febrero 01, 2025

Francisco Asís Granados Mellado (Paco Granados)

 


Relatos: La Hora del miedo







Inocente

Llegué a casa, había sido un día duro en el trabajo. Mi profesión era abogado; tenía un pequeño gabinete en la ciudad. Como todos los días me dirigí a los juzgados; el juicio de hoy no salió como esperaba. Mi defendido fue declarado culpable por el tribunal. Yo tenía mucha confianza en él. Hice lo que pude pero no fue suficiente.

Carlos, mi cliente, no pudo más y totalmente derrumbado gritaba con fuerza que era inocente, mientras se lo llevaban a los calabozos. Allí pasaría los próximos diez años; su delito, un robo violento a mano armada. Yo siempre supe de su inocencia, mi intuición me lo decía.

Me disponía a darme un baño para poder relajarme un poco de este día tan duro. Abrí mi armario y cogí ropa para ponerme cómodo. Al darme la vuelta me pareció ver que en la colcha de la cama estaba arrugaba, como si alguien se hubiera sentado en ella. Me resultó raro, pero pensé que habría sido mí perro. Podría ser que se hubiera tumbado sobre ella… Aunque él no solía subirse a la cama. Yo continúe con lo mío.

Entré al baño y me dispuse a quitarme la ropa. Al mismo tiempo que me desnudaba noté una brisa fría que hizo que se me erizara el pelo.

- ¡Qué frio hace hoy!

Al terminar de ducharme el cristal estaba empañado por el vapor del agua; algo muy normal. Lo extraño fue que sobre el cristal parecían haberse formado varias letras. No se podía leer bien; solo una i. Esa si sé veía claramente.

- ¡Qué detalle más curioso! pensé sin darle mayor importancia.

Me dirigí al salón y me puse una vaso de whisky. Mientras me lo servía noté como si alguien detrás de mí echara su aliento frío sobre mí nuca. Rápidamente me giré, pero no vi nada. De pronto mi perro se quedó mirando fijamente a las escaleras… Sus ojos no parpadeaban. Lo llamé pero no hacia caso alguno. Por un momento vi como iba metiendo su rabo entre las piernas y se escondía debajo la mesa. Intenté sacarlo de allí para tranquilizarlo, pues se veía muy asustado, no sé por qué. Se resistía a que me acercase hacia él, solo rugía. Algo raro en él. No entendía que pudo haber visto que hiciera que se hubiese asustado de esa manera.

Un sonido me alarma. Es el móvil; un mensaje que no tenía destinatario reconocido. Abrí el mensaje pero solamente ponía una palabra.

- “Inocente, inocente”

Pensé que sería de algún familiar de Carlos indignado por la sentencia. Decidí encender el ordenador para ver mis correos. Cuando abrí el correo la misma palabra del mensaje que recibí en mí teléfono inundaba toda la pantalla.

- “inocente, inocente”
- “Esto ya no suena nada bien”

El mensaje del teléfono podría haber sido cualquier familiar de Carlos, pero y el ordenador… De pronto sonó el timbre de la puerta. Miré mí reloj; eran las once de la noche. Algo tarde para recibir una visita. Me acerqué a la puerta. Una vez más volví a sentir ese frío que hizo que se erizara todo mí pelo en el baño. Era Carlos.

- “¡Carlos por dios!” “¿Qué haces aquí, te has escapado?”
- “No”
- “¡Cómo que no, si tú condena era de diez años!
- “Me han dejado despedirme de mí familia”
Yo lo miré pensativo. Eso no podía ser.
- “Solo vine a decirte que soy inocente”

Se marchó rápidamente. Me dispuse a llamar a la prisión donde se suponía que debería estar Carlos cumpliendo condena. Iba a avisar de que se había fugado. Pero antes de descolgar recibí una llamada del Centro Penitenciario.

- “¿Señor García?”
- “ Sí, dígame”
- “Le llamábamos para comunicarle que su cliente Carlos Álvarez hoy a las cinco de la tarde ha sido encontrado sin vida en su "celda".


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