octubre 01, 2025

Ángel Pérez Campos


 


Septiembre ha vuelto







El astro Sol, cansado y aburrido de su vehemente pasión, empieza a jugar al escondite con nubes y aires norteños. Esta mañana, una brisa fresca ha bajado por las faldas de la sierra, acariciando suavemente olivares, viñas y huertos, penetrando con un efecto balsámico en la población. Son aires frescos que calman la exaltación de la fiesta y refrescan la dermis de hogares y calles del tórrido estío.

Cigarras y grillos van apagando su sonoro frenesí, mientras las tímidas salamanquesas se retiran hacia sus cuarteles de invierno. Hace ya unos días que otra traca final cerró el ciclo: septiembre ha vuelto.

Mientras paseo, reconozco, contemplo, pienso…, busco en la memoria trocitos perdidos de mi pasado. Pedacitos de mi vida que extravié por la senda ya andada. Intento unirlos, ordenarlos, coserlos, para que el olvido no me alcance, no me llegue, para que no me atrape.

En el Paseo, Don Juan, impertérrito desde su posición dominante, ya augura en su mirada pétrea, entre castaños de indias, acacias, árboles del amor, plátanos, olmos y tilos, una nueva y fría soledad.

Envuelto en esa arboleda, será testigo privilegiado de la gran transformación que ocurrirá dentro de unas semanas, el milagro dorado de la naturaleza. Protegiéndolo, una gran bóveda verde se despliega sobre su talla, formando un lienzo donde se adivinan ya algunas pinceladas de ocres, amarillo y rojos. Un apacible Eolo se filtra entre sus ramas, cimbreándolas suavemente. Algunas hojas, impacientes y suicidas, se desenganchan de su hacedor, arrojándose al vacío. En su descenso, ingrávidas y armoniosas, trenzan filigranas aéreas hasta caer, en segundos, sobre lo que ayer era su sombra. El otoño asoma tímidamente.

Se oyen niños en el colegio de la esquina. El nuevo curso se estrena. Los padres aleccionan a sus retoños antes de soltarlos de la mano, pero ellos ya ni los oyen, ni los ven; su único deseo ahora es desatarse para reencontrarse. Fundirse para compartirse en la estación de la inocencia.

Hay algarabía entre los chiquillos. La mayoría hablan, gritan y ríen. Otros, los nuevos, no paran de llorar. Son días de estreno, con olor a libros nuevos, a guirnaldas de lápices recién afilados, a gomas Milán, a cola de pegar, a plástico de forrar...

En las cocinas ya hay membrillos y gamboas para hacer “carne” y también compota. Nueces, castañas, uvas y gachas de mosto. Los higos son puro néctar y, si sobran, pan de higo. Unos caquis maduran en la alacena encima de unas tazas. Coronadas, llegan al frutero las primeras “granás”, encarnadas y doradas. Se embotan los sobrantes de huertas y frutales. El gran empeño puesto en preservar la integridad de los alimentos será buena recompensa cuando regrese el frío invierno.

A extramuros, el barrio de El Cerro, florido, tranquilo, silencioso y bondadoso en sus formas, me cautiva a la vista y al oído y, por ende, también a mi espíritu. Desde el arco del Sol hasta La Pulmonía, una cubierta de lana tornasolada, tejida por manos primorosas, sombrea y calma los rigores de la canícula. A la diestra, una postal perpetua, y a la siniestra, la cuesta de San Juan se adentra en silencio, entre casas blancas, en el corazón del barrio, solo roto por el trino cautivo de un pajarillo. Patios y balcones, paleta de pintor luminoso, belleza heredada de manos y gestos antiguos, costumbres que son dones, regalos de gentes que hicieron de la necesidad, su virtud. Sillas en las calles para las tertulias en las noches calurosas, mientras, como en un desafío, la dama nocturna y el jazmín, a golpe de fragancia, seducen a sus vecinos embriagándolos y dominando sus sueños hasta la aurora.

En una esquina, suena el agua en el pilón. En su gorgoteo viajan sensaciones y emociones ancestrales, difíciles de describir, me hipnotiza, me da la paz y el consuelo para seguir, el aliento para renacer. En el centro del patio, un pozo. Aspidistras, esparragueras y helechos rodeaban su brocal donde mi abuela me daba “agüita” fresca, en la calle que llaman de Los Huertos, un vergel perdido. Desde abajo, la cuesta de San Juan hace honor a su nombre, pero la magia surge cuando menos lo esperas y de una casa solariega brota y navega hasta mis oídos una soleá:

“Soleá no es estar solo,

es estarte a ti queriendo

y que tú quieras a otro”

A intramuros, en el mirador de la muralla, la tarde acecha, los días se acortan y las sombras se alargan. La ermita solitaria se dibuja sobre la silueta serrana mientras el cielo, herido por un sol huidizo, empieza a desangrarse. Abajo, las huertas cansadas y rendidas se relajan. Se encienden las calles y la Plaza Vieja se llena de vida y papas fritas. Alrededor de la parroquia bulle la gente con “rebequitas” en el brazo y, entre sus muros, olor a nardos y calor de velas, murmullos y rezos de rosario, peticiones y promesas, fervor y unción.

Septiembre, mes de cambios y contrastes, de bandera y tambor, polvo del camino y olor a feria, de encuentros y motivos de felicidad. De finales y comienzos, de risas, alegrías y lágrimas. De reencuentros y despedidas, de holas, hasta luegos y adioses, de abrazos y besos familiares. Donde agosto te regaló unos ojos verdes que acariciaron tus sueños y septiembre te los quitó. Traqueteo de maletas de ida y vuelta llenas de porvenir. Melancolía del pasado y alegría por lo que ha de venir. Donde un círculo se cierra, otro a su lado se abre cargado de futuro, lleno de vida.

Estoy aquí y me parece que volví de un largo viaje para reencontrarme con el camino abandonado. Retomo senderos ya recorridos. Me sumerjo en mi memoria para volver a captar con todos mis sentidos las sensaciones de un tiempo que no quiero ni puedo olvidar. Toda memoria tiene un paisaje, todos mis paisajes tienen memoria.

Seguiré deambulando en este septiembre hasta que San Miguel, con su veranillo, lo agote. Aguardaré a que octubre me regale sensaciones y emociones nuevas, convencido de que su estallido dorado lo teñirá todo.

 

          

        Angel Pérez Campos

Nota. - Hace exactamente un año, tuve la suerte de compartir con vosotros mi primer trabajo en esta maravillosa revista. Hoy, regreso a él para despedirme por un tiempo, que espero sea lo más breve posible. Quiero daros las gracias por vuestro cariño y por todos los elogios que me habéis dedicado. Ahora, necesito hacer una pausa para tomar aliento y renovar mi energía.

Gracias. Hasta siempre.

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