Artemis
Caballos
de Troya, frente a ponis,
águilas romanas, frente agapornis.
Siempre en la batalla, lambdas
espartanas, “Memento Mori.”
Escribo terror, no baladas,
vivo como una ballena, varada.
Siempre supe que no se nada,
pues todo tiene su cara “b”.
Y nada, entre columnas jónicas me
aparece tu nombre árabe
yo que siempre escribí dramas,
Y al verte cae con calma
Como las hojas de los árboles,
dejando el rastro en otoño de esos
cadáveres.
Pregúntale a mis versos,
a mis palmas
que han escrito risas y dolores
dile a esos,
que un hogar sin libros, es un cuerpo
sin alma,
un jardín sin flores.
Una vida sin tus besos,
una fragancia sin sus olores.
Sentirte es lo que afloja este nudo en
la garganta cuando la vida aprieta,
tu mirada es lo que hace que me
pierda, laberinto de Creta.
Por más que el viento sople, la
montaña no se dobla, aunque se hiere,
tu recuerdo es lo que hace que luche
por más que el enemigo suele
llenar el cielo de saetas
Me considero Orión vivo enamorado de
tu silueta
Se lucha, o se gana o se muere.
Con el escudo o sobre él, mi reina,
piensa este que te quiere.
Mito de Artemis y Orión:
En los bosques sagrados, en una zona montañosa cerca de Delfos, cazaba Artemis, diosa virgen de la caza, señora de los animales y de la noche. Y una de las patronas más importantes de un templo en Esparta. Sus pasos eran ligeros como el viento, como la brisa en la mar, como las nubes. Su arco infalible e infatigable.
Un día, apeteció en su vida Orión, hijo de Poseidón dios y señor de los mares. Orión era hermoso, fuerte y valiente, sus pies podían recorrer millas sin fatigarse y sus manos dominaban a las fieras y movían montañas. Amaba la caza con la misma pasión que la diosa, y así nació entre ambos un lazo extraño: la diosa intocable, divina, perfecta y el mortal apasionado, imperfecto como mortal que era e indomable. compartieron días de persecución y noches de estrellas entre risas en una fogata por las montañas cercanas al monte Taigeto.
Poco a poco el tiempo hizo magia y Eros el dios más cruel que existió decidió clavarle una flecha dorada a Artemis o eso pensó ella, aunque no se trataba de ese Dios caprichoso que bajo su voluntad decidía quien se enamoraba y quien no, pero no se trataba de Eros se trataba de Anteros el erote del amor correspondido. Tanto Artemis como Orión comenzaron a sentir lo que jamás había sentido: amor. Eso inquietó a Apolo, su hermano, que temía que la pureza de su hermana se quebrara. Como consecuencia ideó un engaño cruel.
Una tarde, Orión nadaba lejos, mar adentro, cerca de la isla de Delos, lugar de nacimiento de Apolo y Artemis. Su silueta era apenas un punto oscuro en el horizonte.
Apolo
quedó con Artemis en Delos con la excusa de volver a ese sitio sagrado que los
vio nacer. En la costa de esa isla de agua cristalina retó a su hermana:
—Artemis, hermanita mía, si tu puntería es tan perfecta como fanfarroneas, serías capaz de darle a aquel punto en el mar, seguro que se trata de una gran pieza de caza.— Dijo Apolo con maldad en su mirada.
Artemis, orgullosa, tensó la cuerda de su arco y lanzó la flecha. El proyectil voló y atravesó el corazón de Orión dejando una mancha roja alrededor del cuerpo mezclándose con el agua. Solo cuando las olas devolvieron su cuerpo sin vida, comprendió Artemis lo que había ocurrido.
El
dolor desgarró a la diosa a la vez que a Apolo se le dibujaba una sonrisa en el
rostro. Artemisa, entre lágrimas, tomó el cuerpo de su amor y lo elevó al
firmamento, allí cada noche, cuan Artemis caza a la luz de la luna viendo como
ese manto de estrellas ilumina su sendero, en su memoria, recuerda ese amor
eterno e imposible entre un mortal y una diosa.
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