La ventana
Tan poética ella como vulgar. Tan
misteriosa como clara.
Clara como la luz que deja pasar a
través del cristal, incluso estando cerrada.
Ventana que da calor al hogar si permanece atrancada.
Ventana por la que pasa la vida del
niño, del joven, del abuelo, de los padres.
Cantor que se acerca a la ventana.
Se oyen versos tras la ventana,
romances de jóvenes que ansían conjugar amor con pasión.
Ventanas hacia afuera pero también
hacia dentro guardando secretos en la caja fuerte quizá de corazones transidos
de desazón.
Envejecidas unas, relucientes otras,
culpables o inocentes, fecundas o estériles, ventanas iluminadas de profundos
destellos o cubiertas de tenebroso matiz.
Porque la ventana tiene ojos. Son los
ojos de la casa, son los ojos de su morador.
Lugar por donde mirar, asomado débilmente tras el visillo cómplice de nuestro afer clandestino tras la ventana más voyerista.
Espacio de luces y sombras, por donde
el “ventus” latino define la etimología de su singularidad.
La ventana, ayer “hiniestra”, es la
“abertura” o “respiradero” de hoy. Fue la culta “fenestra”, cantada, pintada,
poetizada en culpas y salvaciones, hasta defenestrar al malhechor o tal vez al
honesto traicionado.
Ventanas tristes, contentas, ojerosas,
nuevas, viejas. Ventanas con corazón. Son luz, representan la luz, pero la luz
se apaga. Y al cerrar la ventana, termina el viaje de mirar, de ver, de soñar,
de curiosear. Como las ventanas de los ojos. Solo queda oír, pensar, recordar …
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