la verdad, no lo sé. He llenado mi mochila con experiencias, con cosas que aprendí, va llena de un pasado que ha configurado mi presente. Un pasado lleno de personas que nos cruzamos y nos acompañamos en los primeros pasos, en los primeros actos de la vida. Compartimos infinidad de emociones, de sensaciones inolvidables, todo lleno de primeras veces: el primer beso, el primer amor, el primer afeitado, el primer baile lento, el primer fracaso, el primer vaquero o la tos del primer cigarrillo, juntos fuimos aprendices de todo. Ellos son mis amigos, ellos son parte de mí.
Lo veo caminar con su nuevo binomio, con su compañero de navegación. Desde la otra acera levanto la mano y llamo su atención, me mira fijamente y sonríe. Al instante su mirada se vuelve nerviosa y me desenfoca, empieza a buscarme en la biblioteca de su memoria, pero no me encuentra. Ellos siguen su caminar, yo el mío, entre preguntas sin respuesta se mueven mis pasos. Se me encoje el alma, se me arruga el corazón, pero no me rindo, no quiero que la normalidad se instale en mí, quiero hacer algo, quiero recordar todo lo que él no puede, quiero unir lo que nos une, quiero recoger los trozos de su naufragio y pegarlos con los míos. Los meteré en mi mochila, los llevaré hasta un papel y los haré imborrables, imperecederos. Los subiré a las nubes y les ataré un hilo para cuando él vuelva, para cuando él me lo pida. Miro hacia atrás y grito, ¡¡adiós!!, mi amigo se vuelve y me mira, pero él sigue buscándome.
Él es una parte fundamental de mi historia, está en mi memoria, no lo pienso ni lo puedo olvidar. Él es un actor esencial de ese pasado, como muchos más, pero él lleva ahora su mochila rota. Todo lo que aprendió, todo lo vivido, bueno y malo, lo que le enseñó la vida se desgrana, su presente se rompe y cae según camina, según discurre el tiempo. Yo le recojo todo lo que puedo, lo que me toca, lo que juntos andamos, y me lo cargo, pero no veo cómo recoger sus sentimientos ni las sensaciones de sus vivencias, ni el dolor, ni las lágrimas, ni las risas, ni las alegrías, ni los fracasos, ni las victorias, el pegamento que lo une todo, la argamasa que lo fija y le da forma.
Mi amigo sigue su camino, no sé dónde le llevan sus pasos. Quiero pensar que sigue la senda que le conduce al lugar donde empezó todo. Yo también avanzo en el mío, no sé cuál será mi destino, pero sigo, la vida no espera y si te paras te atropella. Pero ocurre a veces, que, sin ningún motivo, sin ninguna razón, la vida te da una bofetada y te para en seco. A su libre albedrio, ella, la vida, que tanto te da, te lo puede quitar todo, te puede dejar desnudo en un instante y quizás para esto no estemos entrenados, ni preparados. El sino o el hado, esa fuerza desconocida que obra en los hombres y en los sucesos, que a veces se torna y se revuelve sin razón, hace descarrilar las vidas, sin merecerlo, de la buena gente, de los mejores y los embarcan en la nave del abismo, la del naufragio. Y me atormenta no saber por qué sucede este desastre, este hundimiento. Me revelo contra lo injusto y lo arbitrario, contra lo que no tiene explicación, contra lo que no tiene remedio.
Cuando acuden a mí, me agarro a ellas, a esas pequeñas cosas que saltan sin saberlo a mi memoria, que vienen y van. Ellas me hacen viajar temporalmente hacia lugares desaparecidos, a instantes ya vividos. Cierro los ojos y retorno, recupero aquel paraíso, el paraíso de mi niñez, de mi juventud: el de mis padres, un cortijo y su era, un arrabal con mis amigos jugando al balón, una bolsa de canicas, un barrio y a sus gentes, una santa cruz, el olor del incienso, del jazmín y del celindo, vuelvo al cine Principal, a dar vueltas al paseo, vuelvo a sentir la caricia de una sonrisa, la de una mirada, la de aquella niña, las lágrimas y las risas de juventud, recupero los sueños. Ese era nuestro paraíso, el de las pequeñas cosas.
Lo volví a ver haciendo malabarismos con la pelota en aquellos barreros, a reírse cuando regateaba y a saltar cuando marcaba gol. Lo envolví en mi memoria y lo recordé como la persona que era, que es: bondadoso, alegre, sin maldad, trabajador, honesto y humilde en su brillantez, inteligente, educado, amigo sincero y sobre todo buena persona, imposible de odiar, de tenerle rencor, querido por todos. Y no es que se acaben los calificativos, es que tampoco caben todos aquí. Menos aún caben los por qué. Él me vio y se dirigió hacia mí con su sonrisa y la mano extendida –“Cucha” qué sorpresa Campos, ¿pero tú qué haces aquí?- me preguntó, -Hola Miguel-. Le respondí estrechando su mano.
“Uno se cree
Que nos mató el tiempo y la ausencia
Pero su tren
Vendió boleto de ida y vuelta
Son aquellas pequeñas cosas
Que nos dejó un tiempo de rosas
En un rincón, en un papel
O en un cajón”
-Aquellas Pequeñas Cosas-
J. M. Serrat
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