septiembre 01, 2025

Francisco Asís Granados Mellado (Paco Granados)

 


Relatos: La Hora del Miedo






AYUDADNOS 

Noches atrás, Natalia había estado escuchando unos ruidos un tanto extraños de los que no sabía exactamente de dónde procedían. Del mismo susto no se atrevía a levantarse para ver qué o quién podía ser. Tenía un miedo atroz a la noche y a la oscuridad; ni siquiera era capaz de llamar a sus compañeros de piso para ver si ellos escuchaban algo. 

Acababa de amanecer y sus compañeros de piso y ella se encontraban desayunando. Se dirigió a ellos para preguntarles si alguno de ellos había escuchado algún ruido esa noche. Al parecer, ninguno de ellos había escuchado nada. Marta, que dormía junto a ella. Julián y Óscar dormían en la habitación de al lado.

Natalia y Marta salieron de su piso camino al colegio donde trabajaban. La tarde transcurría igual que cualquier otra. Natalia entró en una clase y vio a una niña sentada en su pupitre. Se acercó para preguntarle qué hacía allí, ya que las clases habían terminado. Natalia y Marta eran las únicas que allí se encontraban, pues eran las encargadas de la limpieza del colegio.

— ¿Qué haces aquí, estás castigada?

 —¡No, ayudadnos!

En ese mismo instante entró Marta a la clase.

—Natalia, ¿con quién estás hablando?

—“Con esta niña, ¿no la ves?”

—“Si no hay nadie”.

Natalia se giró hacia donde estaba la niña y, en efecto, allí no se encontraba nadie.

 —Te juro que ahí había una niña, te lo juro.

 Contestó Natalia, excesivamente nerviosa.

—Tranquila, Natalia, se habrá ido corriendo, no te pongas así.

Llegaron a casa y allí se encontraban sus otros compañeros. Natalia les contó lo que había pasado con aquella niña. Los dos bromearon sobre ello. Comentaban entre ellos que seguro que aquello era un espíritu que venía a por ella. Natalia se marchó enfadada a su habitación. Marta se fue al poco tiempo.

 —Natalia, no te enfades, solo fue una broma.

 —No me gustan esas bromas. Ellos saben del miedo que me produce todo esto.

Eran las tres de la madrugada cuando de repente Natalia comenzó a sentir un frío profundo que la despertó. Se encontraba destapada. Cuando se levantó para volver a taparse, vio que a los pies de la cama se encontraba la silueta de un niño. Rápidamente y llena de terror encendió la lamparita que tenía en la mesita de noche, y de repente una voz…

 —“Ayudadnos”.  

Natalia gritaba desesperadamente. Marta se asustó al escuchar aquellos gritos y saltó de la cama. Al momento, Julián y Óscar salieron corriendo hacia su habitación para ver qué ocurría. Natalia se encontraba temblorosa y muy nerviosa.

—“Estaba ahí al lado de mí cama, estaba ahí”.  –

—¿A quién te refieres?

 —No sé, había un niño pidiendo ayuda.

Sus amigos creyeron que se trataba de una burla hacia ellos por aquella broma que le hicieron.

 —¡Anda ya! Venga, buenas noches.

Cuando se disponían a volver a su habitación, la puerta del cuarto de Natalia se cerró sola delante de ellos. Comenzaron a escuchar gritos y pasos… El frío en la habitación era cada vez más intenso. Ahora eran los cuatro los que tenían miedo. Podían escuchar claramente unas voces de niños que decían…

—“Ayudadnos, ayudadnos”.

El pánico se apoderó de todos. La noche la pasaron los cuatro juntos, sin querer moverse de allí. A la mañana siguiente, todavía con el miedo en el cuerpo, decidieron ir a hablar con el dueño de la casa, para ver, si él alguna vez había sentido algo. Cristóbal, que así se llamaba el dueño, les comentó extrañado…

—No, aquí normalmente solo se escuchan los sonidos típicos de un edificio antiguo: el crujir de la madera y esas cosas, pero voces, nunca.

Cristóbal les comentó que podría tener sentido las voces de aquellos niños, ya que antiguamente el edificio era un orfanato y solían enterrar allí a los niños que fallecían.

 Aquellas palabras les asustaron más y se marcharon de nuevo a su piso. No tenían más remedio que volver, pues no tenían a dónde ir.

Aquella noche decidieron dormir todos en la misma habitación por si ocurría algo y estar así los cuatro juntos. Una vez más, a las tres de la mañana empezaron a sentir frío, mucho frio…Veían sombras por todos lados. Entonces Julián se armó de valor y se dirigió a aquellas sombras.

—¿Qué es lo que queréis?

—“Ayudadnos”.

—¿Y cómo os podemos ayudar? Decírnoslo.

De pronto, dos niños vestidos con ropaje antiguo se presentaron en la habitación. Eran dos niños: Un niño y una niña de unos diez años. Sus caras eran pálidas y estaban cubiertos de polvo. Les estaban señalando el pasillo… Los cuatro amigos fueron hacia allí. Uno de los niños se paró justo delante de la cocina y les señaló los muebles de la cocina que había colgados en la pared. Julián y Óscar los quitaron rápidamente. Golpearon en la pared y se dieron cuenta de que estaba hueca. Les dijeron a Natalia y a Marta que les trajeran algo para romper aquella pared. Ellas rápidamente fueron a buscarlo. Se pusieron a dar golpes hasta que consiguieron hacer un agujero. De pronto de aquel hueco comenzaron a salir unas luces blancas parecidas a las orbes. El piso quedó todo iluminado. Los cuatro sintieron una paz enorme y a aquellos niños les cambió la cara. Era toda felicidad. Se acercaron a Natalia, Marta, Julián y Oscar. Mientras les daban un beso…

—Muchas gracias por ayudarnos a salir de ahí. Por fin somos libres.

Ante la presencia de ellos, desaparecieron.

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