octubre 01, 2025

José Fernández Álvarez (Jota EfeA)


 


A propósito de tambores:







El tambor de la Virgen de la Sierra

Desde los “tympanum” de la antigua Grecia hasta el steel drum o tambor metálico, instrumento nacional de Trinidad que en su origen estaba construido con bidones de gasolina, la historia de este instrumento, perteneciente a los membranófonos, pues el sonido es producido por la vibración de una membrana o piel tensada, nos ha dado los darabuka del Próximo Oriente, el tsuzumi japonés, los naqqara y mizhar o mazhar islámicos o el baya utilizado en la música india clásica.

En prácticamente todas las culturas podemos encontrar tambores y en cualquier parte del mundo, conociéndose su existencia desde el 6.000 a. C. En casi en todos los lugares ha estado asociado a lo ceremonial, sacro o simbólico.

Su uso se pierde en la más remota antigüedad, en la que ya se empleaban los troncos ahuecados y similares, simbolizando la “madre Tierra” como signo de fecundidad. Según grabados y esculturas se prueba la existencia de tambores en Mesopotamia y Egipto al menos desde hace 4.000 años.

Muchos pueblos asignaron a los tambores un valor mágico y ritual, utilizándolos para protegerse de los malos espíritus y atraer a los buenos. Se utilizan frecuentemente para comunicarse, así en África, imitan la prosodia de la lengua y transmiten mensajes desde largas distancias. También el tambor militar, comunica órdenes a los soldados y acompaña su marcha. Y, cómo no, también los instrumentos de membrana, desde el siglo XVIII han ido incluyéndose en las orquestas.

Obviando una somera explicación respeto a su construcción y uno musical e incluso cómo se produce el sonido, pues ello sería objeto de otro artículo donde la física, la mecánica, nos daría todas las claves, a propósito de tambores, quiero referirme al tambor de la Virgen de la Sierra.

De bronco y característico sonido, cuando septiembre cumple su tercera jornada, se inundan las calles de Cabra. Es el redoble de un tambor; no es un tambor cualquiera; no le acompañan cornetas ni otras gaitas; es un único tambor, de piel no muy tensada cuyos entorchados bordones vibran sobre ella cuando las manos expertas de su ejecutor armonizan su cadencia: Es el tambor de la Virgen de la Sierra.

Es su toque un anuncio de llegada, de fiesta, de alegría, de que está cerca el día esperado. 

El día 4 de septiembre; en este día, entre olivos y vides, será traída hasta la ciudad la Reina del Picacho, la Madre de todos los egabrenses, la Madre del mismísimo Dios, nuestra Patrona: la Virgen de la Sierra. 

Por eso su sonido es especial y nos hace vibrar. Vibra la piel en el tambor y vibran los corazones de quienes lo escuchan. Y vibran también los corazones de aquellos emigrantes de Madrid, Barcelona, Zaragoza o Bilbao que aún no oyéndolo saben que es tres de septiembre y que el tambor de la Virgen de la Sierra pasa por la calle Almaraz, las Andovalas, la Villa, el Cerro, o la Barriada.

Durante todo el día 3 y en la mañana del 4 de septiembre los sones del tambor acompañan la multicolor bandera de la Virgen, cuya historia y colorido están relacionados con la toma de Cabra por el Rey San Fernando.   

Con el mismo toque y sonido, también a primeros de octubre resuena el tambor en esta ocasión anunciando la despedida.   

Pero, ¿cuál es ese sonido, en qué partitura no escrita están impresas las figuras musicales que indican su ejecución? No cabe duda, que al igual que sucede con la transmisión oral, lo que nos viene dado de generación en generación, pierde, o quizás sería más correcto decir, evoluciona por el camino. Válido, siempre que perfeccione el original. Yo siempre me he preguntado cómo sonaría el tambor a principios de este siglo que nos deja, o en anteriores siglos. Además de la impronta que cada ejecutante verifica al percutir con las baquetas, no cabe duda que en esa transmisión que se ha dado a lo largo del tiempo, ha podido observarse cierta modificación tanto en la frese expositiva o de llamada como en el repiqueteo o redoble que tiene lugar cuando la bandera es “revolea” en cualquier esquina egabrense.

Quizá sería interesante proponer un estudio al respecto, si ello es oportuno, a quienes están en disposición de llevarlo a cabo, bien por conocimientos musicales, de la historia que nos ocupa, y/o porque dispongan de suficientes documentos sonoros que puedan compararse.

En todo caso, como reza en el Himno a la Bandera, letra de Juan Soca, siempre cantaremos:

Con qué viva emoción
nuestra niñez
te aclamaba al redoble del tambor;
con qué serenidad
nuestra vejez
borda rosas de amor en tu color.

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