septiembre 01, 2025

José Naveas Castro

 


LOS ÁRABES Y CABRA






            Como todos sabemos por nuestra ciudad han pasado numerosos pueblos a lo largo de la historia (Íberos, Visigodos, Romanos y Árabes) que nos han dejado su cultura y costumbres, pues bien este artículo es sobre La Historia de la dominación de los Árabes en España, escrita en tres tomos, el primero y el segundo se imprimieron en 1820 y el tercero en 1821, cuyo autor fue Don José Antonio Conde.

               Describiré el Tomo, Parte, Capítulo y página donde se hace referencia a Cabra.

Tomo I, Primera parte capítulo XXXIII.- De la elección de Husan Ben Dhinar para Amir de España, y su gobierno en ella.

Capítulo XXXVII.- Gobierno de Jusuf el Fehri, y división de la provincias de España.

Ciudades más importantes de la primera provincia.


Segunda parte, capítulo IX.- De la entrada de Abderahman en Mérida y nacimiento de Hixen


Capítulo XVI.- Del levantamiento del Alcaide de Sidonia.

Capítulo CXV.- De Muhamad Mostacfi Bila.

Tomo II, Tercera Parte, Capítulo XXIX.- Entrada de Ben Radmir en Andalucía


Tomo III

Cuarta Parte.

Capítulo XIX.- Reinado de Muhamad Ben Ismail. Sus guerras con cristianos y africanos. Toma a Gébaltaric.

Capítulo XX.- Continua Muhamad sus campañas, socorre a los africanos de Gébaltaric, y le asesinan, le sucede Jusef.

Al terminar el autor relata una anécdota curiosa que bien podíamos llamar una historia de amor. (Les dejo las fotocopias de las páginas del libro 262, 263, 264 y los primeros renglones de la 265 del Tomo III de Historia de la Denominación de los árabes en España, donde aparece. Y les transcribo el relato para que puedan leerlo. Asimismo para que sea de fácil lectura he cambiado en lo posible vocablos utilizados en la época a la que se refiere esta historia






ANÉCDOTA CURIOSA

En el tiempo que Antequera estaba ya en poder de los cristianos y frontera contra el reino de Granada, había en ella un caballero Alcayde de aquella ciudad que se llamaba Narváez. Este como era costumbre hacía entradas en tierra de Granada algunas veces, otras enviaba gente suya que las hiciese. El mismo estilo tenían los granadinos en todas aquellas fronteras. 

Acaeció una vez que Narváez envió ciertos caballos a correr, los cuales partiendo a la hora que conviene partir para aquel efecto entraron bien dentro de la tierra de Granada. Y yendo por su camino no hallaron otra presa sino fue un esforzado mozo el cual venía de la manera que aquí se dirá; y por ser de noche no pudo escaparse porque sin pensar dio en los caballos de Narváez, y ellos también con él: y viendo que no había otra cosa en que ganar y avisados del joven que toda la campaña está limpia, oro día de mañana se volvieron a Ronda y presentárosle a Narváez. 

Era este mancebo de hasta veinte y dos a veinte y tres años, caballero y muy gentil hombre: traía una marlota de seda morada muy bien guarnecido a su modo, una toca corta muy fina sobre un bonete de grana, en un caballo muy excelente y una lanza y una adarga labrada como suelen ser las de moros principales. 

Narváez le preguntó quién era, y él dijo que era hijo del Alcayde de Ronda, bien conocido entre cristianos por ser hombre de guerra.

Preguntándole donde iba, no respondió palabra porque lloraba tanto que las lágrimas le impedían el habla. Narváez le dijo: maravillo me de ti, que siendo caballero e hijo de un Alcayde tan valiente como es tu padre y sabiendo que estos casos de guerra, estés tan abatido y llores como mujer, pareciendo en tu disposición buen soldado y buen caballero. 

A esto respondió el moro: no lloro por verme en prisión, ni por ser tu cautivo, ni estas lágrimas son por la pérdida de mi libertad, sino por otra muy mayor y que me duele más que verme en la fortuna que me veo. 

Oídas estas  palabras, Narváez le rogó mucho que le dijese la causa de su llanto y el mancebo le dijo: sábete que a muchos días que yo soy servidor y enamorado de una hija del Alcayde de un tal castillo, y hela servido con mucha lealtad, y muchas veces he peleado por su servicio contra vosotros los Cristianos, y ella ahora viendo la obligación que me tenía era contenta de casarse conmigo, y habíame enviado a llamar para que la sacase y venirse en mi compañía a mi casa, dejando la de su padre por amor de mí, y yendo yo con este contentamiento esperanzado alcanzar cosa tan deseada, quiso mi mala fortuna que me tomasen cautivo tus caballos, y perdiese mi libertad y todo el bien y buena ventura que pensaba tener: si esto te parece que no merece lágrimas, yo no sé con qué mostrar la miseria en que estoy.

Fue tanta la piedad que Narváez tuvo, que le dijo: tú eres caballero, y si como caballero me prometes de volver a mi prisión, yo te daré licencia sobre tu fe. 

El moro lo aceptó, y dándole palabra se partió, y aquella noche llegó al castillo donde estaba su dama, donde tuvo muy forma de hacerla saber que estaba allí, y ella se dio tan buena maña que le dio hora y lugar donde la pudo hallar a solas; mas todo el razonamiento del moro fueron lágrimas sin poder hablar palabra: y maravillada la mora de esto le dijo: cómo es esto; ¿ahora que tienes lo que deseas pues me tienes en tu poder para llevarme muestras tanta tristeza? el moro le respondió: sábete que viniendo a verte fui cautivo de los caballos de Ronda, y me llevaron a Narváez el cual como caballero sabiendo mi mala fortuna me tuvo lástima, y sobre mi fe me dio licencia que te viniese a ver, y así yo vengo a verte, no como libre, sino como esclavo, y pues yo tengo libertad, no plegue a Dios que queriéndote yo tanto, te lleve a donde pierdas la tuya: yo me volveré porque he dado mi fe, procuraré rescatarme, y volveré por ti. 

La mora le respondió: antes de ahora me has mostrado lo que me quieres, y ahora me lo muestras mejor, pues tienes tanto respeto a mi libertad; mas pues eres tan buen caballero que miras lo que a mí me debes, y lo que debes a tu fe, no plegue a Dios que yo esté en compañía de nadie sino fuere la tuya, y aunque no quieras me he de ir contigo, y fueres esclavo seré esclava, y si Dios te diere libertad, a mí me la dará también: aquí tengo este cofre con muy preciosas joyas, tómame a las ancas de tu caballo, porque yo soy muy contenta de ser compañera de tu fortuna. 

Dicho esto se salió con él, y él la tomó a las ancas del caballo, y otro día llegaron a Ronda donde se presentaron delante de Narváez, el cual los recibió muy bien, y les hizo mucha fiesta dándoles algunas cosas, y alabando el amor de la mora y la palabra y verdad del moro, y otro día les dio licencia que se fuesen libres a su tierra, y los mandó acompañar hasta ponerlos en salvo. 

Esta aventura, el amor de la doncella y del Granadino, y más la generosidad del Alcayde Narváez fue muy celebrada de los buenos caballeros de Granada y cantada en los versos de los mejores ingenios de entonces.

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