Cuando escasea la luz,
los lobos acechan
Sé que quizás es un poco desusado comenzar de esta manera, pero lo tengo que decir: con el dibujo que os traigo este mes he sentido mucho enfado, frustración y exasperación.
Ahora que estamos cerca del invierno, apenas hay luz natural.
Aquí, en Escocia, amanece a las ocho de la mañana y anochece a las cuatro de la
tarde. Pero para cuando estéis leyendo esto en diciembre, amanecerá a las nueve
y anochecerá a las tres de la tarde; es el mes más oscuro. No sé si con decir
esto comprenderéis de lo que hablo, pero para alguien que disfruta dibujar con
luz natural es muy frustrante. Prácticamente no se ve la realidad de lo que se
dibuja, y la luz amarilla artificial del interior de una casa no ayuda: cambia
los colores y la percepción del dibujo. Y sí, por eso me enfadaba: porque,
aunque era de día cuando dibujaba, la luz era escasa debido a los nublados.
Pensaréis que ahora mismo estoy usando este espacio para
desahogarme, y no. Porque después de la frustración venía un pequeño ratito de
alegría cuando una nube dejaba pasar un rayo de luz por mi ventana. Lo que
quiero decir con esto es que, a veces, un proceso creativo no es maravilloso y
agradable, aunque al artista le guste crear. Sí, estoy contenta con el
resultado del dibujo, pero a veces pienso que se romantiza mucho este mundo, cuando muchas veces no es color,
líneas y alegría. Uno disfruta, por supuesto, pero a veces la idea que quieres
plasmar no sale, te equivocas en una línea o, como en mi caso, el ambiente no
ayuda.
Ahora bien, ya que os he dado un toquecito de realidad, aquí va
otro. Además, ya lo he mencionado al principio: es diciembre y estamos a
oscuras. No me malinterpretéis: a pesar de que la falta de luz me frustre para
dibujar, me gusta el hecho de que combatamos esta oscuridad con luces navideñas
en las calles, árboles decorativos en las casas, velas, películas, libros,
mantas y chocolate caliente. Dicho así, todo suena maravilloso.
Pero la oscuridad no solo trae a una artista frustrada acompañada
de chocolate caliente, sino que también trae a los lobos. En diciembre, las
presas escasean, por lo que los lobos se acercan más a los pueblos y los
rebaños están más vulnerables. Por eso, diciembre para muchas culturas rurales
es el inicio de la temporada de lobos, y es conocido como «el mes en que el lobo
baja».
Esto hizo que se desarrollaran rituales, protecciones y remedios
para proteger al ganado. Aquí es donde interviene el acónito. A pesar de ser una planta que florece en verano, su raíz
y tallo conservan sus toxinas durante todo el invierno. De hecho, se decía que
su poder aumentaba cuando la luz decrece. Para la herbología y la brujería
popular, era una “hierba negra”, y además se puede encontrar en varias zonas
montañosas de España.
El acónito también es conocido con el nombre de matalobos (wolfsbane en inglés,
un término que quizás os suene más). Una de las maneras más comunes de
utilizarlo en la antigüedad era preparar un ungüento con esta hierba negra para
untarlo en las flechas que darían caza al lobo. En muchas historias se decía
que la flecha que contenía acónito dormiría al lobo antes de matarlo, y que
estos preparados además eran realizados por brujas.
Todo esto ha dado lugar a historias y mitos, como los de hombres
lobo y cazadores que usaban esta planta para romper maldiciones. Además, ha inspirado
la ilustración que os muestro finalmente, donde vemos a un lobo atravesado por
el acónito, como si fuera la flecha impregnada de esta hierba. De esta manera,
se unen la historia, el folclore y el simbolismo provocado por las noches
largas, la oscuridad, el frío y un mundo rural rico en supersticiones.


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